Desde Burkina Faso, el miedo lo persigue

Un texto de José Solorzano

«Estamos sobreviviendo, a nadie le gusta vivir en condiciones como éstas», señala una voz en el campamento migrante del la Plaza Giordano Bruno, la Pequeña Haití donde, además de los antillanos, ya hay migrantes procedentes de Burkina Faso, Colombia y Venezuela.

Cerca de 200 migrantes, desde menores de cinco años que se reúnen para jugar todas las tardes, y muchos adultos que rondan los 40 años. Ynuza, hombre de 36 años que tuvo que dejar Burkina Faso debido al terrorismo que ataca a su país y tuvo que cambiar su nombre (adaptarlo) al llegar a México para que este pudiera ser pronunciado.

Indica que la mayoría de sus compañeros buscan que la COMAR les entregué una tarjeta migratoria, por razones humanitarias, para llegar a los Estados Unidos. Pero otros más, como él mismo, lo único que esperan es que dicha papeleta les permita «vivir en paz» en un país que les ofrezca los recursos para subsistir. México o cualquier otro lugar, la única condición es poder vivir sin miedo.

«Lo mejor sería que nos faciliten tener esos documentos, porque todos somos seres humanos y nadie, nadie, quiere salir de su país», dijo Ynuza. Esa tarjeta permite a los migrantes acceder a servicios de salud y oportunidades de empleo dentro del territorio nacional.

“Cada uno tiene su historia”

Ynuza comentó que todos los que integran el campamento tienen miedo e incertidumbre respecto a lo que les pueda ocurrir en las próximas semanas, pues la COMAR establece un periodo de tres meses para la resolución migratoria de cada uno de los miembros de la caravana migrante que convergen sobre la Giordano Bruno. Durante este lapso, Ynuza indicó que estarán expuestos a diversas amenazas, pero principalmente a la disminución de los recursos económicos con los que cuentan.

«Pensamos que al llegar a la Ciudad de México sería más corto tener la documentación, más fácil; no voy a mentir, que ya estamos sobreviviendo y hacemos el máximo para ahorrar, es decir menos gastos, menos comida», dijo con desesperación.

El migrante comentó que si bien cada uno de los que se encuentran ahí tienen su historia de vida, todos convergen en una sola cosa: «sentimos miedo».

Ynuza tiene que pagar 45 pesos si decide bañarse en un sitio cercano. Ese martes que Ynuza cuenta su historia, llueve torrencialmente, y migrantes de la Pequeña Haití aprovechan la lluvia para ahorrarse el pago de la regadera.

La situación económica no es la única amenaza: violencia, asaltos y corrupción son parte del cumulo de retos que deberán enfrentar durante las próximas semanas.

Corrupción y racismo

El burkinés menciona que en su travesía como migrante, en la que ha transitado por Nicaragua y Tapachula, Chiapas tras partir de su país natal, ha encontrado desde personas que abren las puertas de sus hogares sin ningún tipo de interés, hasta autoridades que por ser “persona de color”, lo han discriminado.

Ynuza contó que, al llegar a la Ciudad de México, decidió hospedarse junto con cuatro migrantes más en un hotel cercano a la COMAR. Sin embargo, la sorpresa de los cuatro extranjeros fue cuando policías capitalinos ingresaron al hotel con la excusa de que su estancia en el hotel era ilegal; en esa ocasión, Ynusa tuvo que pagar 500 pesos para que lo dejaran de molestar.

En México ninguna ley prohíbe dar hospedaje a indocumentados en un hotel.

“Ellos que son de la policía, solo tenían que apoyarnos, decirnos ´tienes que llegar a tal lugar para que los puedan atender´ pero si ellos mismos nos vienen a quitar el dinero entonces ¿A quién vamos a acudir para que nos ayuden?”.

El burkanés, no obstante, señala que la gente en México ha sido muy solidaria con él y otras personas en la misma situación que ha hallado en su camino, las autoridades “son los que nos obligan a vivir en estas condiciones; aquí hay gente con su familia, con sus niños y todo, ellos la pasan más mal que ni nosotros que venimos solos”.