“…La tarde se marchitó con  la nube de polvo –dice Leonardo Padura en sus “Vientos de cuaresma”–, y el acto de respirar se hizo un  ejercicio consciente y doloroso… por las puertas selladas podrían estar corriendo huaraches de pasiones tan devastadoras como el viento callejero…”

Eso pudo haber pasado ayer en Francia si la prudencia y la sensatez no hubieran inundado las urnas de los casi siempre malhumorados, displicentes y arrogantes hijos de la Francia, a quienes, sin embargo la sensatez los acometió hasta la segunda ronda de su proceso electoral, con la buena noticia mundial de mirar a la señora Le Pen en el caño de la derrota.

Pasiones devastadoras esas del aislacionismo, la protección por encima hasta de la conveniencia, el miedo y el cerco al extranjero y el resto de los impresentables elementos de una impresentable candidatura de una menos presentable señora hija de nazi y quizá de alguien más.

“–Es hora de que por fin seamos lo que somos”, dijo Macron en su primer discurso.

Esa frase y su claridad para advertir, “…será una tarea difícil pero me comprometo a no poner a nadie en necesidad de votar, nunca más por los extremos” (según la libérrima traducción de esta columna)”, nos permiten interpretar su sentido de la vieja “grandeur” de Francia.

–Ser lo que somos.

Esa sola frase nos podría llevar al pensamiento básico de la historia francesa: su compromiso perdurable con la libertad humana y sus consecuencias.

Quizá por eso Macón dijo en su discurso –debidamente escenificado por su solitaria caminata hasta llegar a la plaza del Louvre, con el fondo de una pirámide china de cristal envuelta en la música de la “Oda a la Alegría”–,  dijo con firmeza pero aspavientos (o sean, sin aires de molino, sin ventoleras inútiles):

«…Y, por último, mis conciudadanos… Voy a servir con humildad, con fuerza. Voy a servir en el nombre de nuestro lema: libertad, igualdad, fraternidad. Habré de servir fielmente; a corresponder a la confianza que me ha dado. Voy a servir con amor…”

Amor, la palabra casi siempre proscrita del discurso político.

En un conocido ensayo sobre la literatura francesa, Javier Peñalosa refiere al analizar a Víctor Hugo:

“…sabemos que el misterio (de la vida en conjunto) es la salvaguarda del individuo contra la sociedad… podemos desentendernos de la pobreza y del desempleo; pero no podemos desentendernos del sufrimiento.

“El sufrimiento –creemos profundamente ( dice VH)–, es la ley de este mundo, mientras no haya disposición divina en contrario. El volumen de fatalidad que pende sobre el hombre se llama penuria, y puede ser abolida; el volumen de fatalidad que pende sobre lo desconocido se llama pena y sólo puede contemplársele con estremecimiento y miedo».

Y Macron, fiel a su cultura, dice:

“…Es mi responsabilidad  luchar contra todas las formas de desigualdad, también garantizar nuestra seguridad y la unidad de la nación… La vitalidad democrática será desde el primer día el elemento básico para de la refundación de nuestra nación. No voy a ser detenido por ningún obstáculo. Voy a actuar con determinación, por el trabajo , la escuela, la cultura. ¡Vamos a construir un futuro mejor! »

La unidad de la Nación, dijo cuando pronunció una frase poco espectacular fuera de este contexto y un  tanto resquebrajada tras la lucha electoral: Francia es una.

Y a esa Francia se refería Charles de Gaulle, cuya huella es aun demasiado grande para Macron, obviamente, cuando dijo en sus memorias*:

“…Toda mi vida tuve una idea determinante de Francia”, proclama en la primera línea de sus memorias de guerra. En el emocionante párrafo que sigue, expone una visión fascinante no del Estado-Nación francés, sino del Alma-Nación francesa. Sus sentimientos, escribió, tendían a ver en Francia un país destinado bien oañís grandes triunfos, bien a las desgracias ejemplares.

“Si a despecho de esto la mediocridad se manifiesta en sus actos, me sorprende como una absurda anomalía, que ha de imputarse a las faltas de los franceses, y no al genio del país… cuando un líder fracasa –dijo también–, nuevos líderes se elevan del espíritu de la Francia eterna, desde Carlomagno a Juana de Arco, Napoleón, Poincaré o Clemenceau.”

–¿Habrá Francia hallado a uno de estos líderes en el tiempo de hoy? Lo sabremos muy pronto.

*(Citado por Richard Nixon en “Líderes”)

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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