Vargas

La noticia me sorprendió en la regadera. “¡Carajo, que a toda madre!”, pensé. A él, según ha contado en una entrevista sobre sus primeras impresiones, el Premio Nobel lo pilló en la relectura de El siglo de las, luces, de Alejo Carpentier.

Quizá en esa hora fría de Princeton leía esta línea sobrecogedora: “Desnudo el pecho en el lugar del corazón…”. O esta otra: “…De pronto, sus brazos, sus hombros, sus pechos, sus flancos, sus corvas, habían empezado a hablar… el cuerpo todo cobraba una nueva conciencia de sí mismo”.

No deja de ser una maravilla. El premio más codiciado de la literatura mundial le llega a Mario Vargas Llosa mientras lee un libro leído tantas veces. La literatura metida en la sangre, en los huesos, en los ojos y el alma toda. Puras letras, puras palabras, puros ensueños, puros mundos creados sin pedirle permiso a nadie.

Ese es el privilegio de la creación: a través de las letras el hombre puede construir un mundo a su imagen y capricho. Puede crear personajes, darles vida, hacerlos sufrir como un dios implacable o puede perdonarlos o hacer con ellos monumentos de imbecilidad o de felicidad; los puede mandar al Colegio Leoncio Prado o sacudirse de ellos en medio de un potro de tortura en la República Dominicana.

“… la próxima vez que lo llevaron a la sala de torturas y lo sentaron en el Trono y se lo repitió y juró muchas veces, entre los desmayos que le producían las descargas, y mientras lo azotaban con esos vergajos, ‘Los güevos de toro’, que le arrancaban jirones de piel…”.

El escritor puede hacer sufrir a un hombre hasta lo indecible, inimaginable… “rociaba la atmósfera con Nice, para apagar la hediondez de las defecaciones y la carne chamuscada…”, el escribidor es Dios.

Al menos el dios de submundos imaginarios. Creador total, dueño de la vida y la muerte. Por eso el propio Mario Vargas Llosa tituló su amplísimo ensayo sobre Gabriel García Márquez, Historia de un deicidio.

Y la vida les escribe a estos hombres otra página de la realidad fantástica. Distanciados por razones ahora sin importancia (y desde entonces quién sabe si la hayan tenido) Mario y Gabriel se encuentran en la extraña cofradía de la gloria escandinava; en ese Valhalla de la palabra, donde Alfredo Nobel reparte, como Tor, martillazos de fortuna.

Pero no todo en la vida de Vargas Llosa ha sido el dominio absoluto de su talento. O al menos no todo su talento ha sido enfocado a la maestría literaria con la cual hoy lo honra el mundo, al menos el educado mundo de la cultura nor-occidental.

Su inquietud lo llevó alguna vez a incursionar en la lucha política con resultados negativos. En esa misma Universidad de Princeton donde hace unas cuantas horas la gloria, una vez más, le besó las manos, el escritor concluyó su libro de memorias personales y políticas. El pez en el agua le llamó a su gran relato autobiográfico.

Pero en la política un hombre no depende de su talento, sino de la suma de otras inteligencias para convencer a un grupo mucho mayor y movilizarlo en seguimiento de su palabra, su carisma o su empuje. Y Mario, alejado de su condición de dios creador, perdió las elecciones frente a un “chinito” desconocido, quien le birló su programa y lo derrotó en una segunda vuelta.

“Hostigado o silenciado (dice del Movimiento Libertad, bajo cuyas siglas compitió) por unos medios de comunicación que con pocas —admirables— excepciones, sirven atados de pies y manos al régimen, privado de recursos y con una militancia reducida, ha sobrevivido, sin embargo, gracias a la abnegación de un puñado de idealistas, que, contra viento y marea, siguen defendiendo en estos tiempos inhóspitos las ideas y la moral que nos llevaron hace seis años a la Plaza San Martín sin sospechar los grandes trastornos que de ello se derivarían para el país y para tantas vidas particulares”.

Hoy mucho hablan de su faceta política especialmente quienes quieren con doble razón montarse en sus ideas, especialmente aquellas con las cuales ha pretendido escolarizar a los demócratas mexicanos, pero más a quienes no considera demócratas.

Distinguido, con toda justicia, con el doctorado Honoris Causa de la Universidad Nacional Autónoma de México, Vargas Llosa volvió a opinar de una de las obsesiones latinoamericanas.

El PRI. El partido por cuya sabiduría política México no conoció cuartelazos post-revolucionarios ni mandatos prolongados de ningún hombre en la silla presidencial, a diferencia del resto de América Latina, incluido Perú.

Hoy no tiene caso volver a la “dictadura perfecta”. Es agua bajo el puente. Hoy quedan otras cosas para regocijarse por la decisión sueca de honrar a la literatura iberoamericana y especialmente a su trabajo incesante, infatigable de medio siglo de construcción.

A mí me quedan, entre otras cosas, una tarde jugando al frontón en Cuernavaca, muchos ratos de charlas de libros y autores, la confianza de permitirme leer sus manuscritos y unas cuantas palabras escritas en la primera edición de La fiesta del chivo:

“Para Rafael, con la antigua amistad de Mario”.