¡Ah! como sonaban chulos los discursos encendidos a favor de una imaginaria unidad latinoamericana libre por fin de los Estados Unidos y ya de pasadita hasta del Canadá. Era como si los eternos adolescentes hubieran de pronto hallado la adultez; la vida autónoma e independiente, como si de veras ya las cosas fueran distintas y las venas abiertas descritas por Galeano hubieran dejado de sangrar.
Casi como aquel borracho de Ciudad Juárez quien cada quince de septiembre les gritaba a los del otro lado del puente. ¡Viva México, gringos muertos de hambre!
Igualito. Asi de ridículo.
Pero la euforia latinoamericanista, comprensible quizá para los gobiernos de la izquierda continental algunos de cuyos herederos todavía se educaron en el antiyanquismo de la Guerra Fría, tan lejano de la postura mexicana tradicional de aprovechamiento y distancia; de ir y venir, de pasos laterales y alianzas benéficas a la larga, no se aprecia como un avance de un gobierno de derecha. Cuando mucho es una simulación muy costosa.
El acercamiento a Cuba, Venezuela y Bolivia no puede significar ningún beneficio inmediato para México. Es más, le podemos quitar el adjetivo. Cuando el país se ha hundido en la peor crisis económica de los tiempos recientes y depende para su recuperación del crecimiento de la economía estadunidense, no parece el tiempo más oportuno para dale un portazo en la jeta a los americanos y celebrar su exclusión con los compañeros de la fiesta del charango y la quena.
Dos días después de la clausura de aquella mojiganga (en cuya organización nos gastamos el dinero con el cual hubiéramos podido mantener intacta la representación de la Unesco, de preferencia en otras manos), la señora Jeannette Napolitano habló de México como una tierra sin ley. Al menos en el límite de su frontera, en Ciudad Juárez.
Después de eso vino la señal de clausurar el consulado auxiliar de Reynosa. Y apenas hace tres días, el anuncio de un cierre de fronteras al camarón mexicano, en cuya pesca se arrastran algunas pobres tortugas cuyo único pecado es nadar en zonas de captura.
Hoy el pretexto son los quelonios como hace meses fueron los delfines para bajar la cortina a las compras de atún, así como hace tiempo fue la radioactividad de las varillas hechas con acero mexicano y durante treinta años la poca sanidad del aguacate y de cuando en cuando las bacterias del jitomate.
Pero Estados Unidos siempre halla una buena causa para insistirle a este país sobre quien manda en la injusta e inevitable relación bilateral y de paso, ahora cuando estamos metidos en la revisión gozosa de nuestra historia, recordarle quién ganó la guerra de 1847 cuando nos quedamos para siempre reducidos a la mitad, un cuarto de siglo después de la consumación de nuestra Independencia.
Ya de la participación gringa en el movimiento revolucionario y el constitucionalismo carrancista, ni hablamos.
Pero a cambio de los discursos latinoamericanistas, hoy le podemos vender nuestros camarones a Simón Bolívar. De seguro el General sale de la tumba y así como perseguía (dicen) a la Güera Rodríguez se va a ir detrás de los crustáceos proscritos por el Tío Sam.
Por lo pronto vale la pena recordar el tamaño del daño. En 2008 la Sagarpa divulgó estos datos:
“El camarón fue la especie pesquera que mayor actividad económica generó en México el pasado año, con un valor comercial total de 6 mil 300 millones de pesos (unos 590 millones de dólares)… en términos de volumen, durante 2007 se pescaron y cultivaron 144.000 toneladas de camarones en todo México…
“Esta suma representó el 44,39 por ciento de los ingresos pesqueros totales en el país, por delante del atún, con 1.297 millones de pesos (equivalentes a 121 millones de dólares), el 9,72 por ciento, y la mojarra, con 656 millones de pesos (unos 61 millones de dólares)…
“En términos de volumen, durante 2007 se pescaron y cultivaron 144 mil toneladas de camarones en todo México”.
Como se sabe una buena parte del camarón producido en México, especialmente en Sinaloa y Sonora proviene del cultivo; no de la pesca. Pero al gringo le da igual. Pronto inventarán un extraño bicho cuya virulencia ha infectado las larvas; van a argumentar alguna enfermedad transmisible por el camarón de granja o le achacarán propiedades cancerígenas a la reja y así extenderán la prohibición hoy sustentada en el daño a la fauna marina por la captura de tortugas cuya imagen doliente y moribunda aprisionada en las redes, veremos día con día en los noticiarios, especialmente esos cuya consternación por la vida silvestre los lleva al delirio dizque protector.
Se trata de complicarle la vida al gobierno. A ver si así deja las malas compañías.
–¿Después de esta muestrecita (y las cosas por venir) insistirán en una entrevista Fidel Castro- Felipe Calderón? Son capaces. Cuando se quiere rebasar por la izquierda uno se puede caer a la cuneta…