Como todos sabemos el exceso de población en el mundo ha generado estímulos incesantes a la creatividad humana. De algo debemos vivir todos quienes sobramos en este planeta. En ese sentido la “democracia” ha permitido nuevas aplicaciones para el talento –o el ocio– humanos.
Por ejemplo, la muy lucrativa profesión de luchador social.
¿Cómo es eso? Pues muy simple, usted se deja crecer el pelo, la barba o la cabellera si es una mujer. Se lanza por las calles y grita tan fuerte como se lo permitan los pulmones y la garganta. Se queja contra todo y contra todos. Después pasa a cobrar al partido de su preferencia.
Si la policía lo detiene, usted lloriquea ante alguna de las organizaciones no gubernamentales de defensa “gratuita” de los Derechos Humanos. Si tiene suerte lo encarcelan y tras una larga serie de presiones y manifestaciones de otros “luchadores sociales” lo sacan de Almoloya y, como le sucedió al “Demonio de Tasmania”, Flavio Sosa, lo hacen diputado en Oaxaca.
No se conoce en verdad cuántos luchadores sociales hay en este país, pero son legiones. Si son chicos de edad, se llaman “#soy132”. Si ya están creciditos se denominan “appos” o defensores de los pueblos de la tierra. Pero no la Tierra entendida como planeta, sino la tierra, el polvo bajo nuestros pies, como los profesionales de Atenco.
Otra profesión reciente en México, de cuya rentabilidad sabemos poco, ciertamente (como decía Fox), es la de observador electoral.
No vaya usted a cometer la majadería de confundir a un “observador electoral” con un simple mirón dominical cuyo ocio lo hace deambular de casilla en casilla, de distrito en distrito; de sección en sección. No. El observador electoral es algo así como el Barón de Humboldt en una expedición científica.
Sin embargo no sabemos bien a bien cuáles son los objetos (ni mucho menos los objetivos) de su curiosidad.
¿Revisa el observador a los votantes formados en paciente fila?
Quizá. O a lo mejor mira la urna con detenimiento. O escruta a los funcionarios de cada casilla para saber si son quienes dicen ser.
Quizá mire por debajo de las mamparas de cada caja llena de votos a ver si tiene o no tiene doble fondo y por tanto fraudulenta preñez. El observador electoral sería el abortero de la urna embarazada.
Por ahora el IFE, institución en la cual se alojan, dicho sea de paso, muchos de estos nuevos oficiantes de insólitas profesiones (consejeros electorales; representantes de partido, activistas del servicio profesional electoral, etc) ha recibido nada más 40 mil solicitudes para otros tantos observadores.
–¿Para qué quieren observar los observadores?
La verdad no lo sé. Con ellos me ocurre como con los periodistas. Cuando alguno de mis colegas no sabe a quién acudir, escribe un sesudo despacho y lo atribuye a fuentes generalmente bien informadas, las cuales no son sino su imaginación y su archivo.
La evidencia nos dice algo muy simple pero políticamente incorrecto: los observadores electorales no son sino estorbosos espías quienes con celulares en la mano se la van a pasar toda la jornada dispersando patrañas por la red. Van a hacer el terrorismo de la Blackberry y el Tuiter, escudados con un gafete del IFE.
Por ejemplo, ¿los jóvenes del #yo soy 132 necesitan observar el proceso electoral? Pues lo necesitarán ellos; a los demás ciudadanos no nos hacen falta ellos ni como mirones, fisgones u observadores, categoría esta última de alta distinción intelectual y política.
Y en el interminable catálogo de las nuevas ocupaciones, tendremos ese día ya tan cercano a los encuestadores, a quienes levanten datos a pie de urna y pregunten al salir; ¿usted por quién votó?, a lo cual algún majadero les responderá, por “Tuchin” como si tuviéramos un candidato con ese nombre.
Pero por encima de todos estos están los institucionales, los integrantes del Consejo general del Instituto quienes ya piensan cómo hacer para darles a los insaciables y curiosos ciudadanos, la certeza de quien los va a gobernar, bien o mal, eso ya no es cosa del IFE, en los próximos seis años.
Por lo menos esta es la incierta certeza del consejero presidente, Leonardo Valdez Zurita. Esta declaración la vamos a guardar para revisarla el día 3 de julio:
“De la información que se dé a conocer la noche de la jornada electoral, a través del conteo rápido, depende la estabilidad política del país, y no la vamos a poner en riesgo, expresó Leonardo Valdés Zurita, presidente del consejo General del IFE….
“Lo peor que nos podría pasar es que la noche del primero nos veamos inundados de conteos rápidos “patito” (lo cuales, le faltó decir, podrían ser propalados por los “observadores electorales” quienes son activistas, no neutros ciudadanos de objetiva buena fe)…”
¿Hoy la estabilidad depende de la certeza y velocidad del muestreo rápido de 7 u 8 mil casillas? Pues la cosa cuelga de alfileres.