Cuando ya no le queda a este gobierno otro afán por encima de cobrar la última quincena, vale la pena analizar cuál fue su error principal.
Alguien dirá, también es tiempo de revisar los aciertos, pero para eso hay otros comentaristas, otros analistas y las propias voces de la avalancha radiofónica oficial con sus miles y miles de anuncios tan abundantes como infructuosos, poco convincentes y nada persuasivos; las casi lacrimógenas despedidas del Ejecutivo y la interminable alabanza en boca propia.
El error básico, como decía Calles, el generador de todos los demás, fue la decisión de superponer las fuerzas militares (teóricamente puras e incorruptibles) a las fuerzas civiles, prácticamente asociadas con la delincuencia organizada sin saber exactamente el diagnóstico verdadero.
El error se prolongó en la incompleta depuración de las fuerzas policiacas. Depurar fue un verbo administrativo, no pernal. Los “depurados” nunca fueron castigados, simplemente separados con lo cual se estimuló la metástasis de las complicidades.
El reciente caso de Tres Marías es una prueba de lo anterior. El gobierno termina mientras Maribel Cervantes, comisionada de la PFP, le tira los platos a la cabeza a la Procuradora Marisela Morales quien manda al juzgado a los agresores de la camioneta de los espías gringos custodiados por la Marina.
En esa síntesis se expresa todo el problema, todo el error de cálculo cuya naturaleza es simple: la simulación. Cada vez más nos damos cuenta: la lucha contra el crimen fue un argumento de post campaña, una fórmula novedosa, espectacular y políticamente impecable de legitimar un poder impugnado desde su origen. Nadie puede oponerse al combate del crimen en cualquiera de sus expresiones.
Sin embargo la forma de hacerlo no fue acertada, ni en su planeación, ni en su ejecución. Internamente nos bañó de sangre y en lo exterior, nos hizo más vulnerables y dependientes.
El acierto no se prueba con invocar la bondad de los propósitos como suele hacerlo el gobierno con su cantaleta de haber sido el más decidido, el más preocupado, el más valeroso.
Nada de eso es cierto, para empezar, y aun si lo fuera, de nada sirvieron el arrojo y la primicia: ninguna de las fuentes donde se originan los delitos ha sido cegada (con “c”) del todo.
Pero cuando en México algo no funciona, de inmediato lo queremos exportar (desde el gobierno). Si la tesis de búsqueda de distinción política a histórica como motor de la “ocurrencia” de salir a echar bala se admite, entonces también se comprende la extensión fortalecedora de esa premisa en el exterior.
En estos últimos días aparece una noticia cuya dimensión permite explicar la compleja interrelación del asunto y la innecesaria dependencia a la cual se ha sometido al país. Dice la prensa:
“Durante el sexenio del Presidente Felipe Calderón, el Gobierno mexicano firmó con Estados Unidos un total de 22 acuerdos e instrumentos bilaterales en materia de inteligencia, intercambio de información y capacitación para hacer frente crimen organizado.
“En un documento enviado al Senado, el titular del Ejecutivo federal informó a los legisladores que del total de instrumentos, la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) signó cuatro, la Secretaría de Marina siete y la Procuraduría General de la República (PGR) suscribió 11”.
“Además, en 2010 firmó un convenio con el Departamento de Seguridad Interna de Estados Unidos, para compartir información de inteligencia, con la finalidad de combatir las amenazas transnacionales con estrategias más específicas.
“La lista incluye un compromiso con los programas estadounidenses dirigidos a desarticular grupos del crimen organizado transnacional, fortalecer investigaciones en curso en aquel país y documentar la nacionalidad de presuntos delincuentes mexicanos que se ostentan como ciudadanos estadounidenses en ese sistema judicial”.
Todos estos convenios cuyo detalla abarca desde los bancos de huellas dactilares hasta la Iniciativa Mérida, no parecen haber resuelto ningún problema para los mexicanos. La exposición de esos 22 convenios en los tiempos de Huitzilac, parece una verdadera burla.
Hoy el presidente llega a Metlatonoc y enarbola otra de sus justificantes banderas. Les dice a los pobres habitantes de la montaña un discurso del tamaño de Xóchitl Gálvez: todos les han venido a hablar de la pobreza, grita, y yo también, pero además les traigo la carretera.
De seguro a partir de mañana comerán asfalto asado.