Apunten bien; no desperdicien cartuchos. No les tengan miedo a las balas que chiflan ni se encojan de hombros, porque esas ya se fueron; ténganles miedo a las balas que no han salido, que esas son las malas. Duro, muchachos; ¡duro con ellos!”
Este párrafo, tomado de la inmortal “Tropa vieja” de Francisco Urquizo, nos permite un paralelismo con la situación actual del Ejército Nacional, esa institución cuya fama imbatible e infalible; maquinaria de precisión distinguida entre la burocracia de un Gobierno ineficiente, desobligado y sin disciplina, se comienza a cuartear por las perfidias de la política convertida en gobierno al cual, sin embargo, –muy a su pesar y hasta de su paciencia–, sirve con lealtad digna de mejor orientación.
Al parecer, y eso es lo grave, las peores balas no han salido todavía.
El asalto pirata a los servidores desprotegidos (riman hackeo y saqueo); casamata sin fusiles ni municiones; si hubiera hackers no estaría usted aquí, señor general, nos ha revelado apenas (podría ser), la cima del enorme iceberg cuya dimensión exacta no conocemos todavía, pero contra cuya helada masa se ha estrellado, entre otras cosas, el prestigio de infalible precisión del cuerpo militar.
Expuesto como nunca a la visibilidad pública, inmerso –a querer o no– en el juego político, muy en contra de la voluntad colectiva, pero aceptado por la instrucción del Alto Mando– el ejército sufre ahora por varios flancos: su actuación en el asunto de Iguala y la desaparición física (muy distinta de la desaparición forzada) de los activistas de Ayotzinapa en la noche de Iguala, lo devuelve al inolvidable capítulo tlatelolca de hace tantos años.
En 1968 se le decía asesino al ejército, a escondidas. Hoy se le pintarrajea escarlata, la acusación en la puerta de su principal Campo Militar en el centro del país, mientras se siembran procesos contra varios mandos y personal de tropa, no para satisfacción de la justicia y la exactitud, sino para lucimiento y justificación de una comisión confundida entre la verdad y su necesidad.
Y además la negación de su naturaleza, la cual debió ser respetada y comprendida antes de endilgarle responsabilidades ajenas a su origen, disciplina y ciencia.
Es la con secuencia final de ordenarles abrazos, no balazos. Para eso hay otras instituciones; no las fuerzas armadas. La demagogia ha querido cambiar la Escuela Superior de Guerra, por la Academia Superior de Abrazos.
Y los militares –desde el 2006–, en medio del capricho, a pesar de la promesa de regresarlos a la vida castrense.
“… no pelear, no disparar para donde yo estuviera; él podría escapar de la pelea, largarse para otro parte, ¿pero yo?. … No matar a los de enfrente, ¿y entonces qué?, ¿dejarse matar por unos o por otros? Fácil es aconsejar desde lejos y torcer una vida que no es la de uno. No mates a tu hermano, déjate matar por él; no tires sobre los oprimidos… como si todos no fuéramos oprimidos por el mismo yugo y no sufriéramos todos de manera parecida.
“¿Desertar?, ¿para qué, me mataran como al pobre de Otamendi o para que me fusilaran los míos? Mi compadre Celedonio no alcanzaba a comprender lo que cada uno llevábamos adentro,
ni a distinguir el surco de cada sembradora…”
HOMENAJE
A todas luces resulta insólito el homenaje de Andrés Manuel López Obrador a un gobernador ajeno a su partido y posible candidato presidencial para contender contra Morena en el cercano 2024.
Al menos así podría considerarse el anuncio reciente –insólito, extraño, heterodoxo–, para festejar a un mandatario estatal en funciones.
Ya hay hasta fecha, planteada inicialmente para el 25 de noviembre, antes del fin del periodo constitucional de Alejandro Murat, en Oaxaca, estado favorito para las giras presidenciales de fin de semana. Más de treinta.
Como cantaba Chico Che
“…Déjame hablar con tu conciencia
“Preguntarle la verdad
“Si tus caricias son sinceras
“O todo eso es falsedad…”