Con recurrencia e insistencia cercana a la monomanía, Carlos Salinas de Gortari acusa una y otra vez a Ernesto Zedillo de la década perdida en la economía y por consecuencia en la historia nacional. Y eso en pleno Bicentenario-Centenario.
Más allá de esperar otras voces capaces de develar los misterios de su administración (ojalá sin posterior descalificación médica), vale la pena revisar los dichos del ex presidente, en especial un secreto a voces desde el estallido de los errores decembrinos de 1994: la lesiva revelación a los empresarios beneficiados por el “pitazo” de una estrepitosa devaluación monetaria
La llamada “crisis de insolvencia financiera” fue originada por la fuga de capitales auspiciada tras la injustificable y delictuosa revelación de Zedillo “a unos cuantos empresarios mexicanos sobre la inminente devaluación”, lo cual generó el vaciado de las reservas internacionales “en unas cuantas horas”.
Desde la temprana y fulminante salida de Jaime Serra Puche de la Secretaría de Hacienda los mexicanos sabíamos ese episodio.
Bastaría para sorprenderse menos haber leído el libro de Salinas La década perdida (p. 172) para hallar esta denuncia bastante refriteada.
“Si en diciembre de 1994 unos cuantos mexicanos amasaron grandes fortunas con la información privilegiada sobre la inminente devaluación, y algunos incluso obtuvieron ganancias extraordinarias con la venta de sus bancos (sin pago de impuestos), también unos cuantos extranjeros hicieron el gran negocio de quedarse con los bancos del país” (op. cit.).
Sin embargo, nadie pagó por el daño causado a millones de personas, ahorradores, empresarios con operaciones en moneda extranjera y en general al sistema financiero.
Si alguien quiere una muestra de la impunidad del más alto nivel, ahí esta el caso mayor. Suficiente para creer en la sinceridad oportunista de Zedillo, quien aparece por estos días como firmante del patriótico desplegado sobre “la generación del NO”.
Pero de las palabras de Salinas, cuya intención no elimina su conocimiento, se desprenden muchos datos cuyo engranaje permite ver las febles condiciones de este país en su relación con los Estados Unidos, esos a quienes hemos hecho a un lado para organizar bailongos tropicales en Playa del Carmen, en lugar de ajustarnos a una dinámica de respeto y búsqueda de equidad en los tratos financieros, industriales y económicos.
Con base en datos del Senado mexicano y el Banco Mundial, Salinas explicó cómo desde Washington, a través de Robert Rubin, ex secretario del Tesoro estadunidense (quien lo ha confirmado) se diseñaban las acciones, respuestas, compromisos, condiciones, términos e intereses de la Hacienda mexicana.
“…el gobierno estadunidense le impuso al de Ernesto Zedillo la decisión de elevar las tasas de interés, aun cuando el equipo de la Secretaría de Hacienda se oponía a esa determinación. Las tasas pasaron de siete a más de 110 por ciento. Fue esa decisión, dijo, la que provocó la quiebra de la banca mexicana, de miles de empresas y de cientos de miles de familias”, indica la información generada en el Centro de Estudios Espinosa Yglesias.
Esas circunstancias y la casi simultánea entrega de la banca nacional a manos privadas, paso previo de la quiebra del sistema total, el Fobaproa y el IPAB, y todas las otras consecuencias, fueron piadosamente condenadas por el ex secretario de Hacienda, Jesús Silva Herzog, quien mira las cosas con el desencanto del tiempo perdido:
“Fue uno de los más grandes errores en la historia de México la privatización y posterior extranjerización de la banca”, apuntó Jesús Silva Herzog, ex secretario de Hacienda y ex embajador de México en Estados Unidos… aquí, en este seminario, nos dijeron que todo fue perfecto, equitativo y transparente. Yo tengo mis dudas porque hubo muchas páginas negras en ese proceso”.
Llamar a este saqueo simplemente un error (sin importar su dimensión de mayor o menor en la historia nacional) es al menos un eufemismo inadmisible para quien además de todo fue embajador en Estados Unidos y conoció de primera mano la dimensión de las presiones cuya naturaleza y detalle nos debería revelar.
SEA COMO SEA
No importa cómo se juzgue fuera de la casa presidencial, pero la maquinación para lograr las alianzas con cualquiera en contra del Partido Revolucionario Institucional ha sido vista como un logro magnífico cuyos primeros pasos llenan de júbilo al primer panista del país.
En los círculos más estrechos se interpretan las cosas más o menos de este modo: la calculada renuncia de Gómez Mont ha sido un acto de congruencia frente al cual el PRI se ha quedado desnudo, pues se le exhibió como un irresponsable capaz de condicionar la viabilidad financiera del Estado a cambio de una circunstancia electoral favorable.
La existencia de alianzas —dice esa interpretación— no es atacada por el peligro en la elección de Oaxaca o cualquier otro estado, sino el futuro proceso en el Estado de México y obviamente la elección federal del 2012. Por eso —dicen los consejeros de FCH— le han mostrado tan descomunal aversión.
Pero, claro, todo eso podría ser cierto si se cumple una circunstancia: el triunfo de los aliados. Si no, como diría Curzio Malaparte: ¡Kaputt!