Pocas horas antes de salir a Washington, el Presidente Enrique Peña Nieto habló brevemente sobre la oferta de colaboración directa del Ejecutivo estadunidense, Barack Obama en relación con asuntos de seguridad interna, consecuencia, obviamente del asunto Iguala.
Lo hizo un poco de soslayo, como si nada más hubiera habido una oferta de colaboración forense y no de investigación en otros campos más comprometidos y aun comprometedores.
Prefirió en esa charla (no entrevista formal) referirse a los otros temas de la agenda bilateral, los consabidos de asuntos fronterizos, migración, comercio, economía, TLC y demás. Digamos, lo habitual, lo frecuente lo obligatorio y constante.
Pero seguramente a esas horas no se esperaba el Presidente Peña el “We are Ayotzinapa” a la mitad del Salón Ovalado.
Dijo B.O. :
“…Hablamos del tema de seguridad.
“Aquí, en los Estados Unidos, hemos seguido con, digamos, con preocupación los eventos trágicos que atañen a los estudiantes, que entristece que se hayan perdido esas vidas.
“El Presidente Peña Nieto habló de sus reformas.
“Y nosotros queremos recalcar nuestro compromiso de ser amigos de México, y apoyar estas reformas para, de tal manera, poder eliminar el flagelo de los cárteles de droga, la tragedia que constituye esto para México.
“Queremos seguir siendo un buen aliado y un buen amigo de México y, desde luego, en última instancia, tendrá que ser el pueblo mexicano, a través de la procuración de justicia, quien se encargue de eliminar este mal”.
Obviamente aquí hay una deliberada distorsión de las palabras y las intenciones. Relacionar las reformas tan elogiadas del arranque del gobierno peñista y asumirlas como elementos directos de solución en el espinoso tema de la delincuencia organizada y los derechos Humanos, es un poco estirar la melena.
“…apoyar estas reformas para, de tal manera, poder eliminar el flagelo de los cárteles de droga, la tragedia que constituye esto para México…” como ha dicho Mr. Obama, resulta al menos una machicuepa verbal como para dejar sin chinos la canosa y escasa cabellera del señor Obama. Es algo tirado de los pelos, pues.
–¿Me regala un bucle?, señor Barack.
Lo notable en este caso son dos actitudes.
La primera, derivarlo todo hacia la lucha de carteles, lo cual exonera al Estado de toda violación pues considera los hechos como consecuencia de crímenes cometidos por personas contra otros ciudadanos, sin intervención directa de cuerpos de gobierno (y eso lo saca del campo de los Derechos Humanos y la responsabilidad estatal).
La segunda, el señalamiento sobre la justicia.
“…tendrá que ser el pueblo mexicano, a través de la procuración de justicia, quien se encargue de eliminar este mal…”
Decir eso, si usamos un mecanismo de inversión sicológica, es reclamarle a la inexistencia o a la inoperancia de la procuración de Justicia el actual estado de las cosas.
Como sea el tema brotó de manera directa y sin estridencia pero como eminencia:
“…hemos seguido con, digamos, con preocupación los eventos trágicos que atañen a los estudiantes, que entristece que se hayan perdido esas vidas…”
Y si las vidas de los estudiantes están perdidas, Washington también se asume la inutilidad del reclamo estéril pero políticamente rentable: “vivos se los llevaron; vivos los queremos”.
Pero eso se sabía en el río San Juan, en Cocula. No era necesario escucharlo en las orillas del Potomac.