Mucho se ha dicho ya de lo paradójico de los afanes reeleccionistas de Gustavo Madero, sobre todo porque no falta quien evoque la antañona figura familiar de “Don Panchito” quien hizo de la no reelección una bandera cuya vehemencia desató la Revolución Mexicana.
La efectividad del sufragio y el cumplimiento de la vieja promesa de Porfirio Díaz en el Plan de la Noria para impedir la perpetuidad de hombre alguno (como no fuera él) en el poder, ya son cosas, evidentemente del pasado. Hoy la realidad mexicana implica otras aperturas y se aleja de las apreturas constitucionales. Todo se ha liberalizado.
EL señor Madero ha pasado por varias etapas críticas en sus años recientes. La más notable de todas ellas ha sido la derrota estrepitosa en la elección presidencial del 2012 de la cual emergió si no como un caudillo, sí como un hombre decidido a rescatar cuanto las pavesas pudieran dejar de utilidad. Siquiera como abono.
Sus primeros pasos, bastante conflictivos fueron el reconocimiento de la exageración de los padrones regionales y nacional del Partido. El espejismo de los millones de militantes se quedó en la modesta realidad de sus 250 mil, aproximadamente. A partir de ahí emprendió su primera reforma electoral: la interna parta modificar el sistema indirecto por el sistema directo en la designación de dirigentes. Nada más, pero en la historia del Partido Acción Nacional (a veces no parece tal, sino historieta) tiene una enorme significación.
La otra reforma, por la cual quizá se haya ganado la reelección fue torcer al máximo la negociación con el gobierno, dentro del Pacto por México, hasta derribar la estructura clientelar de los gobiernos estatales y su influencia en los institutos locales, hasta conseguir un nuevo Instituto Nacional Electoral, lo cual no es poco. Se trató de un disparate, pero un gran disparate.
En el medio del camino a Madero se le cruzaron los malos modos de sus correligionarios. La corrupción interna y externa de los panistas es realmente un escándalo de “moches”, coyotes “casineros” y gestores de toda categoría. Quien quiera escuchar los lamentos por la inocencia y la decencia perdidas, puede leer o escuchar a Juan José Rodríguez Prats, quien desde su asiento en el consejo panista se ha convertido en la voz incomoda cuya denuncia por la lejanía de los principios es una gota de agua para fertilizar la piedra. No sirve de nada.
En el PAN se han reconocido los actos de corrupción y de ellos se habla. Hasta el muy conspicuo señor Fernando Elizondo, ex gobernador de Nuevo León ha tirado el arpa escandalizado (a estas alturas al viejo le dan viruelas) por la corrupción.
“(Milenio) El ex candidato a la gubernatura del estado, Fernando Elizondo Barragán, renunció este lunes a su militancia dentro del Partido Acción Nacional.
“Fuentes del blanquiazul confirmaron que el también ex gobernador sustituto entregó este lunes su carta de renuncia ante el Comité Ejecutivo Nacional, en la Ciudad de México, con la cual finaliza su militancia dentro de este instituto político.
“Elizondo Barragán había expresado durante las últimas semanas su intención de contender por algún puesto de elección popular, aunque señaló que no necesariamente sería por el PAN, que lo designó en dos ocasiones como su abanderado: en 2006 para el Senado de la República, y en 2009 para la gubernatura de Nuevo León”.
Pero mejor lo hubiera hecho por el misterio escondido: ¿cómo puede haber corrupción donde no hay corruptos?). Hasta la fecha nadie a dicho, ese fue; ese me pidió, ese me invitó a un turbio negocio. Todo se va en la condena abstracta. Y cuando algún alcalde señala tímidamente, como el pálido sol de ayer sobre los jardines de San Ángel, lo hace sin meter la manos en el fuego ni siquiera por sus propias palabras.
Y en ese contexto aparece la convocatoria matizada por los deslizamientos de los potenciales aspirantes. El diputado Ricardo Anaya, desde la presidencia de San Lázaro, parece deshojar la margarita; el ex gobernador Manuel Oliva da dos pasos adelante y otros cuatro para atrás y tampoco se decide mientras Ernesto Cordero presenta su petición de licenciamiento legislativo para dedicarse a un empeño podrido: ganarle a Madero. Y para ello saca el muerto del petate y exhibe encuestas, o al menos habla de ellas, donde la fortuna lo acaricia con sus sonrosados dedos.
En esas condiciones las cuenta de Cordero se parecen a la ya sabida opulencia de quienes viven con seis mil pesos al mes, diagnóstico de econometría por el cual nuestro nuevo Adam Smith logró fama universal y eterna.
En política no hay nada seguro, pero si las cosas siguen por el sendero más visible, Gustavo Madero se quedará con la presidencia del PAN. Josefina Vásquez Mota con un intento de ausencia triunfal (para variar) le ha allanado aun más el sendero.
Quien quiera ver este desenlace no deberá esperar mucho tiempo.