Si usted cree en la condición rural como circunstancia favorable a la creación de grupos de “Autodefensa” o “guardias comunitarias”, como sucede en zonas agrestes de Michoacán, por ejemplo, o en las serranías australes del estado de Guerrero y pronto en Morelos, Chiapas y donde usted mande y guste, está equivocado. Las autodefensas “urbanas”, costosas, de saco y corbata; autos con “tumbaburro” y licencias de portación de arma, son también un distintivo de clase. Junto a los pobretones comerciantes de Tajimaroa o los opulentos limoneros michoacanos, los ricos se auto defienden en mayor proporción.

La ciudad de México, donde cualquiera protesta por un  parquímetro, es una zona sagrada en la mayoría de sus colonias de la mitad hacia arriba. Plumas, cercas, casetas, policías; privadas, callejones cerrados, cadenas, postes para apartar los estacionamientos, brazos móviles con distancia sobre el arroyo para salvaguardar el espacio de quien vive enfrente y “guaruras”, “guarros” por aquí y por allá.

Si usted tiene tiempo le cuento una escena maravillosa. Son las siete de la tarde en una calle de Las Lomas de Chapultepec. Se trata de la zona con más caro impuesto predial de la ciudad de México. Muy cerca de allí estaba la mansión dolarizada de Shenli Ye Gon. ¿Usted se acuerda de la disyuntiva, “coopelas o cuellos”? Pues allí juntito.

La quietud de la tarde se rompe con un auto veloz cuya marcha acaba en la esquina norte. Atravesado en el arroyo impide el paso de cualquiera, vecino o no. Es una barricada. Detrás de él llega uno más de idénticas características: negro, vidrios ahumados y se detiene un poco delante de la entrada de una casota. Tras ese segundo equipo de “guarros”, debidamente armados con escopetas recortadas, se estaciona, a media calle una camioneta Cadillac blindada. Las puertas no se abren sino hasta el arribo de otros dos autos de escolta los cuales duplican la maniobra del norte, pero ahora cierran la calle por el sur.

Así, cuando apenas podría pasar el viento, ese escultor de nubes en cuyos dedos bailan los colibríes, se produce el descenso del magnate de la industria cuya casa está protegida por tan singular capullo de acero. Armas largas supuestamente para uso exclusivo de las Fuerzas Armadas;  blindajes, personajes auto protegidos merced a la exhibición de su dinero y la tolerancia de quien debe tolerar. Todo se culmina en un minuto y medio. El cronómetro funciona, el estorbo se remueve, la circulación fluye de nuevo.

A fin de cuentas de quién es la calle. A diferencia de la tierra y su trabajo, la calle es de quien puede pagarla; cerrarla o cercarla con patrullas privadas. Lo participar por encima de lo público.

—Sí. ¿Y?

Por eso la reciente investigación divulgada apenas ayer en torno del fenómeno de las empresas de seguridad no reviste ninguna novedad salvo, quizá la presentación de cifras: 500 mil guaruras dispuestos a desquitar el sueldo con las armas en la mano, lo cual multiplica ventajosamente el número de efectivos del Ejército.

Algunos dicen, las empresas de seguridad están reguladas, sus efectivos y sus armas registrados, pero todos sabemos lo relativo de esa peregrina afirmación. Muchos sí; muchos no, pero si uno hurga en el pasado de todos esos agentes se encontraría con tránsfugas o desertores de cuerpos “oficiales” de seguridad. Se diría, buen portados mientras conviene, pero muchas veces proclives a la comisión de delitos o a la participación en secuestros o asuntos similares de lo cual podrían dar testimonio Alejandro Martí y algunos otros ciudadanos con menor fama y resonancia.

Por eso el análisis de Alberto Rivera, presidente de la Asociación Mexicana de Seguridad Privada, Información, Rastreo e Inteligencia Aplicada, debería comenzar con determinar la legalidad de esos rastreos (vulgo, “ponerle cola” a alguien) y la aplicación de esa extraña forma de “inteligencia” cuyas restricciones y controles (si los hay), deberíamos conocer.

“En México hay unas 10 mil empresas que ofrecen servicio de seguridad privada; de ellas, 80% no están reguladas por las corporaciones policíacas, asegura Alberto Rivera, presidente de la Asociación Mexicana de Seguridad Privada, Información, Rastreo e Inteligencia Aplicada (Amsiria).

MUJERES

Sin necesidad de esperar fechas internacionales de conmemoración femenina, la Fundación Beatriz Beltrones atiende y facilita tratamientos para miles de mujeres para frenar el desmesurado crecimiento de males oncológicos en mamas y cérvix, cuya incidencia es en México un serio problema de salud pública.

En este país la tendencia del cáncer cérvico-uterino ha crecido de una tasa de mortalidad de los casos registrados de 14.6 por ciento, en 2002 a una tasa de 15.20 por ciento dos años después.

Por lo relativo a cáncer de mama, cuya mayor incidencia estadística nacional está en Sonora, la tasa es alta, muy alta: 21.4 por ciento.

La fundación Beltrones plantea la necesidad de sumar esfuerzos privados para detener la tendencia del cáncer, si esto se concreta podrá ser posible erradicar las tasas de mortalidad mediante diagnósticos oportunos podrán salvar la vida a muchas mujeres, mediante la coordinación de organismos “privúblicos” y sociales para frenar y si llegara a ser posible abatir por completo las tasas de mortalidad mediante la atención adecuada.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

Deja una respuesta