Eso del surrealismo mexicano es cosa seria. Nada más en este país —precisamente en la antesala de su festejo bicentenario por la Independencia nacional—, se puede permitir un monumento cívico histórico en memoria del héroe nacional José María Morelos y Pavón, junto a un río de aguas negras.

Fluyen lentamente los miasmas con sus hediondos y flotantes contenidos en un hedor de espanto. Los ríos de agua de posible potabilización tienen como destino inevitable el entubamiento. La enorme cicatriz de pestilencia llamada Gran Canal del Desagüe, se deja a cielo abierto (excepto en un breve tramo) como si el agua limpia nos espantara y la líquida suciedad pestilente nos definiera.

Hoy en las inmediaciones de esa zona de San Cristóbal Ecatepec una vez más se revientan los drenajes y se les viene encima la suciedad a los vecinos. Sobre lo mojado de la lluvia les llueve la porquería. Siete muertos entre Tultitlán, Xalostcoc y Cuautepec. Grave el suceso pero peor su recurrencia.

Cuando el Reclusorio Norte fue construido en las inmediaciones de Cuautepec, una de las preocupaciones de entonces comentada en su tiempo por el arquitecto Ignacio Machorro (el mismo constructor del edificio de la delegación Venustiano Carranza hoy falsificado por el PRD) era la posibilidad de una inundación con las previsibles consecuencias en el inevitable hacinamiento del presidio.

Píndaro Urióstegui Miranda, uno de los primeros delegados de Gustavo A. Madero anunció en la década de los años setenta, con platillos y tambores el entubamiento del canal del desagüe, y hasta la fecha nada más se han hecho (en tiempos recientes) 2.8 kilómetros, de los 40 de su extensión ideal.

Pero si el reclusorio ha resistido sin la temida inundación no ha ocurrido lo mismo con el hospital Materno Infantil de Cuautepec, donde los quirófanos se volvieron sala para los detritus (esta es una forma elegante de llamar a la caca), y los medicamentos y utensilios para la práctica médica quedaron inservibles para dolor y tristeza del doctor Armando Ahued, secretario de Salud capitalino, quien ahora suma este drama a los preocupantes temas de la influenza en sus diferentes presentaciones y debe trabajar como infectólogo y plomero.

Y cuando ya habían ocurrido todas estas tragedias, propias de la noche de brujas y demonios, llegó a la zona el salvador tardío: Elías Miguel Moreno Brizuela, secretario de esa entelequia llamada “Protección Civil”, quien confunde proteger con relatar las desgracias. Y explica cómo casi un millar de viviendas se han ido a la desgracia en ocho colonias de la zona norte de la ciudad, y es puntual y preciso hasta para hablar del número de damnificados, afectados, empapados, inundados y a fin de cuentas desastrados, por quienes —como en casos anteriores—, nunca se hace nada antes y si mucho nos apresuramos tampoco después de las calamidades.

Lloran y pluguen las mujeres mientras ven sus utensilios convertidos en chatarra inservible; sus casas de suyo pobres y sin mayor confort vueltas una miseria absoluta y todavía, encima de eso, se deben recetar las palabras del secretario Moreno Brizuela, quien habla de la capacidad del gobierno capitalino para atender la emergencia y todo aquello, cuando nadie quisiera ver como enfrenta la ruina sino cómo la evita.

En este surrealista país donde los héroes conviven con la pestilencia, nunca se pueden evitar las cosas, especialmente, cuando todo mundo sabe dónde van a ocurrir las inundaciones.

Pero para eso nos dicen siempre la misma cantaleta, necesitamos un “Atlas de Riesgos” en auxilio de las protectoras labores. Y para eso, argumentarán ahora, hace falta presupuesto, dinero, guita, lana, billete, pues ahí es donde terminan todas las argumentaciones de la alta burocracia.

Protección civil post mortem, llegará a llamarse algún día.

MALOVA

Detrás de la goma en el diamante de Filadelfia, de donde salieron tristes los aficionados locales por la cascada de tablazos de los Yanquis en el juego del sábado, hay un espacio para la publicidad virtual. Eso quiere decir, se injerta en la señal de la transmisión local, pero no existe en la realidad del parque.

Pues ahí, y dada la enorme afición sinaloense por el béisbol, el senador Mario López Valdés, quien se ha llamado a sí mismo “El cuarto bate”, insertó su publicidad en el mejor estilo del gusto deportivo. Con letras negras sobre el fondo blanco de un rectángulo nada más decía “MALOVA”, pero la “o” no era tal sino un corazón rojo como aquel célebre emblema de la ciudad de los rascacielos “I LOVE N.Y.” donde la palabra Love es sustituida por el corazoncito, cosa ya repetida en algunos casos por Fidel Herrera en Veracruz.

Y como además ganaron los Yanquis, pues la cosa le vino bien al senador, cuyo destape beisbolero sonó tan fuerte como el batazo de Matsui en el octavo episodio del tercer juego de la serie mundial.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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