Hace unos cuántos días el semanario PROCESO, cuya historia me resulta cercana (fui el primer jefe de información de su simiente, CISA), anunció algo similar al desplome. Reduce su publicación de 52 a 12.
De ser un imprescindible semanario, pasa a una edición mensual de cuya calidad nadie duda. Pero por desgracia la excelencia informativa puede poco contra la instantaneidad del mundo digital.
En los tiempos de la fugacidad, de tuits en el metaverso de la irreflexión y el dominio de la imagen; el meme, el tik-tok, el instagram y todo lo demás, el mundo reflexivo e informado de tantos años de PROCESO (con todo y sus defectos y obsesiones), parece estar condenado al destino dinosáurico de tantas cosas antes irremplazables.
Apenas ayer PROCESO decía:
“…A lo largo de 46 años PROCESO ha hurgado y expuesto los fallos y omisiones de nueve presidentes de la República; y lo ha hecho sin distingos de partidos, signos e ideologías…”
Impecable, pero a mi juicio incompleto.
El periodismo no consiste únicamente en escudriñar al poder. Es algo más amplio: se trata de hacer el examen de la vida, del mundo, del todo humano. Nada más seccionar la musculatura del poder es limitarse a la existencia de sus “fallos y omisiones”.
Es tanto como decir, existimos cuando el otro se equivoca.
Y eso no es TODO el periodismo. Es una parte grande, necesaria, imprescindible, pero no absoluta.
El problema de PROCESO no ha sido la censura. La mutilación de los presupuestos publicitarios del gobierno no es responsabilidad sólo de López Obrador. Ya viene desde López Portillo quien no pagaba para recibir golpes. Tanto daño hizo Galindo Ochoa como Jesús Ramírez.
Mucho mayor han sido el daño de la reproducción digital no autorizada. Lo confieso: sin haberlo solicitado, ni pagado, recibo cada sábado un PDF –a veces dos– con la edición del domingo. Mucho ha dejé de comprar la revista. Y como yo, supongo, miles.
Eso va a seguir pasando, pero ahora cada mes. La reproducción ilegal ha sido su peor enemigo. Y si a eso se agrega la preferencia del gobierno por otros medios y el embrollo de la relación entre AMLO y Julio Scherer Ibarra, pues el asunto se complica hasta los límites actuales.
Nunca formé parte de su redacción.
Me desligue de ella y de JS, más de 20 años. Escribí cuando murió Don Julio y Rodríguez Castañeda me solicitó un texto. lo hice con pena por el motivo, pero con gusto de despedirlo en las páginas de su revista la cual –para lo bueno y lo malo— es imprescindible en la historia contemporánea de los medios.
Y cosas de la vida, en el mismo número de ayer se habla de la venta (casi completa) de Argos, la productora de Epigmenio Ibarra y socios (CP; CS).
“…mientras se fortalecía su cercanía con Palacio Nacional –dice PROCESO a manera de explicación–, se debilitaba la compañía que desarrolló éxitos para la televisión abierta y en el cine…”
Pero ahí falta algo: el mejor negocio no es una productora exitosa o subsidiada, resulta más rentable y menos laboriosa la cercanía con el poder.
De esa manera se puede repetir la tradición mexicana: empresas pobres (o quebradas); con empresarios ricos.
BICICLETAS
“Cómo leer en bicicleta” llamó Gabriel Zaid a su colección de ensayos editada en el año 2010. Ayer, en REFORMA, escribió algo semejante a una oda al pedal y la fibra.
Estoy de acuerdo con todo lo positivo de las bicicletas, excepto en una cosa: no es la incomodidad del sillín ni la cornamenta del manillar. Tampoco el pedaleo responsable del equilibrio dinámico.
Lo insoportable de las bicicletas son los ciclistas en sentido contrario o irresponsable zigzagueo; enjambre de moscas urbanas enfermas de funámbula autosuficiencia, cuya sudoración cotidiana los bautiza de privilegios y crea una postura casi ideológica.
Son abusivos e intocables, hasta que…
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