Personas sin mejor quehacer han tratado de hallar en los números una simbología propiciatoria. Modernos arúspices, nigromantes sin palomas destripadas; tramposos de la interpretación, facilitadores de la charlatanería de fácil acomodo.
Todo eso son para mí numerólogos y demás Casandras de circunstancias sin mayor significado.
Nos hemos reído de ellos desde el “Y2K” con cuya repetición pusieron a temblar a quienes creían en una especie de revancha anticipada del mundo cibernético en contra de sus creadores.
Los dígitos finales del fin del milenio, expuestos en el terrible doble cero, iban a causar el caos planetario. No pasó nada.
Como nada ocurrió por el misterioso designio del 2010. Tampoco sucedieron cosas mayores en 1810 ni en 1910, debemos decirlo. Cuando mucho son las fechas iniciales de procesos sociales extendidos durante muchos años. Preludios, al fin de hechos realmente importantes.
Pero la vagabundería de la imaginación necesita este tipo de cosas para felicidad y empleo de tantos.
La realidad, cuyas evidencias nos echan abajo las alas de cualquier forma medianamente razonable del optimismo, no nos permite distinguir –ni siquiera en medio de la barahúnda de los medios–, entre el anhelo y el auspicio.
En ese sentido todos queremos las mismas cosas. Hasta los delincuentes y sus víctimas quieren lo mismo: una vida cómoda, sin complicaciones, sin cruces en la espalda; sin lágrimas en el valle. Tranquilidad, salud, dinero.
Ponga usted todo eso en el orden de su pragmatismo. Defínase como un idealista o como un religioso, o como un cínico tan duro como una moneda firme o un alma de piedra. Haga las cosas como le convenga pero convenga conmigo: todos queremos lo mismo, a fin de cuentas.
Trabajamos (legal o ilegalmente, lo mismo da para esta exposición de finalidades), por “aver (sic) mantenencia e por aver juntamiento con fembra (sic) placentera”, tal nos lo enseñó para los siglos (desde el XIV esa es palabra oportuna) el Arcipreste de Hita.
Y ojalá no me vengan ahora a hinchar, como se dice en Argentina, los políticamente correctos defensores de las igualdades del mundo y a mostrar el implícito “machismo” en la cosa esa del juntamiento y la hembra como fuente inagotable de placeres carnales y de los otros.
Ese puede ser un buen deseo de año nuevo, no confundir (y ahora cito a Gabriel García Márquez), “el culo con las témporas”.
Pero toda esta divagación nada más tiene una finalidad: pensar si las cosas pueden cambiar cuando no se cambian sus factores.
Hoy, cuando ya todos somos expertos en el análisis de la inseguridad nacional cuyos excesos resultan absolutamente insoportables –con todo y las ejecuciones aparentemente extrajudiciales como la reciente de “La pelirroja colgada”–; hasta el punto de impulsar un cambio en la orientación hasta del sistema político completo con riesgo, dicen los espantados de la impotencia, de regresar al pasado.
A ver niño, ¿cuándo lo reciente se convierte en pasado? ¿Es en verdad pasado el día de ayer?
Vale la pena tratar de entender los fines y los medios.
Hasta la fecha hemos vivido con unos medios heterodoxos cuyo resultado no ha modificado la realidad. No se han logrado los fines. Ni siquiera los procedimientos excepcionales nos han llevado a la tierra de leche y miel. Y esa era (ya no lo es más) la única razón para disculpar (a futuro) la heterodoxia: el éxito.
Pero el agua no ha quitado nuestra sed.
Al contrario, es como si el país hubiera bebido agua de mar. Se ha escaldado y por la garganta le bajan horribles las medusas urticantes. Ni el vómito de sangre nos ayuda.
Quisimos atacar la violencia y generamos más violencia.
Pasamos de lo junto a lo pegado, viajamos de Guatepeor a la sima. Y sin escalas.
Por eso nuestros anhelos no parecen corresponder con nuestros auspicios.
Ya no han dicho los jefes de las armas nacionales cuál es la circunstancia actual. La razón para sacar a los militares de sus cuarteles y meterlos en labores impropias de su naturaleza de combate final, fue para darle tiempo al tiempo y lograr policías confiables en todo el país; fuerzas de seguridad pública incapaces de coludirse ni trabajar hombro con hombro o de la mano con delincuentes de toda laya, estilo y crueldad.
Pero eso no ha sido posible y como nos lo han dicho ya en todos los tonos, desde la contundencia de las palabras presidenciales cuyo monotema nos lleva a un discurso de año nuevo cada día del año, hasta las indiscreciones de “Wilkileaks”, tendremos por delante una década en estas mismas condiciones.
La pregunta vuelve a repetirse: ¿entonces la violencia es culpa de quienes quieren combatirla o de quienes por el combate en su contra se tornan más violentos?
Ninguna de las dos cosas sino todo lo contrario. ¿Quién fue primero, la gallina o el huevo?
En este momento la nación ya no queda satisfecha con el diagnóstico de sus males y la correspondiente expedición de certificados de paternidad o maternidad de unos o de otros. El clamor es uno solo: paren esta violencia, detengan esta inseguridad. ¿Quienes? Aquellos cuya obligación es esa. Punto.
Así pues el 1.1.11 a las 11 a.m cuando comencé estas líneas, no tendrá significado alguno más allá de simpática la casualidad.
“Quítale la mitad del número pensado”.
Este año será igual al terrible año anterior y a los siguientes. No soñemos, no confundamos nuestros deseos con nuestras posibilidades.
Año violento, quizá infecundo en cuanto a la finalidad pretendida. No importa cuántos capos caigan, ni cuantas cabezas más le broten a la hidra. Todavía tenemos por delante, nos lo ha sido anunciado (ese es el auspicio; no forzosamente el augurio).
Por lo menos en eso nadie nos ha mentido. La cosa va para más.
¡Ajústense sus cinturones!
MALOVA
Una vez más se cumple el rito.
El nuevo gobierno de Sinaloa nace arropado en los pañales algodonosos de las promesas de honestidad, eficacia, inclusión, pacifismo y concordia.
Mario López Valdez, el gran “Malova” se sienta en la silla ocupada hasta hace unos días por Jesús Aguilar a quien menciona en séptimo lugar en el proemio de su larga alocución en el Congreso del Estado, -antes de saludar a los (otros) ex gobernadores. Y nada más.
Malova cumple al menos en la oratoria con los compromisos por los cuales se hizo del poder local: la alianza con el Partido Acción Nacional. Hombre de fiar, dicen algunos hace pública profesión de lealtad al Presidente de la República. Como antes.
Solemne hace un par de promesas sobre cómo piensa enfrentar los problemas de la falta de seguridad en un estado donde por quítame estas pajas o estas pacas o estos gramos, la gente suelta la balacera. Así dice:
“La obra política tiene como uno de sus objetivos la creación de un gran pacto democrático para recuperar la seguridad pública.
“La seguridad es la principal demanda de los ciudadanos. En este aspecto es importante destacar la lucha frontal contra la delincuencia emprendida por el Presidente Felipe Calderón, a la cual nos sumaremos responsablemente.
“Combatiremos la inseguridad y la violencia de forma inteligente e integral. Lo haremos teniendo un gobierno con liderazgo y capacidad para ejercer su autoridad. No voy a tolerar la corrupción ni la impunidad, pero tampoco la inercia y la falta de compromiso en el cumplimiento de objetivos.
“Mi gobierno impulsará dos estrategias generales para devolver la paz a nuestro estado.
“La primera, mediante la cooperación con el gobierno federal en el fortalecimiento de las instituciones y mecanismos de impartición de justicia, para que los delitos sean investigados, y castigados.
“La segunda, a través de la producción de oportunidades de desarrollo humano; para que el crimen deje de ser una forma de vida y las actividades lícitas recobren terreno”.
Quizá alguien lo pueda explicar; pero de preferencia sería bueno tener una definición clara del Gobernador López, pues no queda muy claro cómo se hace “un gran pacto democrático para recuperar la seguridad pública”.
–¿Pacto democrático? Como dijo la sirvienta de María Félix cuando le pidió en un banquete “echar unas tortillas”: ¿Quén con quén, señora?
Si a esto no atuviéramos, podríamos decir en sentido contrario: la falta de seguridad es consecuencia de la inexistencia de un pacto democrático cuyos firmantes no quedan explícitamente mencionados en la convocatoria.
¿Pacto? Falta decir entre quienes y bajo cuáles condiciones.
LOTERIA
Hace unos días Benjamín González Roaro, Director General de la Lotería Nacional anunció la remodelación del notable edificio “Moro” en el cual se asienta la alguna vez benemérita institución de asistencia pública, cuya finalidad –por otra parte–, ha sido desplazada por las rentables instituciones de asistencia privada.
Obviamente el remozamiento de ese edificio, cuyo sistema de cimentación flotante es aún maravilla de ingeniería en una zona sísmica como ésta, en la cual ha resistido muchos terremotos sin daño alguno desde fines de la primera mitad del siglo pasado, complementa el rescate de la Avenida de la República y la plaza del mismo nombre donde se asienta el adulterado Monumento a la Revolución.
Ojalá González Roaro supervise personalmente todo el nuevo rostro de ese prodigio del “Art Decó” mexicano (similar al del Frontón México y tan valioso como muchas partes de la colonia Hipódromo) y no permita la mano del gobierno de la ciudad.
No se lo vayan a convertir los genios marcelianos en resbaladilla con nieve para llegar a las fuentecitas saltarinas del Museo de la Revolución o le pongan una pista de hielo en el salón de sorteos.