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México se ha “colombianizado” al grado de tener ya un plan similar al sudamericano: la “Iniciativa Mérida” cuya raquítica cantidad de dólares no es sino la punta del iceberg de la intromisión. No había sentido México una presión tan tremenda por parte de Estados Unidos como en los años duros del gobierno de Ronald Reagan y su embajador John Gavin.

Personalmente estuve en la Casa Blanca cuando Reagan en un discurso colérico se refería a los esfuerzos mexicanos para contribuir a la pacificación de Centroamérica, en el Grupo Contadora, con la acusación de echar irresponsablemente gasolina en una hoguera.

Ese mismo día un antiguo agente de la CIA, Jack Anderson, había “revelado” depósitos personales del Presidente de México por más de cien millones de dólares en Suiza. Como es obvio, ni existían esos caudales ni había ninguna cuenta helvética, pero la calumnia había producido el efecto deseado en la opinión pública americana y parte de la mexicana: debilitar la posición negociadora mexicana.

Ese fue el fenómeno “Co”.

Por el mismo tiempo, un agente de la DEA en México, Enrique Kiki Camarena había sido asesinado. Los más altos funcionarios del gobierno fueron mezclados con el crimen y presionados hasta el delirio. Del secretario de Gobernación para abajo.

Así se logró el componente “Ca” en el lapso conocido por los diplomáticos como la pesadilla de la “Co-Ca”, en obvio juego de palabras con los polvos colombianos. La justificación americana para apretar y tensar la relación era el riesgo de “colombianización” al cual México se enfrentaba.

Hoy, ese fenómeno es un hecho, no por la violencia nada más, sino por la tutela excesiva y creciente. En el doble juego americano de la lucha contra el narcotráfico, por un lado, y el aprovechamiento del mercado y la extensión del consumo, por el otro, con su componente en el tráfico de armas y la militarización del sur de la frontera de EU, México se ha “colombianizado” al grado de tener ya un plan similar al sudamericano: la “Iniciativa Mérida” cuya raquítica cantidad de dólares no es sino la punta del iceberg de la intromisión, como ya hemos comprobado en la instantánea reacción a lo ocurrido en Ciudad Juárez.

El otro componente similar al tiempo de los “regáñanos” es la molestia de Washington por la forma como México se desempeñó en la reunión iberoamericana de Playa del Carmen, donde actuó a contrapelo de sus intereses y su trayectoria, por no decir de sus necesidades y de la lógica.

Proclamar una “América sin los americanos”, es venir a darle la vuelta en sentido contrario al viejo dogma de Monroe: América para los americanos.

A partir de ese carnaval caribeño los Estados Unidos apretaron las tenazas: Janet Napolitano sentenció la ausencia del Estado de derecho en Ciudad Juárez y estos asesinatos le vienen a dar la razón. Ha sido una fulgente sortija en el dedo flamígero de la señora de la Seguridad Interior de ese país.

Después vinieron los afanes protectores de las tortugas y se prohibió el comercio de camarones mexicanos, con lo cual la flota pesquera del Pacífico se enfiló a los farallones de la quiebra.

Y ahora la inmediata presencia de los agentes de la Oficina Federal de Investigaciones, quienes van a desplazar a los mexicanos (policías, soldados y marinos) y relegarán a simples ayudantes o choferes en el mejor de los casos.

Estos hechos son lamentables por las personas asesinadas, ni duda cabe. Sin embargo, está por verse si el Presidente hubiera reaccionado de tan conmovida y expedita forma si hubieran sido empleados de cualquier otro gobierno.

A pesar de todo, estas gotas derraman el vaso de los dos lados de la frontera. Y ese es el peligro: saltar de la sartén al fuego.

Como hubiera dicho Fiodor: tras ofendidos, humillados.

En este sentido, vale la pena recordar algunos conceptos de quien fue canciller en aquel tiempo, Bernardo Sepúlveda, en su ensayo sobre Los intereses de la política exterior:

“Los intereses de la política exterior son también los intereses de la seguridad nacional. Desde luego, los alcances de ese concepto deben ser delimitados, cuestión que posee un innegable grado de dificultad. Pero la política exterior, como un instrumento para prevenir y evitar amenazas militares, ilegitimas interferencias políticas o coerciones económicas, es la primera línea de defensa”.

Y en torno de aquellos años, Sepúlveda recuerda:

“…En los vínculos entre México y Estados Unidos, durante el decenio de los ochenta, las acciones criminales del narcotráfico representaron un elemento ponzoñoso que envenenó la cordialidad existente y que contaminó, con un efecto perverso, otros aspectos de la relación.

“Ciertamente el lapso que corre entre 1985 y la primera mitad de 1986 corresponde a un periodo particularmente complicado en el trato méxico-estadunidense, que concluye con un esfuerzo político muy profundo para recomponer la relación.

“Esa recomposición tiene como punto de partida el cese de las funciones diplomáticas de John Gavin, probablemente el embajador norteamericano que más daño ha hecho a la relación entre México y Estados Unidos, junto con Joel Poinsett y Henry Lane Wilson”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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