Como si de pronto los habitantes del 2018 se hubieran desvanecido en el aire del Estado de México, los electores cuyo voto mandó a Delfina Gómez al cuarto de la derrota electoral en aquel año ahora celebran jubilosos el arribo al poder de la maestra, quien hizo una anodina campaña tironeada, respaldada y cobijada por Andrés Manuel (cuyo poder de antaño no fue suficiente); Horacio Duarte e Higinio Martínez.
Obviamente hay nuevos electores en el estado de México, pero por muchos como hayan sido los jóvenes de reciente incorporación al abigarrado padrón electoral mexiquense, el más grande del país, no se entiende cómo alguien puede perder y luego ganar, excepto si se toma en cuenta una circunstancia definitiva: los candidatos no ganan elecciones; las victorias son de los partidos, su organización, su militancia, su clientela y sus votantes cautivos.
En seis años de dispersión de dinero directo a través de los programas sociales, Delfina obtuvo la victoria con el apoyo de una clientela creciente. Además, en lo institucional comenzó a controlar parte de la operación del estado desde su inicial condición de “superdelegada”.
El salario rosa, un minúsculo remedo del populismo dadivoso, no fue suficiente para Alejandra del Moral quien no hizo campaña, simplemente caminó por el desierto en medio de la anarquía institucional de su desmantelado partido y el abandono del gobernador.
EL primer priista mexiquense fue el primero en salir corriendo para salvar el cutis y eso quién sabe. No todos los compromisos se respetan –especialmente si se hicieron con el saliente–, y ya bastante han hecho con el disimulo histórico ante Enrique Peña Nieto, el último presidente surgido del priismo atlacomulquense. Y dije último, no más reciente.
Las elecciones no son aulas; no dejan lecciones, pero sí experiencias. Morena no es una maquinaria perfecta, pero sí eficiente puesta a competir con el destorlongo de una campaña triple (PRI, PAN, PRD) carente de pies y cabezas.
La alianza estuvo construida de manera reactiva (algunos dirían reaccionaria) porque ni uno sólo de sus pasos, comenzando por su propia concencpión fue originado en una idea natural de la política. Se aliaron porque querían unir fuerzas contra Morena. Su existencia fue una consecuencia del Morenismo, así como hace muchos años Acción Nacional nació para combatir a los herederos de la Revolución de 1910.
No constituyeron una fuerza; sumaron tres debilidades.
Decidieron una candidatura femenina como respuesta a la presencia de Delfina Gómez. Incautos se tragaron el cuento del voto femenino automático. Alejandra del Moral, cuya soledad tanto recuerda a Margarita Ortega en Baja California fue sacrificada lo cual fue un injusto juego de crueldad política. Como aquella.
En esos tiempos Carlos Salinas buscaba ofrecer una imagen de juego democrático después de su cuestionado triunfo. A sabiendas mandaron a Ortega a competir contra Ruffo cuyo triunfo estaba pactado.
Lo demás es historia conocida.
Hoy el futuro de la Alianza está en el aire. Si no fueron capaces de construir una candidatura ganadora en un estado con doce millones de electores potenciales (no basta con ser competitivo) y hoy con jactancia intolerable dicen como Marko Kortés (sic), participamos en dos elecciones; ganamos una, están condenados a la derrota.
Coahuila tiene tres millones y un poco más de habitantes. El estado de México, doce millones de electores. Esa es la diferencia de comparar limones con sandías, independientemente del valor histórico y cultural de cada uno de los estados.
La alianza cruje y el naufragio es notable. El Partido de la Revolución Democrática se hunde en la intrascendencia. Todos sus cuadros se fueron a Morena. Esq un partido drenado y anémico.
El PRI se convirtió en un feudo de Alejandro Moreno quien no se va tentar el corazón para si se le pega la gana lanzarse como candidato, sean cuales sean las consecuencias y el Partido Acción Nacional un club desprestigiado.