Apenas ayer recordaba en este espacio aquello de la sui géneris monarquía hereditaria sexenal y transversa como aportación (hoy desaparecida) de los mexicanos a la realidad política del siglo XX, según la definición de don Daniel Cosío Villegas, cuando aparece un interesante análisis de Jesús Silva Herzog Márquez comparando y oponiendo, las conductas del monarca y el presidente republicano.
El notable analista en cuya pluma a veces se pierde la frontera entre el argumento y la ironía, dice entre otras cosas: Calderón “…no puede ser el símbolo de unidad en el proceso electoral porque es factor de polarización. Se votará para castigarlo o para premiarlo.”
Jesús compara las dos elecciones en las cuales Calderón ha estado como figura central en un caso y (digámoslo así) gravitacional en el otro, el actual. Y dice:
“Felipe Calderón no aparecerá en la boleta de julio pero será el factor crucial del voto. Los partidos que compiten, los candidatos que sí estarán en la boleta fijan postura frente a su gobierno, ofreciendo la continuidad o el cambio. Sus opositores lo atacarán, mientras la candidata de su partido tratará de defenderlo… y, simultáneamente, distanciarse de él. Unos criticarán sus decisiones, su estilo, los resultados de su gestión. Otra se verá forzada a defenderlo, insinuando algunas diferencias en los matices y los acentos. Como sea, Felipe Calderón estará en la contienda del 2012 -tal vez como nunca llegó a estar en la elección del 2006. Entonces tuvo el talento de colocarse como la opción frente al «peligro», pero pocos, si es que alguno, podría creer que la elección que ganó por un milímetro fue respaldo a sus propuestas o confianza en su trayectoria. Ahora sí será factor de decisión”.
En esas condiciones la elección se decidiría por un factor dominante: la aprobación o reprobación con lo realizado en este sexenio, cuyo saldo es (al menos para muchos) de una espeluznante pequeñez. No hablaríamos entonces de una elección sino de un referéndum.
Pero más allá de esta forma de reducir la naturaleza del proceso y las motivaciones del voto, llama la atención el señalamiento sobre la imposibilidad de mantenerse desde la Casa Presidencial al margen de la militancia. Si bien es verdadera la dualidad entre el político y el estadista (condición a la cual no se llega automáticamente al asumir la jefatura del Estado) también es cierta la obligación de garantizar desde el Estado las condiciones favorables para el funcionamiento de la autoridad electoral (hasta el Ejército custodia casillas y paquetes) y su cumplimiento de las condiciones de equidad y legalidad en el proceso, distorsionadas con acciones del gobierno.
Silva Herzog disculpa (o hace como si disculpara) las intervenciones del Presidente mediante un argumento muy débil: “El Presidente… por supuesto, no tiene derecho de desviar los recursos públicos en beneficio de su partido ni puede emplear las pinzas del Estado para castigar a sus adversarios. Pero no tenemos por qué imaginarlo como una figura celestialmente imparcial y silenciosa ante el proceso electoral. En ninguna democracia presidencial madura se le pide al Presidente tal disparate”.
Eso es una verdad a medias. Las comparaciones con otras democracias nos llevarían a juzgar a nuestros “urdangarines” o a repetir en algunos casos el libreto de Christian Wullf, ex presidente de Alemania quien dimitió ante las sospechas de corrupción. Y ya no hablemos de Willy Brandt.
No se le pide tampoco a nadie una hara-kiri por el deshonor de haberse apartado del sendero honorable ni mucho menos, pero utilizar el peso intangible pero apabullante de la figura presidencial para persuadir sutilmente o sugerir de manera velada una preferencia, no resulta sano. No hablemos de legalidad, pensemos en conveniencia general.
Obviamente antes se permitían todas estas cosas y más. Pero no fue con la promesa de continuarlas como se logró la alternancia en el Poder Ejecutivo.
Quienes tenemos edad para recordar las quejas del Partido Acción Nacional desde aquellas tardes interminables en las oficinas de Sadi Carnot en los tiempos de la brega eterna, no podemos olvidar cuál era la denuncia cotidiana: la existencia de un “partido-gobierno” frente a cuya omnipotencia se estrellaba todo intento democratizador. EL rostro de Jano. Gobernar y hacer política de partido.
Así pues ninguna democracia presidencial madura en el mundo (como las llama JSH) tiene esos antecedentes. Tampoco tiene en el pasado cercano una figura como Vicente Fox ni ha pasado por un conflicto post electoral tan riesgoso como el nuestro y cuyo fin (es una tesis) no hemos visto todavía.
Es más, todos estos barruntos de borrasca dirigida parecen indicios del segundo capítulo de la tragedia.
Finalmente una reflexión sobre estas frases: “… no tiene (FCH) derecho de desviar los recursos públicos en beneficio de su partido ni puede emplear las pinzas del Estado para castigar a sus adversarios…”
Confieso aun en el metafórico sentido desconocer cuáles son la “pinzas” del Estado. Si se trata de la PGR pues entonces alguien no ha leído en los últimos años los diarios de Michoacán y Baja California.