No hace falta mucho sentido común  para preguntarse en  el Caso de Nochixtlán, como en tantos otros, quienes son y de dónde vienen “los infiltrados”, ese conglomerado humano anónimo y omnipresente (lo mismo en  marchas en el DF o en casos oaxaqueños, michoacanos o chiapanecos con tijera para pelar) al cual se le achaca toda responsabilidad, especialmente cuando los “movimientos sociales” se convierten (o se desenmascaran)  en grupos de choque amparados por el santo derecho de la manifestación, la protesta y la lucha redentora.

En ese sentido vale la pena reproducir las explicaciones de Enrique Galindo, responsable de la Policía Federal, entrevistado ayer por Ciro Gómez Leyva en Radio Fórmula. La primera pregunta tras leer esas declaraciones, ¿de dónde sacan los maestros armas para atacar helicópteros? Y si no son ellos, ¿quiénes con?

Como en la famosa rumba del son de La Loma, ¿de dónde son los atacantes?

“EG.- …Siguen transcurriendo, se siguen escuchando (las detonaciones) ; a mí me ponen en altavoz, yo escucho efectivamente algo que parece parecen detonaciones, pero me empiezan a reportar personas, civiles heridos por armas, pero también policías; hay siete policías, entre estatales y federales, heridos por arma de fuego.

“Y entonces es una situación totalmente distinta, ya no es una manifestación, ya no es un escenario ordinario de desalojo, ya no es en ningún momento, en ningún momento tiene características usuales, donde tienen que ver el de ciudadanos queriendo ejercer su derecho de protesta.

“Es otra cosa, yo lo he estado…

“CGL: ¿Es una emboscada a la Policía Federal?

“EG: No sólo a la Policía Federal, a la policía estatal…

“CGL: Bueno, incluso estatal.

“EG: En general, porque estábamos coordinados.

“CGL: A la policía, ¿es una emboscada a la policía?

“EG: A la policía, muy estratégica porque empieza también a envolvernos. Se organiza mucha gente, una gran cantidad, se juntan, en un momento dado llegan hasta dos mil gente a envolver a la policía.

“Yo ordeno una retirada táctica, digo, no es momento ya de estar ahí.

“Ordeno el retiro de nuestra gente y empiezo a movernos y ya tampoco nos dejan movernos con facilidad. Yo ya traigo heridos de bala, de todo tipo, pero traigo heridos de bala. Se solicita el apoyo aéreo, déjame decirte que mis dos helicópteros tienen daños por bala, los dos helicópteros que operaron ayer…

“CGL: ¿Dos helicópteros con daños de bala?

“EG: Sí, los dos están certificados, yo ayer los vi y uno de ellos bajó para retirar a dos heridos graves que tengo, bajó en esa zona para poder evacuar a dos heridos graves y viene una retirada, al mismo tiempo -estamos hablando ya de las 11:00-11:30 de la mañana- se pide el apoyo también a la policía, incluso estatal y federal, para ir a enfrentar a ese escenario, y es donde llega el grupo de Policía federal y estatal, con sus armas de cargo a tratar de apoyar a la población en ese escenario donde estaban siendo agredidos tanto la población…

“CGL: ¿A qué hora llega la policía ya armada?

“EG: Calculando a las 11:30 de la mañana, más o menos.

“CGL: 11:30.

“EG: 11:00, entre 11:00 y 11:30”.

HUGO L., CARAJO 

–Mire compadre, cuando escriba mi nombre, Hugo L. No me quite la “L”. Eso es sagrado para mí. Hugo L.

–Ya compadre, no sea neuras, total una letra más una letra menos. Importante es su firma en el texto. Lo demás no cuenta. No joda.

–¿Neurótico yo, neurótico yo, compadre. ¡Carajo!, es el colmo.

Y se marchó con primoroso azotón de puerta. En la firma de uno de sus textos, siempre pulcros, bien escritos casi perfectos, alguien olvidó la “L” de Leonel. Grave pecado.

Pero así era mi amigo fraterno Hugo L. Del Río quien murió en Monterrey el sábado pasado. Con la historia común yo podría llenar esta edición y aun faltaría espacio:

La vida nos reunió, como se solía hacer en los tiempos iodos,  en la taberna y la redacción, el taller del trabajo,  los sueños, el ajedrez, las mañanas de caminata en el centro de la ciudad, la mesa, la pista del lupanar y la noche de los misterios.

Fuimos cómplices, amigos, hermanos de mucho y por muchas cosas y ahora este gordo cabrón, en sus últimos años parecido a las barbas canosas del Padre Pío, se larga de este mundo y se va después de mucho tiempo de no vernos, porque la vida une pero también desune, teje y desteje como la eterna Penélope sin Ulises. La vida a veces ya no espera a nadie. Simplemente se acaba y se va, como Hugo L.

Adiós, pues.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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