Corría el año 1975. Jorge Hernández Campos, poeta y ensayista formado en Italia, me invitó al Instituto Dante Alighieri con la promesa de presentarme a uno de los monstruos sagrados de la comunicación: el padre de la Semiótica, Humberto Eco quien ofrecería una conferencia.
“Eco”, me dijo al extender la mano.
Yo tenía en aquel tiempo muy pocos años y él, con esa misma mano, escribiría años más tarde la gran novela “El nombre de la rosa”, borrando de un solo golpe de genialidad, su única, irrebatible y absoluta fama de semiólogo, cosa de la cual nadie, quizá ni él, podría saber en ese tiempo.
Mi interés en esos años era documentar la crítica contra la televisión, su escasa profundidad, su perniciosa incidencia en la (des) construcción de la conciencia pública y su desprecio por la cultura.
Pero no era una intención espontánea: era una suave consigna del diario donde trabajaba, el cual se había metido (o su director lo había metido) en un pleito contra el cual usaba a la televisión para golpear al diario, una de cuyas propiedades inmobiliarias (un fraccionamiento) había sido invadido por campesinos de alquiler quienes se encargarían de poner en peligro las inversiones y contraponer a los socios de una cooperativa contra los directivos irresponsables cuya pendencia los ponía a todos en peligro. El asunto acabó cuando echaron al director a la calle. Y a mi con él. Toda una novela.
Umberto Eco me pareció en aquel tiempo un hombre típico de la intelectualidad europea. Un saco de lana, pantalones flojos, zapatos sin mérito indumentario. Barba hirsuta, palabra profunda, ojos de brillo inteligente, sonrisa fácil, sentido del humor. Sus palabras en aquella entrevista deben estar en el paginario infinito de la hemeroteca.
Mi afán (documentar la crítica contra la televisión, su escasa profundidad, su perniciosa incidencia en la (des) construcción de la conciencia pública y su desprecio por la cultura) quedó amplia y mañosamente satisfecho.
Tiempo después leí una serie de ensayos suyos verdaderamente espléndidos. Uno de ellos confirmaba plenamente la naturaleza de aquella entrevista del Instituto Dante: resolver o dirimir al menos, conflictos entre poderosos mediante el uso de los medios, los cuales se trenzan en una arena o campo de batalla (la opinión pública), en una guerra cuyo combate se desarrolla ante los ojos inadvertidos de los lectores (o televidentes) quienes se sienten objeto, motivo y finalidad del trabajo de los medios, cuando no son sino el pretexto para resolver pendencias en público por encima del interés general. Son altoparlantes en el lenguaje cifrado de los intereses de grupos poderosos quienes así resuelven sus diferencias se amenazan, se lanzan advertencias o golpes definitivos.
Los medios como fábrica de famas o desgracias. Especialmente la TV.
Cuando vino el estallido mundial de “El nombre de la rosa”, con la insólita trama de una novela “negra” en el ambiente casi medieval de una abadía misteriosa donde han ocurrido muertes inexplicables, irrumpió en la historia de la literatura un personaje ahora entrañable para muchos: Guillermo de Baskerville y la obra semiológica de Eco quedó, digamos, un poco relegada por su esplendor literario a pesar de otros logros eruditos y maravillosos como sus ensayos de materias diversas.
Su bibliografía es abrumadora.
La preocupación por los medios fue una constante en la obra de Eco, digamos la obra “social”. No la meramente literaria a la cual de manera arbitraria clasifico como “íntima” o su trabajo académico definido, tan caprichosamente como el anterior, como “enciclopédico”.
En el libro de ensayos “A paso de cangrejo”, encuentro estas ideas sobre algo cuya naturaleza ocupa y a veces preocupa a muchos con cierta dosis de ingenuidad: el control político de las masas con auxilio y operación de los medios.
Eso explica muchas cosas en México y para no herir susceptibilidades, llevaremos el ejemplo a la Italia de Berlusconi, un patán con ínfulas de padrote, encaramado por años en la cumbre del poder gracias a la TV.
“…Cada época tiene sus mitos. La época en que yo nací tenía como mito al hombre de Estado, la época actual tiene como mito al hombre de la televisión. Con la habitual ceguera de la cultura de izquierda, la afirmación de Berlusconi (de que nadie lee los periódicos, pero todo mundo mira la TV) se ha interpretado como su último patinazo insultante.
“No lo era; era un acto de arrogancia, pero no una tontería.
“Si sumamos todos los tirajes de todos los periódicos italianos (en México el asunto sería peor), obtenemos una cifra bastante irrisoria en relación con la cifra de los que sólo miran la televisión.
“Calculando además que solo una parte de la prensa italiana es crítica con el gobierno actual y que toda la TV, RAI más Mediaset, se ha convertido en la voz del poder, Berlusconi tenía más razón que un santo.
“La cuestión es controlar la televisión, y los periódicos que digan lo que quieran”.
Eco podría ser uno de los últimos intelectuales “totales”. Un hombre insultantemente agudo, inteligente, creativo, reflexivo y creador.
Quizá por eso en la nota final del diario “La República”, se le brindó una elogiosa e insuperable definición:
“…Tras difundir la noticia de su fallecimiento —pocas veces la expresión Italia está de luto ha tenido tanto sentido—, el diario “La República” escribió en su “web” un titular que resume muy bien la personalidad de Eco y el respeto, casi unánime, que despertaba en Italia:
“Muere Umberto Eco, el hombre que lo sabía todo”.
Guardo para su último recuerdo esta frase contenida en su último libro “Número cero”, la aventura de un diario inexistente:
“Las noticias no hacen los periódicos; los periódicos hacen las noticias”.
Y también, como valiente expresión del “espíritu de los tiempos”, su insuperable definición sobre el avispero de las redes sociales:
“»Las redes sociales le dan el derecho de hablar a legiones de idiotas que primero hablaban sólo en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad.
“Ellos eran silenciados rápidamente y ahora tienen el mismo derecho a hablar que un premio Nobel. Es la invasión de los idiotas».
QUINTANA ROO
Mientras la elección de Quintana Roo para suceder al impresentable señor Borge oscila entre algunos desprestigiados y la rebelión priísta, vale la pena revisar estos datos:
“El gobernador Roberto Borge esta empujando una alianza con el Partido Verde para postular al diputado Remberto Estrada (verde) a la candidatura por la Presidencia Municipal de Cancún.
“Remberto tiene 26 años; terminó la prepa en la Anáhuac con muy malas calificaciones.
“Solía subir a su página de Facebook (ya no) fotos en donde aparecía en una discoteca, bebiendo champaña directamente de una botella magnum, mientras sus amigos festejaban la ocurrencia. Manejó una empresa de su papá: la quebró en menos de un año (él mismo lo contó en una entrevista). Su único mérito es su amistad con el Niño Verde, de quien se dice socio.
“El Verde es un partido desprestigiado en Quintana Roo (como en todo México). Ha apoyado todos los proyectos que atentan contra el ambiente, incluido Tajamar. Tiene una iniciativa para cerrar los delfinarios, que son una industria líder en el estado (los delfinarios de Quintana Roo, Dolphin Discovery y Delphinus , son líderes en el ramo a nivel mundial).
“En cambio, apoyó la deforestación de la tercera etapa, para construir un hotel Riu. En 2002, un candidato del Verde, Juan Ignacio García Zalvidea, ganó la alcaldía de Cancún, pero en el camino se cambió de partido y se afilió al PRD. Al final, terminó en la cárcel.
“Gabriela Rodríguez (le dicen Gaby) es oficial mayor del municipio de Cancún y está luchando por la candidatura a la alcaldía.
“Es la mejor posicionada de los aspirantes del PRI y la que tiene mejor curriculum: diputada local (2002), Secretaria de Turismo (2005), Secretaria Técnica del Gabinete (2008), Coordinadora de Asesores (2011) y Oficial Mayor (2013).
“Antes de iniciar su carrera política, fue presidenta de la Asociación de Relaciones Públicas (por seis años), y presidenta fundadora del Capítulo Cancún de la Asociación de Mujeres Empresarias (AMJJE).
“Sus ventajas: es mujer (hay paridad obligatoria), es súper honesta (jamás la han acusado o señalado de nada), y tiene fama de trabajar duro”.