Entre el primero de julio y el primero de diciembre en un año de elección presidencial, pueden pasar muchas cosas.
La peculiaridad mexicana es la relativa calma superficial y el pleito submarino entre un gobierno saliente y otro entrante. Nunca hay concordia ni puede haberla. Todo se cifra o en un pacto no escrito por medio del cual quien llega jura proteger a quien se va. Jamás se puede.
No se pudo ni entre los políticos del mismo partido, ni tampoco será realidad ahora cuando quien acude presuroso a decidir el destino de la patria, ha basado su carrera política en un argumento imposible: acabar con la corrupción como si la Iglesia redentora quisiera acabar con el pecado. No pudo ni cuando operaba la Inquisición.
Pero en ese lapso —julio-diciembre—, al cual llamaremos por la obligada indefinición, gris, hay muchas ventajas: el gobierno por llegar puede anunciar cualquier barbaridad (como de hecho lo hizo durante toda la prolongadísima campaña) y después recular, arrepentirse o disfrazar su titubeo con el resultado de una consulta amañada o simplemente de un periodo de justa reflexión con el apoyo de los “expertos” siempre dóciles para dictaminar lo previamente acordado, como puede suceder, por ejemplo, en el caso del Aeropuerto.
El problema del NAIM, no es ni de ubicación ni de conveniencia: es ver quién se va a quedar con el jugosísimo negocio. Si quienes se van o quienes se acercan. Eso es todo. Lo demás, es propaganda y mercadotecnia aplicada al discurso político.
En esas condiciones y mientras no haya una real toma del poder; es decir, mientras no se pueda legalmente ejercer el cargo derivado de las urnas, con todos sus costos y consecuencias, lo más recomendable (en función del fomento a la duda), es no dejar enfriar el arroz cuyo cocimiento tardó tantos años.
Se debe mantener la hornilla encendida, tomada la atención de la clientela, colgar de un hilo las esperanzas y los temores, y en una forma decidida conservar el fogón de la incertidumbre.
Y no es nuevo. Ya el Cardenal Mazzarino le recomendaba a Luis XIV, “procura siempre que nadie sepa qué opinas sobre un asunto, ni cuánto sabes, ni qué es lo que pretendes, ni en qué te ocupas, ni qué te intimida.”
Y si esos consejos son convenientes cuando el poder se ejerce y el cargo pesa como abruman las coronas (aun cuando en este régimen no haya testas coronadas), son mucho más útiles en el periodo gris en el cual todo es para dejar de ser, en el arte siempre satisfactorio de tener al público pendiente de los detalles para no incurrir en el análisis de los argumentos.
MEXICO, ¿EN CAMINO DEL CDR?
La señora Irma Eréndira Sandoval de Ackerman (si se usará la arcaica fórmula de crear un nombre para la mujer casada), elegida por el futuro presidente don Andrés Manuel, como secretaria de la Función Pública (una institución burocrática y sin poder más allá de las inhabilitaciones simbólicas y tardías, ni fuerza para ser siquiera una Contraloría controlada por el Ejecutivo, como bien supo Virgilio Andrade), nos ha dicho de la implantación desde la cima de un nuevo sistema de espionaje y denuncia.
En una entrevista concedida a EL UNIVERSAL, la “distinguida académica”, como le dicen sus amigos y hasta su señor esposo, nos anuncia—entre muchos otros lugares comunes sobre la transparencia, la aplicación de la ley y el rechazo a la venganza—, algo parecido a los CDR (comités de Defensa de la Revolución) de Cuba:
“… Pensamos implementar reglamentos para tener una ley de protección y auspicio de ciudadanos alertadores”. Eso de alertadores es un eufemismo para decir chismosos con retribución.
—¿Una ley para protección de informantes o denunciantes?
—Exactamente, ese concepto de los whisteblowings; responde Mrs. Ackerman.
Vamos a ver si se abre una licitación para proveedores de silbatos. Miguel Ángel Mancera les podría prestar los pitos sobrantes de cuando quiso usar el pífano para acabar con las violaciones (contra mujeres) en la ciudad de México.
Por lo pronto cuídese del vecino (y si usted es vecino, vigile a los demás), porque si cambia el modelo del auto y trabaja en el gobierno, se lo van a ir a contar a la nada cándida Eréndira, quien de seguro hará como la máquina de la canción y pita y pita se irá caminando en pos de su corruptas finanzas, porque todo progreso es corrupto, sobre todo si se trabaja en la “honrosa medianía” de un gobierno de austeras promesas y recatadas condiciones.
“…Alguien debió haber desacreditado a Joseph K., ya que una mañana fue arrestado sin haber hecho algo malo…”
Con esa dolorosa certeza comienza la novela El proceso. Lo demás, es cosa sabida. Hasta Franz Kafka lo dedujo en medio de sus delirios y demencias: el terror comienza con las murmuraciones. Cuando se legaliza a los canallas, ya queda muy poco por hacer.
Pero en su tiempo, no había redes sociales.