La irrupción del presidente de la República en la constitucionalidad de los matrimonios homosexuales y todas las variables de la sexualidad humana incluidas las transformaciones de género, expresadas gráficamente en la coloración de la Casa Presidencial con los libertarios colores del arco iris de la diversidad (como en Washington lo hizo Obama, por cierto), han generado decenas de comentarios remolones, en algunos casos; políticamente correctos, en otros y plenos de desconfianza en unos más.
A regañadientes quienes malquieren al Presidente han aplaudido así haya sido por compromiso. Pero han aplaudido todos los avanzados y todos los “demócratas de la sexualidad”. No tenían de otra. La bebían o la derramaban.
Pero también ha habido acrimonia y molestia, especialmente dese los círculos más reacios a la apertura sexual en todos sus campos, básicamente desde los sectores más retardatarios de la iglesia católica y sus seguidores.
Hoy los mexicanos viven el derrumbe (al menos jurídicamente) de aquella famosa frase de Lord Alfred en torno del amor avergonzado hasta para pronunciar su propio nombre. No el suyo, obviamente, sino el de la pasión “uranista”, como habría dicho un sodomita bien ilustrado en el siglo XIX.
Como todos sabemos Alfred Douglas era un poeta (o un intento de poeta, según podemos leer en su mediana obra), enamorado de Oscar Wilde. La frase célebre sobre el amor de nombre inconfesado, aparece al final de estos versos del poema “Dos amores”:
“…Vestía una túnica púrpura, cubierta de oro
con el dibujo de una gran serpiente cuyo aliente
era una llamarada, y cuando le vi
sentí una gran pena, y grité:
“Dulce joven,
dime ¿por qué, triste y suspirando, vagas
por estos apacibles lugares? Te lo ruego, dime la verdad,
¿cuál es tu nombre? Él respondió: “Mi nombre es Amor.”
Inmediatamente, el primero se dio la vuelta hacia mí
y grito:
“Está mintiendo, ya que su nombre es Vergüenza,
pero yo soy Amor, y yo estaba acostumbrado a estar
solo en este bello jardín, hasta que él vino
sin ser llamado durante la noche; yo soy el verdadero Amor,
yo lleno los corazones de ella y de él con fuego mutuo.”
“Después suspirando, dijo el otro: “Entonces permíteme que me presente,
yo soy el Amor que no se atreve a pronunciar su nombre…”
Y aquí cabe una digresión. Lord Alfred escribió en 1882. Juan Gabriel, un poco después. Pero Aguilera dijo:
“…y aunque no quieras, este amor que yo te ofrezco
y aunque no quieras, pronunciar mi humilde nombre
de cualquier modo, yo te seguiré queriendo.” Bueno.
Pero de regreso a Wilde y a Alfred:
Como todos sabemos el padre de ese joven era un colérico escocés llamado John Sholto Douglas (Marqués de Queensberry), cuyo paso por la vida se ubica con la promoción de los juicios contra Wilde, a quien metió a la cárcel, y por la reglamentación del boxeo amateur (Normas Queensberry).
A principios de 1894 Queensberry le escribió a su hijo (SE):
–“Tú intimidad con este Wilde debe cesar o te repudiaré y dejaré de darte dinero«. «No voy a entrar a analizar esas relaciones íntimas, y no haré cargos sobre ella; pero para mí hacerse pasar por algo es tan malo como serlo«.
“Douglas le respondió en un telegrama:
— «Vaya un divertido hombrecillo que eres«. Esta respuesta al parecer le causó un poco de malhumor al desencantado padre.
“Queensberry (Creative commons) empezó poco a poco a tomar medidas desesperadas para finalizar la relación. Amenazó con palizas a gerentes de restaurantes y hoteles si descubría a Wilde y a su hijo en sus locales.
“En junio de 1894, Queensberry acompañado por un campeón de boxeo, apareció sin avisar en la casa de Wilde en Chelsea.
“Se produjo una fuerte discusión que finalizó cuando Wilde le ordenó a Queensberry que se fuera, diciéndole:
«No conozco las normas Queensberry, pero la norma de Oscar Wilde es disparar a matar«.
En fin todos estos avances jurídicos hasta llegar al texto constitucional ya estaba escritos en un sabio consejo mexicano de muchos años atrás: cada quien puede hacer de su culo un papalote…
Ahora sí.
MADURO
Al parecer en Venezuela solamente madura, poco a poco, la violencia.
Don Nicolás Maduro, el presidente de ese país (lo crea usted o no, eso sigue siendo un país), amenaza con “calentar las calles”.
Debería tener cuidado, calentar la plaza tiene consecuencias muy serias. No es un juego, es algo trascendente, con inolvidables consecuencias.
Las armas siempre están mejor en el estuche.