La antañona imagen no puede ser más romántica: los jóvenes maestros, él –sombrero de petate; mezclilla y manta–,  y ella –morena de brazos fuertes, trenzas largas, blusa blanca–, van por la serranía a lomos de mulas con  huacales convertidos en librero, para llevarle a los niños indios y pobres la luz del alfabeto. Un México ya desaparecido. 

La carrera magisterial, con sus normales rurales y su legendaria capacidad de redención no fue sólo un  triunfo cultural  (aun cuando algo hubo de eso), sino una victoria laboral: ser maestro no fue (ni es en  muchos casos actuales) un ejercicio profesional; es un  seguro de vida.

Por eso la  escalera del tiempo en lugar de la carretera del mérito, fue el elemento suficiente para hacer del maestro un hombre asegurado de por vida (con derechos de heredar puestos de trabajo), así su ingreso perpetuo no fuera opulento, sino más bien mediocre.

Frente a la pobreza crónica los jóvenes iban a las normales para hacerse maestros y después dar clases ahí mismo  donde sus hijos serían inscritos y atendidos mediante pases automáticos  a plazas laborales y así hasta la eternidad. La carrera de maestro como un único clavo ardiente del cual asirse en un mundo miserable. 

Pero la mediocridad salarial siempre supera a la pobreza sin horizonte.

Por eso — con uñas y dientes– los maestros de Oaxaca, Michoacán, Guerrero y Chiapas, defienden sus plazas y el estado de las cosas con  la palanca de la fuerza sindical opositora. Ellos viven en los estados más pobres. Ellos, a pesar de cualquier otra circunstancia o manipulación política, también son pobres. 

Sin embargo el Edén toca a su fin.

La razón ya no les asiste y cuesta trabajo creerlo, pero el sentido común en este país –base y fuerza de la evaluación magisterial en  pos de la inexistente calidad–, necesita un laudo de la Suprema Corte de Justicia para imponerse como una verdad ante cuya evidencia no debió haber habido siquiera discusión.

Pero se discutió, se marchó por las calles, se amenazó, se prendió fuego, se tiraron piedras y se asociaron esas demandas con cualquiera otra en el catálogo de lo posible o lo imposible como la presentación  en vida de los muertos de Iguala.

Como se quiera ver el contenido de esta nota informativa cambia para siempre las cosas. Si los disidentes, defensores de su seguro vitalicio de ingreso, promoción y permanencia  no lo quieren entender o actúan como si no lo comprendieran, es otra cosa.

 “La Suprema Corte de Justicia de la Nación (SCJN) declaró constitucional el sistema de evaluación obligatoria para el ingreso, permanencia y promoción de los maestros, prevista en la Ley General del Servicio Profesional Docente.

“Por unanimidad de 11 votos, la Corte sostuvo que cuatro artículos de esa ley, que prevén la evaluación a partir de 2013, no violan el derecho humano a la estabilidad en el empleo de los mentores, debido a que debe prevalecer el principio del interés superior del menor y el respeto a su derecho fundamental a una educación de calidad.

“Este es el principal argumento jurídico manifestado por miles de maestros, tanto de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) como del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE), quienes desde hace un año impugnaron la legislación secundaria relativa a la reforma al artículo tercero constitucional, en la que se ordenó la evaluación obligatoria de los profesores”.

Cuando muchos exigían la firmeza en el gobierno, el olvido de financiar las protestas mediante el pago a faltistas y manifestantes, cuando se pedían contundentes acciones ejecutivas, apareció la Corte con su puño de hierro y su guante de terciopelo para avalar la evaluación y por otra parte colocar el derecho a la educación por encima del derecho a la organización sindical y laboral.

A partir de esta fecha ya no habrá invocaciones mágicas. Los mitos se han acabado y como dijo el secretario de Educación, celebraremos la muerte del escalafón.  

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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