Cuando en enero de hace dos años Banamex puso en la mesa una oferta Pública Inicial (OPI) para deshacerse de un segmento de sus operaciones, muchos vieron en ese desgajamiento –o quisieron verlo de ese modo–, una desconfianza tácita al rumbo del país, sobre todo porque el actual presidente de la república había sido el más feroz crítico de la forma como City entró al país: sin pagar impuestos por una operación bursátil.
La venta dejó de ser vista –al menos para el gobierno– como una operación financiera de alto significado político y valor financiero, para convertirse en una oportunidad de revancha y ejemplo fiscal y la posibilidad de decirle a la historia, nosotros no somos iguales, nosotros sí cobramos impuestos.
Pero mientras las cosas corrían por esos carriles, el empresario Germán Larrea Mota Velasco, se ganaba la bendición presidencial para comprar el banco. Todo parecía normal hasta entonces. Nada de extraño. Un capitalista adquiere una firma bancaria… y paga el gravamen, al parecer requisito fundamental del gobierno.
Así, en la semana del 7 del actual, la prensa informaba:
“Por segunda ocasión en la semana, Germán Larrea, presidente de Grupo México, se reunió con el presidente Andrés Manuel López Obrador en el Palacio Nacional este miércoles.
“El empresario, quien será el comprador de Banamex a Citigroup, salió alrededor del mediodía por la puerta 8 del recinto.
“Durante la tarde del martes, Larrea Mota fue uno de los invitados a la comida que ofreció el mandatario a su Consejo Asesor Empresarial y otros representantes de la iniciativa privada”.
Sin embargo, todo cambió radicalmente: un zarpazo expropiatorio le quitó a Larrea el uso de tres ramales del Ferrocarril del sureste, en sus líneas correspondientes al proyecto Transístmico del presidente y cuando las botas de la Marina sonaban en los patios del ferrocarril, el proyecto del banco se derrumbó como el América tras la expulsión de Fidalgo, para poner como ejemplo algo verdaderamente importante.
Pero mientras Larrea se lamía las heridas y reclamaba nueve mil millones de pesos de indemnización, no por la concesión perdida sino por las instalaciones, derechos y equipos, el gobierno se sacaba de la chistera una nueva ocurrencia: una asociación público-privada (es decir, de economía mixta como en el periodo neoliberal conservador, clasista y racista) para comprar el banco en siete mil millones de pesos (igual cantidad a la de una posible expropiación a Larrea, el pobrecito), pero como el gobierno no le cobra impuestos al gobierno, entonces le quitamos dos mil millones y con cinco mil nos arreglamos y matamos la víbora en viernes.
Pero ese sueño guajiro también se fue por el caño. En medio de tanto margayate, enredo, chismerío, grillero y cambio de señales, entre ocupaciones temporales expropiaciones mal disimuladas y demás ingredientes de la actual proclividad mexicana por enredarlo todo, ideologizar todo, aprovechar todo para el relato de la Transformación, harto bananera, por cierto, City, desde Nueva York, envió ayer mismo este mensaje:
Nueva York, 24 mayo (EFE). – El banco estadounidense Citigroup anunció este miércoles que cancela el proceso de venta del banco de consumo Banamex en México y se separará de esta unidad para sacarla a bolsa, aunque permanecerá en México como banco de negocios.
“El anuncio pone fin a un año de tensas negociaciones en las que el presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, se ha implicado personalmente: ayer mismo, el mandatario dijo que el Gobierno podría entrar en la compra si el Grupo México desistía, y añadió que sería un «negocio redondo».
Pues el negocio, redondo como la palabra Roma (decía Owen), se convirtió de una “O” en un cero. También redondo.
SALTILLO
La “ola ciudadana” cuyo empuje ya nadie detiene. Así ha llamado el futuro gobernador de Coahuila, Manolo Jiménez al empuje social de su campaña, mientras su adversario electoral (término taurino) “barbea las tablas”.