Las denuncias de Salinas sobre el intento fallido de abatir su gobierno son una cortina de humo para victimizarse cuando desde hace mucho tiempo la opinión general le viene adversa.
¡Estate sosiego!, le decían las señoras a sus hijos o nietos en otro tiempo.
La tumba sin sosiego se llama el maravilloso ensayo de Cyrill Connolly sobre la condición humana. En este sentido no quiere nadie, obviamente, mandar con reposo, o sin él, a ninguno de estos caballeros —nuestros ex presidentes— a la sepultura, pero el caso actual llama la atención por su inquieta condición contemporánea, su activismo verbal y en ocasiones político, circunstancia a todas luces inconveniente, pues su primer efecto —a querer o no— es la pérdida de atención sobre los afanes reales de la presidencia en turno.
Las alertas trepidantes y tardías, inútiles y apenas visibles de Carlos Salinas como veladas advertencia hacia Peña Nieto sobre los riesgos de reformar o seguir en el camino de las reformas —consecuencia de las mías— y hacerlo sin su aval y consejo, viene a ser no sólo un desplante, sino una audacia insensata.
El sofisma de Salinas es tan viejo como el truco de un mago con conejo en la chistera: a mí me quisieron derrocar por las reformas, tú estás haciendo reformas, te van a querer derrocar también, pero aquí estoy yo para salvarte con mi consejo, asesoría e influencia. Y eso es falso en todas sus premisas.
Las denuncias de Salinas sobre el intento fallido de abatir su gobierno son una cortina de humo para victimizarse cuando desde hace mucho tiempo la opinión general le viene adversa. Pocas personas gozan de tan mala fama como él. La opinión pública recuerda y condena cómo durante su gobierno volvieron los magnicidios y comenzó a alzarse la ola de sangre en la cual navegamos todos algunos años después. Y eso por no contar con el alzamiento guerrillero indigenista del EZLN sobre cuya naturaleza y consecuencias no tiene ahora caso abundar
A fin de cuentas su repentina aparición con una entrevista a modo, acrítica y sin sustancia más allá del servicio prestado, terminó en un pleito de intrascendencias contra Manuel Camacho, quien lo llama amnésico, mientras aquel lo tilda de irrelevante y lerdo para el aprendizaje. Cosas de la plaza, del mercado; pleito de marchantas.
Por su parte, Vicente Fox se deslengua, tal es su costumbre en los asuntos del control de la mariguana o su legalización para consumo recreativo y organiza seminarios, reuniones plenarias y asamblea para tal fin, mientras vende sus servicios de capacitador mercadológico a todo aquel cuya resistencia sea poca ante el golpe del alfanje de sus peticiones. Y a cambio de ello, desde la campaña, se alza como aliado y promotor de Enrique Peña, quien podría decirle aquello de la ayuda y el compadre.
No me ayudes, no me ayudes. De todos modos ya echaron abajo los contratos de Oceanografía, así los socios y entenados amenacen con amparos y peticiones nulidad de sus actuales condiciones.
Por su parte, Ernesto Zedillo quien desde Davos propone una reiterada circunstancia de legalidad en el estado de derecho (luego entonces acusa a Peña de no haberlo puesto en ejercicio), parece burlarse de su propia condición, pues todo cuanto hace o dice es a toro pasado. Orden jurídico promueve cuando él mismo le dio un “golpe de Estado” al Poder Judicial cuando desmanteló la Suprema Corte de Justicia. Eso además de mala memoria es borrar del calendario el 10 de mayo.
Pero en su búsqueda por el estado jurídico pleno e ideal, Zedillo la emprende, bajo cuerda, contra la ley ferroviaria a favor de sus patrones en los sistemas ferrocarrileros de los Estados Unidos, donde vive en la cómoda y apátrida condición del desarraigo y el desprecio por México.
“Ni soy de aquí, ni soy de allá”, cantaba el argentino.
Pero quien se lleva la medalla de oro es el taimado ex becario de Harvard, Felipe Calderón, quien cansado de simular una vida académica para la cual natura “non” le dio, viene a presentar una fundación (cualquier membrete ahora se llama Fundación) cuya finalidad (hágame el refabrón cabor) es el Desarrollo Humano Sustentable, lo cual suena como una mezcla de Og Mandino con Ignacio de Loyola. Nos recuerda aquel fascistoide grupo llamado DHIAC (Desarrollo Humano Integral AC) cuya influencia en el PAN ha sido tan notable y conocida como para no insistir sobre ella. La patraña panista del humanismo es un pescado podrido. Ya no hay quién se lo trague.
La intervención de Calderón en la política, su retorno con promesa de no volver, no tiene obviamente otra intención sino colocar a Ernesto Cordero en la presidencia del Partido Acción Nacional cuando ya le falló su otra carta: instalar a su modosa cónyuge en el aparente mando.
Quizá por eso cuando Calderón hablaba en el Club de Industriales, algunos ciudadanos desplegaron en la avenida Campos Elíseos mantas en su contra: “Salinas=Calderón; Pobre México”.
Pero él pagaba su peaje político: “…respeto mucho todos los puntos de vista y reitero que ojalá y los esfuerzos que realiza el gobierno federal puedan fructificar, y en ello será clave el fortalecimiento institucional”.
¡Vaya panda de impresentables!, diría el milonguero.