En el reciente asalto tumultuario contra la violada Constitución hay varios personajes, como en una obra de teatro.

Hay, obviamente, un dramaturgo. 

Un escritor cuyo talento puso a los actores en la escena. Naturalmente ese escritor es el presidente de la República quien abandonó el decoro propio de su investidura y comenzó a dictar públicamente el libreto y a dirigir  desde su casa la puesta.

Admito –dijo–la prolongación de la presidencia del cortesano Zaldívar porque es el único capaz de llevar adelante mis propuestas, mis proyectos y mis órdenes. Así son los escritores: tiene en sus manos la vida y el destino de sus personajes.

El segundo papel en importancia en este elenco –mitad opereta, mitad comedia –, es el siempre elocuente y suavecito (en apariencia), Ricardo Monreal, en su papel de  alfil del Palacio, dispuesto a deslizar en los ropajes del mediocre Bolaños Cacho (apenas un paje), el transitorio envenenado para darle continuidad al personaje central: Arturo Zaldívar quien durante una semana anudó (mal) sus argumentos en favor de una constitución a la cual le puso la soga en el cuello. 

Su monólogo constó de un ritornelo traicionado en los hechos: el bien de la Nación, de las instituciones, de la sabiduría del pleno –cuando se ocupe del caso–, de su excusanza, de su apego a la legalidad, de la vigencia democrática del orden constitucional. Mentiras. 

Después de Edmundo Valadez, Arturo Zaldívar ya podría editar nuevamente la revista “El cuento”.

Una semana preparó su papel de custodio de los bienes contra los cuales actuó sin recato, amparado en la discreción procesal y con disciplina. Así haya sido a costa de su honor (dicen), pero todos lo sabemos: la corte bien vale una misa.

Y la gratitud presidencial y la consecuente recompensa, valen más.

Otro personaje, antagónico pero necesario fue el tribuno antañón, Porfirio Muñoz Ledo quien como Jeremías en la cisterna (“el que se quede en esta ciudad morirá a espada o de hambre”), se lamentó de la traición de sus, alguna vez, amados correligionarios comenzando por el mayor de ellos, quienes no merecen la herencia del movimiento iniciado por él y otros, hace ya muchas lunas, y se dolió de sentirse al borde de la renuncia, cosa muy simple de solucionar: renunciando sin mayores aspavientos, ni melodramáticas advertencias. 

Así como lo hizo alguna vez en el poderoso PRI, el menos poderoso PRD; el nada poderoso PARM y tantos y tantos otros rincones de su crónico mimetismo político (hasta con Fox anduvo), para decir. Nacho, porque me has abandonado.

Pero quien se ha llevado el premio del año por su genial interpretación del parlamentario sin parlamento, ha sido Nacho Mier. 

Mier da la impresión de un capo menor bajo cuyo mando delegado están los cobradores del derecho de piso.  Mier da mucho para pensar. Mier da mucho para sospechar.

Mier da la cuerda del trabajo sucio para agradar al patrón hasta la indigna repetición de sus argumentos, los peores, los más falaces, los menos institucionales. 

“El conservadurismo —dijo sin idea de sus palabras— opta por el derecho. 

“El liberador –y somos parte de un movimiento liberador–, opta por la justicia, por la felicidad y/o por lo que es (sea) necesario”.

 Así pues, quien preside la coordinación de la bancada mayoritaria en la Cámara de los Diputados, parte del Congreso de un poder cuya mayor función es hacer leyes –por eso se llama legislativo–, opina en contra del Derecho. 

Ni siquiera en contra de su mala aplicación o su peor interpretación; no, el derecho como ciencia, norma y orden de la vida social y lo reduce, en cháchara de inculto, a recurso de conservadores.

No se puede llegar más allá en el cinismo. Mier da miedo. Debió esperarse siquiera a la legalización de la mariguana antes de decir, como si estuviera hablando en serio: “somos parte de un movimiento liberador”

–¿Liberador de qué?

Pero quienes se han maravillado con esa puesta en escena, es por su ignorancia de los viejos dramas. Valdría la pena recordarles unas líneas de Eurípides (Medea), quizá en ellas encuentren el motivo de tanta indignidad, de tan poco respeto:

“…Los regalos, es fama, doblegan hasta a los dioses. El oro pesa más para los hombres que millares de discursos. La fortuna le sonríe. El dios favorece ahora su causa…” 

Pero otro profeta hubo además de Jeremías: López Portillo. Su temido país de cínicos, irremediablemente ya está aquí.  

–o–

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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