Hermosa frase aquella la de Ignacio Zaragoza (o de quien se la haya dictado tras la batalla de Puebla): las armas Nacionales se han cubierto de gloria. Después de aquello la gloria del ejército mexicano se ha mostrado en batallas –llamémosle así—civiles: ayuda a damnificados, tareas de colaboración con grupos marginados, auxilios diversos, labores de respaldo a programas sociales.
No ha necesitado el Ejército Nacional combatir contra ninguno otro. México ha vivido en paz, excepto con las casi crónicas perturbaciones internas originadas por la pobreza, la desigualdad y la injusticia. Vías armadas de escape a las cuales se les ha sofocado por su insistencia delictiva, como ha sido el largo camino de la guerrilla y sus derivaciones de narco-guerrilla.
Los desesperados, los desheredados son presa fácil de quienes hallan en la leva de la pobreza el fortalecimiento de los “ejércitos” de la protesta.
Hace muchos años este Ejército, cuyos cuarteles son ahora atacados en medio de la segura impunidad ante las transgresión, fue parte de la culminación de todo un proceso revolucionario y renovador de la vida nacional. No lo olvidemos, el Ejército del señor Carranza era el Ejército constitucionalista.
El constitucionalismo fue para México, la culminación de una revolución o de una lucha entre grupos revolucionarios opuestos a la ilegalidad de un gobierno impuesto por un golpe de Estado.
En esas condiciones el Ejército fue pieza central de sucedido y de la forma como se quiso resolver lo ocurrido.
Y gracias al Ejército, México ha tenido muchas cosas positivas, pero su uso para los fines ajenos a su responsabilidad esencial, y me refiero no solamente lo ocurrido a partir del gobierno de Felipe Calderón, sino también desde su intervención para disolver manifestaciones contrarias al gobierno, como ocurrió en el año 68, el Ejército ha tenido una postura de oscilación frente a la opinión pública.
Por una parte, -y esto no deja de ser una paradoja- una de las instituciones mejor calificadas por la sociedad en todas las encuestas recientes, es el Ejército, pero simultáneamente fue durante algunos meses y algunos años, la institución con más observaciones emitidas por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos. Observaciones y recomendaciones.
El movimiento guerrillero nacional -si así le pudiéramos llamar a toda esta colección de grupos subversivos- se da inicialmente en Chihuahua, con un ataque a un cuartel militar en Ciudad Madera, Chihuahua. Después viene el necesario exterminio de los grupos subversivos a lo largo del país, principalmente en el estado de Guerrero.
A eso se le llamó la Guerra Sucia y sumado eso a lo ocurrido en Tlatelolco, al Ejército le tomó muchos años recuperar una buena imagen, y cuando ya la estaba recobrando, apareció este error nacional de convertirlo en policía o de sustituir con su disciplina y eficacia, la corrupción y la mala operación de los grupos policíacos en el país.
Hoy tenemos, por una parte, un ataque que el Ejército no responde, porque si hubiera respondido, habría habido una enorme cantidad de muertos y quizá eso buscaban quienes asaltaron el cuartel allá en Guerrero, con el pretexto de buscar a los desaparecidos.
Y el Ejército ha respondido diciendo que quien quiera entrar, satisfecho ciertos requisitos de orden, puede entrar a los cuarteles a buscar lo que crea que hay que en los cuarteles está escondido. La reacción del Ejército es comprensible, la que no es comprensible es la otra.
Pero todo esto, impensable en otras partes del mundo, donde embestir un cuartel militar de forma provocadora sería un ataque suicida, o una provocación deliberada para causar muertes, aquí se enfrentó de una manera sumamente discreta y ordenada; junto a eso aparece el otro punto.
La CNDH reclasifica su propia recomendación y dice:
«No, no se debe recomendarle al Ejército atención correctiva a hechos violentos, consistentes y frecuentes como se describe lo de Tlatlaya» en una primera recomendación. No. Se deben reconocer violaciones graves y, bueno, parece una perogrullada pero a veces debemos recordarlo, la violación más grave contra los derechos humanos, es cuando la autoridad le quita la vida a un ciudadano, esa es la peor de la violaciones a los derechos humanos, porque el derecho humano fundamental, es el de la vida, si no hay vida. De todos los demás ya ni hablar.
Esta reclasificación nos pone también ante dos situaciones: la primera, la manera comodina y acomodaticia de la recomendación anterior, buscando más el reacomodo del titular de la comisión (el famoso “Ombudslight” Plascencia) y no el cumplimiento del análisis efectivo de las evidencias reunidas. Y por la otra, la ambición de esta nueva comisión, y sus pretensiones para imponer un sello de cumplimiento estricto de la legislación en materia de derechos humanos .
El objetivo de la reclasificación tiene como fundamento el Artículo 1°, el párrafo primero y el párrafo segundo de la Constitución.
Esa Constitución Mexicana se pudo hacer gracias al triunfo de un Ejército Constitucionalista. Hoy a este Ejército le toca el constitucionalismo del respeto a los derechos humanos, eso dice la CNDH.
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