Pues sí, ahí están y al parecer no quieren marcharse.

Muchas veces han traspasado la puerta, otras tantas se han sentado en nuestras mesas y se han robado el pan de nuestra mañana, la calma de nuestra cama, el sueño de nuestros hijos.

Otras veces agazapados como en espera del tiempo oportuno para saltar sobre presas descuidadas; a veces ostentosos y ufanos de su potencia agresiva y la cobardía de quien debiera hacerles frente.

No son por desgracia fantasmas o sombras o espectros asomados por el pórtico de nuestras vidas y nuestro futuro nacional –ojalá lo fueran—, sino presencias reales, elementos activos y arraigados, fincados en nuestras vidas, circunstancias y realidades cuya vigencia nos lleva a la forma ruin de convivir con lo peor, con lo indeseable.

Son nuestras características, nuestros atavismos, son los problemas no resueltos y cuya permanencia queda garantizada si los modos de hacer política, de convivir con la conciencia deslavada, alejados de la ética, de la solidaridad verdadera, de la compasión posible, no cambian en México.

Son las peores tradiciones y no son por desventura las únicas ni las más graves. Hay cosas peores aún. El crimen, la sangre, el abuso, al abandono, el desamor.

El rector José Narro, con un pie en el umbral de salida de su segunda rectoría en la Universidad Nacional Autónoma de México nos ha advertido con claridad de esas presencias amenazadoras.

Ha hablado en la ceremonia casi final de su tiempo en la UNAM, en ocasión del reconocimiento a una docena de talentos superiores, presencias mayúsculas en el campo del pensamiento en sus diferentes áreas, especialidades y afanes. Ha advertido y ha señalado una ruta de salida. Una solución, quizá. O posiblemente una reflexión interrogante.

“–Ahí están, en la puerta de la historia, la pobreza y la desigualdad, la ignorancia y la muerte prevenible; la corrupción y la impunidad; la injusticia y la exclusión. Ahí están, apuntó, desafiantes, esperando nuestra determinación”.

Nuestra determinación.

Si determinar significa fijar los términos de algo, distinguir, discernir, tomar resolución, sentenciar o definir (RAE), nuestra determinación en cuanto a los peligrosos personajes apostados a la puerta de nuestra historia, debería culminarse con su abatimiento (para usar una palabra actual), eliminación o al menos proscripción.

Pero sólo eso nos ha dicho José Narro quien lleva en su mente esas ideas desde hace tiempo. Recordemos sus palabras en noviembre del año 2011.

“…Para los universitarios, educar es construir ciudadanía. Es perseguir la utopía de siempre. La utopía de la libertad y del combate a la desigualdad y la injusticia. La del respeto y el aprecio por los demás. La del servicio a los otros, en particular a los que menos tienen y más requieren. La de la dignidad humana que cubra a todos.

“Sin embargo, para nosotros una utopía no es ficción, quimera o suposición. Es, en cambio, ideal, anhelo y superación posible de alcanzar. Nuestras utopías no deben ser simples ilusiones, cuanto verdaderas realizaciones. Nos anima estar seguros que las utopías de ayer, son las realidades del presente.

“Es por todo esto, que seguiremos ensayando formas para educar por la paz, la libertad y la democracia, de hacerlo en la ética y la tolerancia”.

Planteadas así las cosas, la libertad, la ética, la justicia, la tolerancia son factores y también resultados, consecuencias de esa educación. Si se educa en la democracia se construye la democracia. Círculo virtuoso, ronda perfecta cuya eficacia no hemos visto hasta ahora después de tantos y tantos ensayos como hemos tenido a lo largo del tiempo.

No han logrado, los siglos de academia, de la evangelización a la escuela pública y laica y gratuita y universal, construir la cultura de la decencia final en este país donde lo mismo se fugan los presidiarios o se alteran las marcas de los deportistas para hacer trampas de cualquier clase, traficar con la influencia de los cargos públicos, medrar, sisar, esquilmar, trampear, hacer patrimonios sin honestidad, aprovecharse de manera innoble, engañar y mentir a cada paso.

La utopía no ha llegado pero no por eso se le debe dejar de perseguir. Analiza Sabine la tesis de Moro en su célebre “Utopía”:

“…producir buenos ciudadanos y hombres con libertad intelectual y moral, eliminar la ociosidad subvenir a las necesidades físicas de todos sin excesivo trabajo, abolir el lujo y el derroche, mitigar la miseria y la riqueza y reducir al mínimo la ambición y las exacciones; en resumen, alcanzar su consumación en la libertad del espíritu y adorno del mismo…”.

–¿Algo nuevo en las palabras de Narro?

Nuevo no, renovado quizá. Como la esperanza, como el porvenir.

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De pronto las páginas de los diarios, las pantallas de las tabletas y las computadoras o la televisión y las bocinas del radio se llenan todas con el mismo nombre: Manlio Fabio Beltrones.

Pocas veces la llegada de un político priista al PRI causó tanto revuelo. Quizá cuando el ideólogo Reyes Heroles tomó asiento en Héroes Ferrocarrileros hubo igual interés o morbo. También se dio cuando llegó al cargo Luis Donaldo Colosio.

El zumbido de las murmuraciones y el canto de la grillería aturdían en torno de Roberto Madrazo. También hubo coros y sorpresa cuando ocupó la presidencia con todas sus faldas bien puestas, María de los Ángeles Moreno, o cuando apareció Dulce María Sauri para entregar el poder.

Pero las razones hoy son distintas, Beltrones llega a esa posición, dicen las interpretaciones generales, las leyendas urbanas, en contra del deseo pero con la plena aquiescencia del presidente Enrique Peña quien es por definición (entre otros títulos) jefe nato de las Fuerzas Armadas y «primer priista de la Nación”, como se presumía antaño.

Quienes pujaban en contra de Beltrones para suceder a César Camacho, mexiquense entre los mexiquenses, recitaban al oído de Peña la advertencia de una rebeldía en potencia. No es el sonorense hombre fácil de dominar. Una cosa es la disciplina y otra la servidumbre.

Cuidado, no se hagan bolas, diría alguien en medio de su propia pelotera.

No se trata ahora de poner a pelear a Isidro Fabela contra Álvaro Obregón. La distancia entre Hermosillo y Toluca es geográfica, no política, diría el enterado.

“El deber me dijo –reflexiona Álvaro Obregón en su célebre “Ocho mil kilómetros en campaña”—: he aquí la oportunidad que podrá vindicarte.” Y fue en pos de ella a combatir la rebelión orozquista.

No hay ahora rebeliones formales en puerta.

A pesar de los problemas nacionales la paz general está garantizada excepto por la presencia del crimen organizado y los brotes de violencia en Guerrero, Michoacán y otros lugares donde miles de hombres armados marchan sobre el filo de la rebeldía y la tolerancia. Guardias ciudadanos, guardias rurales, guardias comunitarios, ejércitos en algunos casos hasta de 20 mil hombres sin rostro.

Gran oportunidad para Manlio Fabio. Si, pero ¿para qué? ¿Sólo para cumplir un viejo anhelo de tiempos ya pasados? ¿Oportunidad para no aburrirse en la placidez de un retiro a una edad demasiado temprana para cuyo vigor no se ha hecho la molicie?

La carrera de un hombre así, conocedor, operador, constructor de parte del neo sistema, no puede terminar en la presidencia de un partido, ni sería gustoso o conveniente corolario de una trayectoria empujar el carro para subir a otro y llevarlo a la cima de la pirámide política.

Y podríamos releer a Isidro Fabela:

“…Cuando fui atacado dura e impíamente y lo fui muchas veces, jamás pensé en corresponder a la injuria con la injuria, a la violencia con la violencia, porque así hubiera encadenado uno con otro los actos violentos, violando la Ley y manchándome de sangre las manos; y no eso no podía hacerlo; pues como dije en Atlacomulco, yo salgo de aquí, amigos míos, sin una gota de sangre en mis manos y sin un peso mal habido en mis bolsillos”.

¿Será esta la próxima oportunidad sonorense de otros miles de kilómetros “en campaña”?

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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