Para nadie es un secreto el papel de organización electoral y decisión política de los gobernadores en favor del partido por el cual llegaron al poder. También el control sobre los diputados de sus estados. Es una facultad no escrita.
Si no fuera de esa manera, no se entendería cómo los mandatarios estatales se fueron a meter a la Cámara de Diputados para darles línea a los padres conscriptos en la farsa del “parlamento abierto” para la Reforma Eléctrica iniciado apenas el lunes pasado.
Pero además de esas facultades los gobiernos estatales manipulan a través del financiamiento a los grupos organizados; fomentan o frenan los acarreos, disponen recursos para la llamada “operación electoral”, seleccionan candidatos y proponen alianzas. Lo extraño es cómo, con tantas posibilidades y tanta influencia, pierden o hacen perder las elecciones.
Son los casos evidentes de los recientes triunfos de Morena en Sinaloa, Sonora y Campeche. No es necesario dar más ejemplos.
En Sinaloa, con muchas evidencias y declaraciones en el camino, se sabe cómo la delincuencia organizada “apretó” para darle el triunfo a Morena: el ex rector de la Universidad Autónoma de Sinaloa, Rubén Rocha, quizá le deba su cargo a factores políticos ajenos a su trayectoria desde los tiempos del Partido Comunista.
Y uno de esos factores es la docilidad oficial ante el narcotráfico. La peor de esas evidencias fue la liberación de Ovidio Guzmán y el posterior olvido de su persecución, por instrucciones presidenciales. Después de eso era imposible perder el estado.
Y el gobernador Ordaz, mudo, silencioso como una momia, solamente tuvo tiempo para colocarse como tapete al paso del presidente y traicionar a su partido.
¿Su premio?, una embajada de oro: Madrid.
Si los españoles le han demorado el beneplácito, es por ausencia de simpatía, quizá hasta la negativa final, no tanto por los antecedentes del Judas priista, sino por el mal estado general de la relación, propiciado por el presidente y sus rancias disputas coloniales. Pero esas son lentejas de otro plato.
En cuanto a la ex gobernadora Claudia Pavlovich, quien en alguna etapa de su vida comía de la mano de Manlio Fabio Beltrones, razón por la cual ambos despojaron de la candidatura a Gándara para darle a ella el gobierno, decidió ante el cambio de rumbo de los vientos, ir a otro comedero.
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Ahora es empleada del presidente López Obrador quien la manda a Barcelona lo cual no esta nada mal. Ya podrá dejar las “coyotas” y comer langostinos en el Mediterráneo; olvidar la banda norteña y cantar en Las Ramblas, viejas canciones de Joan Manuel Serrat.
Y de paso se garantiza la inexistencia de cualquier investigación en su contra. Es el mejor negocio del mundo. Dos años pagados en un edificio de tres millones de dólares (lo adquirió Jorge Castañeda en pleno despilfarro foxista), con servicios de auriga y servidumbre gratuitos. Y todo, por cruzarse de brazos y dejar pasar a Alfonso Durazo.
Otro caso es el del efímero gobernador de Campeche, Carlos Miguel Aysa, quien no entregó el cargo, culminó la entrega del estado a Morena, iniciado por Alejandro Moreno. Una doble vergüenza.
Pero hoy los platos de lentejas, superiores al del célebre Esaú, se sirven en consulados y embajadas. Manjar de traidores y acomodaticios.
ECO
Según la mitología, el eco es la voz de una ninfa castigada cuyo castigo consiste en repetir la última palabra escuchada.
En ese sentido la señora Claudia Sheinbaum, jefa de gobierno de la CDMX, es una ninfa repetidora. Todo cuanto diga el PEUM, halla eco en la aspirante, suspirante.
Pero hasta para repetir debería ser selectiva e inteligente. Esa égloga al gobernador veracruzano, es una pena ajena.
¿No tienen una sola idea propia? ¿Todo debe ser repetir y repetir los dichos del jefe?
“Mini me” le decía el Doctor Evil a su enano clon.