La más reciente embestida presidencial en un pleito simultáneo, contra el Instituto Nacional de Acceso a la Información (INAI) y la Suprema Corte de Justicia (SCJN), con la debida extensión al putrefacto Poder Judicial, debería ser recibida por la población con silbidos reprobatorios, pero no es así.
El grueso de la gente (la gente importante; es decir, la masa agradecida con Morena y sus dádivas lisonjeras a través de su manifiesta defensa de clase) no solo respalda sino agradece esos ataques. La credulidad en el discurso, falso discurso de la opulencia es suficiente para adherirse a la cruzada por la austeridad, la cual es –o así se ha querido presentar—como una lucha por la honestidad y en contra de la corrupción.
No importa si el más grande desfalco de la historia se ha cometido impunemente durante esta administración. No importa o no les importa a los relativistas de antes era peor o siempre ha sido así. Segalmex no es el triunfo de la transparencia, sino de la impunidad.
Si los fondos de origen extraño se destinan a la organización política, no importa. El movimiento justifica los medios y la utilización de ese dinero basta para purificar a sus cosechadores. No importa si son los diezmos de Delfina o la pepena de David León para entregársela a Pío. Tarde o temprano el mensajero será sacrificado y el delincuente premiado.
Es increíble cómo la gleba se deja engañar. En el pleito contra la Suprema Corte de Justicia no se ha presentado un sólo alegato jurídico acusando y menos probando desviaciones jurídicas en su proceder. Todo se va en hablar de fideicomisos y gastos suntuarios y suntuosos mientras le tiran dos o tres mendrugos a quienes injurian soezmente a la presidenta de la Corte, la ministra Irma Piña. Pero nadie de la 4-T (tan sensible al tema cuando le conviene) habla de la violencia de género. ¿No habrán visto los noticiarios Olga Sánchez Cordero o Malú Micher, nuestras senadoras feministas cuando les conviene, entre muchas otras?
Los vándalos de Pino Suárez ofenden, vociferan, amagan, Amenazan y confirman, el pueblo es grosero. No, el pueblo no; ellos, rebaba apenas, rescoldo, virutas en la carpintería popular.
Pero esos croan y croan en favor del rey de las ranas. ¿Y eso qué es?, dirán algunos. Reproduzco esta fábula de Samaniego:
Sin Rey vivía, libre, independiente,
El pueblo de las Ranas felizmente.
La amable libertad sola reinaba
En la inmensa laguna que habitaba;
Mas las Ranas al fin un Rey quisieron,
A Júpiter excelso lo pidieron;
Conoce el dios la súplica importuna,
Y arroja un Rey de palo a la laguna:
Debió de ser sin duda un buen pedazo,
Pues dio su majestad tan gran porrazo,
Que el ruido atemoriza al reino todo;
Cada cual se zambulle en agua o lodo,
Y quedan en silencio tan profundo
Cual si no hubiese ranas en el mundo.
Una de ellas asoma la cabeza,
Y viendo a la real pieza,
Publica que el monarca es un zoquete.
Congrégase la turba, y por juguete
Lo desprecian, lo ensucian con el cieno,
Y piden otro Rey, que aquél no es bueno.
El padre de los dioses, irritado,
Envía a un culebrón, que a diente airado
Muerde, traga, castiga,
Y a la mísera grey al punto obliga
A recurrir al dios humildemente.
«Padeced, les responde, eternamente;
Que así castigo a aquel que no examina
Si su solicitud será su ruina.»
Pues si, pero las ranas tardan mucho en darse cuenta. Y aquí los batracios no observan, se acomodan, y si el país se llena de arrepentidos, con mayor cantidad se llena de voraces dispuestos a subirse al carromato del nuevo emperador, y todo lo justifican y todo lo aplauden.
No importa si el rey gobierna sin alguna ley más acá de su capricho. Nada vale, ni procedimientos administrativos, ni derroche ni corrupción de cercanos. Nada, mientras felices canten las ranas.
Y las ranas, felices, mientras sigan siendo eso.