La ratificación ayer del comisionado nacional de seguridad, el vicealmirante y médico; Manuel Mondragón, permitió dejar en claro hasta donde la ociosidad de algunos senadores puede complicar las cosas de manera innecesaria.

El afán de notoriedad de Ernesto Cordero y algunos de sus coordinados, llevó las cosas hasta el punto de la controversia, además por una necedad tan inútil como suelen ser las cosas faltas de sentido común: ratificar y examinar a quienes ocupen los cargos de seguridad en un afán (incumplido e innecesario) de “transparencia” y equilibrio de responsabilidades entre los poderes, es en algunos momentos torear para los “villamelones”.

La insistencia de ratificar primero y someter a enjuiciamiento (evaluación) semestral a los funcionarios relacionados con la Seguridad Pública, fue un capricho cuya naturaleza cabe en la corresponsabilidad de los poderes, pero cuya obligatoriedad no está prevista (ahora) en las facultades constitucionales del Senado. Por eso fue la discusión y por eso las cosas llegaron al punto de ayer, un asunto “sub judice” en una extraña figura llamada “ad cautelam”, cuya traducción al español de la estación Balderas fue hecha por Alejandro Encinas, experto en hacer bolas el engrudo: “por si las moscas”.

Pero más allá de esta discusión, bizantina como casi todas, quedan los hechos finales: Manuel Mondragón sale del Senado como José Tomás de la Plaza de Las Ventas: con la espuerta llena de orejas. Dos abstenciones nublaron (para su fortuna) la unanimidad. Ni un solo voto en contra. Quien se abstiene no se atreve a negar ni se compromete a afirmar. Tibios sin trascendencia.

Pero vayamos a otro análisis sobre la fantasiosa actuación de ayer de los señores senadores. Jugaron a calificar, evaluar, ratificar con severidad republicana a un funcionario intocable. Y no me refiero nada más a los méritos probados y comprobados de Mondragón. Sus actos hablan por él; su carrera lo define. No, se trata de otra cosas.

El Partido Acción Nacional no podía atacarlo. Cuando mucho podía sacar su bandera de equilibrio de poderes, para no quedarse cruzado de brazos. Mondragón es intocable para el PAN –en estos campos de la seguridad–, por el nombramiento de Secretario de Seguridad Pública; hecho en su favor por el entonces presidente Felipe Calderón. Así pues no podían descalificar al único funcionario en ese rubro cuya carrera no acabó, como la de los demás, a silbidos y cojines, si se me permite una vez más el símil taurino (¿me estas oyendo, Genaro?, diría Paquita la del Barrio).

El Partido de la Revolución Democrática tampoco podía oponerse. Fue Mondragón integrante de sus equipos profesionales por más de una década. Primero como subsecretario en la SSP (desde la subsecretaría de Participación Ciudadana inventó entre otras cosas –¿me estas oyendo, Emilio, volvería a cantar “La Paca”–, el alcoholímetro); después como secretario de Salud y finalmente a su momento estelar como Secretario de Seguridad Pública.

¿Lo iban a impugnar?

Y los priistas, bueno, los priistas lo presentan como una de sus mejores piezas en la redefinición de una estrategia nacional contra la delincuencia y la violencia. Nadie podía votar en contra. Nadie, ni siquiera Mónica Arreola Gordillo quien hablaba ignorante del asunto por venir horas más tarde.

En esas condiciones la ratificación se produjo en automático. Y si a eso se le agregan sus méritos personales y profesionales, se explica la salida a hombros.

Por eso en algunos momentos daba risa y a hasta un poco de pena las maromas verbales para dizque condicionar lo aprobado de antemano. Todos querían hacerse notar, todos hablaban y argumentaban y en sus mejores momentos bordaban en el vacío.
EPITAFIO

Cuando el candidato Enrique Peña Nieto trazaba las líneas generales de su posible gobierno siempre habló del fortalecimiento del presidencialismo. El Ejecutivo en México concentra todo el poder en una sola persona. Así es la ley y así lo comprobamos ayer con todo el estrépito de lo repentino y lo sorprendente.

A muchos en el mundo académico (no en el magisterial) el cerco contra Elba Esther Gordillo los deja en la orfandad y la penuria. A otros los deja simplemente en la lona.

Durante semanas, la profesora quiso jugar con lo macabro: hablaba de epitafios. Apenas anteayer Emilio Chuayffet le regaló uno: “…no hay marcha atrás”. La reforma educativa ya dio su primer fruto. El presidente Peña realizó su segunda toma de posesión.

PENA AJENA

De veras dan pena ajena los comisionados del IFAI.

Excepto Jacqueline Peschard, cuyo prestigio viene de mucho tiempo atrás y Ángel Trinidad Zaldívar quien le puso al instituto las banderillas negras, los demás son de lamento.

Gerardo Laveaga en plena comparecencia con los senadores se exhibe en la ilimitada ignorancia de sus funciones: “la verdad es que yo soy el más recientemente llegado y creo, señor Senador, que aquí la comisionada (JP) tiene más elementos para responder a esa pregunta…”

María Elena Pérez Jaén no alcanza a explicar con toda amplitud cómo se fomenta la costosa transparencia nacional desde la ex colonia portuguesa de Macao (¿se nos habrá perdido algo en Macao?).

En los documentos previos al sainete de anteayer, los comisionados del Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de Datos no aclaran satisfactoriamente sus dispendios. Alegres exceden sus gastos presupuestados hasta en 500 por ciento. La “dolce vita”, pues.

Y de Sigrid Artz, pues ni hablar, es el cinismo con piernas. Aquí sólo queda decir como aquel viejo grafiti argentino: ¡“que se vayan todos”!

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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