Llama la atención todo el alegato “cremouxiano” precisamente cuando el país ha planteado una reforma de la radiodifusión y las telecomunicaciones, en la cual se insiste en fortalecer los mensajes culturales, la multiprogramación, la radiodifusión comunitaria y el servicio público en contra de los preponderantes.
Hace unos días recibí un largo alegato del director del Canal 22, Raúl Cremoux, en defensa (obviamente) de la primera asociación “estratégica” de la mal llamada televisión cultural de México con el actor preponderante de las telecomunicaciones en este país, con motivo (o pretexto) de los Juegos Invernales de Sochi.
Quizá sea una cuestión de escasez neuronal de mi parte, pero todavía no le hallo la cuadratura al círculo.
— ¿Dónde está el valor cultural para México cuando un señor se tira por la rampa del esquí en los juegos de Sochi, con cuya celebración Vladimir Putin movió parte de sus piezas en el dominio geopolítico de Europa?
Sochi, como todos sabemos, es una ciudad turística de primer orden con una gran tradición deportiva. Hasta “El padrecito” Stalin tenía ahí su residencia de descanso. Bueno, María Sharapova, la bellísima tenista, es egresada de la escuela de ese balneario convertido a base de millones de dólares en una olímpica ciudad llena de nieve artificial.
Pues sus Juegos Olímpicos Invernales fueron transmitidos por el Canal 22, con lo cual la magnesia se mezcló con la gimnasia.
Algunos medios han dicho lo flaco del negocio para el 22 y, en general —digo yo—, para todo el sistema de comunicación del gobierno, pero lo insólito es el argumento central del director Cremoux: no estamos para ganar dinero, ha dicho.
Bueno, no lo ha dicho así, pero textualmente don Raúl justifica la eterna penuria de una institución sin presupuesto ni capacidad, ni producción, ni “rating”, con esta frase textual, cuyo gongorismo es hilarante (primero) y cínico (después):
“…En ninguna parte del documento de su fundación (del 22), ocurrida en 1993 se habla sobre la obligación de ser una entidad donde florezca la meta crematística”.
Y vuelvo a mi pobreza neuronal.
Cosa triste ésa de no entender a la burocracia del “neosistema”, ¿pero cuando no se habla expresamente de ser “una entidad donde florezca (vaya cursi prosa) la meta crematística”, se justifica todo hasta gastar, sin ton ni son, lo poco de los haberes?
—¿Cuál debería ser “la meta crematística”? Eso es un misterio.
Por otra parte, se debe recordar el impulso inicial de la administración de Cremoux expresado hace meses en una alegre ceremonia en el Lunario del Auditorio Nacional: como no había dinero para hacer televisión, entonces se haría una orquesta de cámara, como si una camerata sustituyera a un medio de comunicación y divulgación cultural cuyos escasos productos, por cierto, son más bien como de segundo de prepa.
Llama la atención todo el alegato “cremouxiano” precisamente cuando el país ha planteado una reforma de la radiodifusión y las telecomunicaciones, en la cual se insiste en fortalecer los mensajes culturales, la multiprogramación, la radiodifusión comunitaria y el servicio público en contra de los preponderantes.
¿Y cómo se hará? ¿Con instituciones de orgullosa proclividad a usar el dinero en favores con miras al futuro?
Nunca sobra hacerse amigo y efímero socio del hombre más rico del mundo, quien sí tiene una declarada “meta crematística”.
rafael.cardona.sandoval@gmail.com