Pocas figuras o instituciones hay en el mundo actual tan desprestigiadas como la monarquía española. La casa real de España es una comedia de enredos, un astracán cuyas circunstancias oscilan entre lo delictivo y lo grotesco.
Más allá de las torpes “denuncias” por la abortiva conducta de la señora Doña Letizia y las pillerías crónicas del Duque de Palma, el malandrín Urdangarín, esposo de la “infanta” Cristina ( tracalera y tapadera quien con su marido ha sisado las arcas más allá de lo permisible dada su condición de beneficiaria vitalicia del tesoro real); las revelaciones de conductas familiares cuyo desahogo ya no pasa sólo por las páginas del Hola, sino hasta por las barandillas judiciales, muestran el real rostro de la Real Casa: un pudridero.
A la pobre señora Doña Sofía no le ha quedado otro papel sino apechugar los devaneos de su marido coscolino (¿hace cuánto no se usaba esta palabra en la prensa mexicana?), y gracias a su prudencia y el equilibrio con el cual lleva la testa doblemente coronada, le han endilgado fama de discreta, abnegada y buena mujer, lo cuya es una forma comedida para no llamarla de otra manera.
Y Su Majestad, Don Juan Carlos de Borbón, ¿cómo definirlo?
En lo político un truculento y sagaz monarca cuya autoría intelectual en el golpe conocido como “El Tejerazo” cada vez va quedando más clara: lo instigó para después resolverlo y hacerse una fama democrática en medio de la transición, gracias a lo cual se volvió a la vez, respetable e intocable. Corporizó, por así decirlo, la Constitución
Pero sus actividades posteriores lo fueron desprestigiando. Cuando no era el Rey de Espadas, era el Rey de Oros pues sus gestiones internacionales a favor de los capitalistas españoles nunca fueron inadvertidas ni mal retribuidas por los beneficiaros de tan rotundos coyotajes.
Y después, bueno, pues sus aventuras con la “baronesa” Corinna zu Sayn-Wittgenstein, la peor de las cuales incluyó el tiroteo de elefantes en Botsuana, con cadera rota incluida en el paquete, todo lo cual, lo colocó en el centro de las críticas y en el fondo de las desilusiones, pues ¿sabe usted?, en este mundo todavía hay quienes le rinden tributo a la realeza, aun hay personas capaces de creer en la superioridad de los títulos nobiliarios y el linaje y la prosapia y los blasones y toda esa herencia del oscurantismo de cuando el poder provenía de los elegidos de Dios.
¡Ah! Tiempos aquellos cuando Dios era a un tiempo máximo creador y supremo elector.
Pero todo esto viene a cuento por la campañita soltada en México en los últimos días según la cual México mismo o uno de sus notables ciudadanos, se hará acreedor al Premio Príncipe de Asturias, cuyo valor es meramente imaginario. O debería serlo.
Como todos sabemos la Casa Real de España se inserta en el mundo contemporáneo dispensando sus dones y sus gracias fuera del terreno meramente Estatal.
Se trata de un conjunto de distinciones familiares donde intervienen el rey, la reina y el príncipe, cuya principal función es hace las funciones de su padre cuando este se halla en el hospital cavilando las razones para no abdicar en medio de los escándalos; o sea, a cada rato, como fue el caso durante los funerales de Chávez cuando, los idólatras del Orinoco le pasaron la factura a èl, por el famoso “¿por qué no te callas? de su señor padre.
Así pues los mexicanos (“mexhincados “, al grito de guerra) se sentirían felices (algunos) si la piadosa mirada del principado se posara sobre ellos y les diera el anhelado Premio Príncipe de Asturias en Comunicación y Humanidades. Y no sería la primera vez.
Así se ha publicado el asunto:
“México figura entre las 18 candidaturas de 11 países para el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades 2013, que se fallará el jueves en Oviedo, en el norte de España. Además de México, las candidaturas proceden de Alemania, Argentina, Bosnia, Estados Unidos, Francia, Israel, Polonia, Reino Unido, Suiza y España…
“…El Premio está dotado con una escultura de Joan Miró –símbolo representativo del galardón–, la cantidad en metálico de 50 mil euros (más de 64 mil 500 dólares), un diploma y una insignia.
Pues como hubiera dicho aquel famoso cómico de los tiempos del blanco y negro, sobre todo por el asunto de los Euros, : “fíjate que suave”.