Durante las semanas anteriores, el candidato de la alianza encabezada por el PRI, José Antonio Meade, apostó buena parte de su capital y futuro electoral al debate de anteayer. Esa iba a ser (iba a ser) su gran oportunidad para exponer y contrastar sus propuestas, cara a cara con sus adversarios y más en concreto con el puntero en las encuestas, Andrés Manuel López.

Según sus análisis y el de sus asesores, el debate colectivo es situación inmejorable para demostrar la superioridad de las ideas.

Pero ese fue el primer error.

Las propuestas, las ofertas técnicas, los planteamientos generales, la teoría del gobierno y todo lo demás, se exponen a lo largo de una trayectoria profesional y más concretamente, durante una contienda electoral, a lo largo de precampañas y campañas.

Los debates, al menos tal y como los conocemos, no son sino pruebas de personalidad. Y por desgracia, al tratarse de una larga emisión televisada, pruebas de percepción de esas condiciones personales.

Y en ese sentido José Antonio Meade, perdió esta primera oportunidad. No se sabe de las venideras, pero en esta se le vio rígido, evasivo y tardío. Se le notaba tenso, muy incómodo. En momentos deba la impresión de ser un hombre sometido a múltiples presiones, casi ausente, lejos de la alegría de la contienda o el hervor de la política de alto voltaje.

Inseguro en momentos, fuera de sitio. Era como una lámpara apagada, como un hombre cuya capacidad no empata con su discurso. Tono cansino, monocorde.

Y en esas condiciones, como sabe cualquier buen especialista en comunicación verbal y no verbal, no importa tanto el mensaje como la forma como se transmite y comunica.

No se trata de confundir contenido y continente, pero para vender el primero se necesita atraer con el segundo. Y en la política, como en la perfumería, el frasco vale tanto como la fragancia. A veces más.

El resultado para los demás no tiene ahora mayor importancia. Las cosas hoy están igual, en cuanto a preferencias (ya lo confirmarán las mediciones), con mínimos movimientos hacia arriba o hacia abajo.

“El Bronco” llegó al debate a deslucir el orden decoroso y casi lo logra. Su provocación de mutilar a los ladrones, no sería aceptada ni en la parte más negra del África musulmana. Decir eso en las elecciones del 2018, en pleno siglo XXI, no es una barbaridad; es una estupidez.

Pero Jaime Rodríguez logró su cometido. Ablandar el debate y hacerlo menos pesado. Fue un cómico voluntario o involuntario, cuya actitud era, hasta cierto punto, previsible. Pero se pasó.

La señora Zavala de Calderón ha dejado muy en claro su rechazo a considerar su candidatura como el intento reeleccionista de su esposo y dijo cómo ella toma sus propias decisiones y tiene su genuina identidad. Su propio nombre. Sí, se llama Margarita y eso ya lo sabíamos todos.

En cuanto a su oferta es una confusión y en cuanto a su desempeño, una actuación. A veces una sobreactuación. Pero está en la boleta y eso es un mérito, “haiga sido como haiga sido”. Los votos en su favor socavarán el piso de Ricardo Anaya, quien –justo es decirlo–.

tuvo la mejor actuación escénica de la noche, aunque Andrés Manuel lo tilde de hablantín. Y eso porque no pudo responder por la presencia, en las filas de la honestidad valiente, de Manuel Bartlett, un manipulador electoral conocido hasta por quienes viven debajo de las piedras del disimulo.

Andrés Manuel llama ladrones a los mafiosos del poder quienes –dice–, le robaron una elección (o dos, según el grado de enojo) y convive con quien tiró el sistema. Y eso de tirar el sistema es una metonimia.

El panorama ahora se antoja todavía más difícil para José Antonio Meade en cuyo desempeño se han centrado la mayoría de los análisis. Le quedan un par de meses por delante y dos oportunidades más para compararse con los otros y la señora.

Pero su caso es como el del golf.

No debe derrotar a nadie, sólo debe vencerse a sí mismo. Quizá no sea tan tarde para dejar salir una actitud aguerrida, persuasiva, más humana, menos fría, con la sangre más caliente, con el hervor de la pasión, con el riesgo del desbocamiento.

Muchos han dicho: es necesario separar a Meade de Peña Nieto. Mientras no lo haga, seguirá cargando todos los pecados ajenos, los cuales no dejarán salir sus virtudes, pocas o muchas.

Hoy sólo quisiera compartir este texto con él y con algunos de su equipo. Es el final de “Cien años de soledad”. Cada quien lo puede interpretar según le convenga:

“…Sin embargo, antes de llegar al verso final ya había comprendido que no saldría jamás de ese cuarto, pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres en el instante en que Aureliano Babilonia acabara de descifrar los pergaminos, y que todo lo escrito en ellos era irrepetible desde siempre y para siempre porque las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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