¿Te puedo decir algo con toda sinceridad?, de veras, porque en estos momentos ya ni siquiera la verdad puede servir de alivio o tranquilizante, pero es una maravilla la ausencia de los poderosos; bienvenido su desinterés en estos días tan largos y tan infructuosos del intento de rescate aquí en esta mina alejada de la humanidad, porque todo cuanto aquí ocurre se parece a cualquier cosa, menos a la honorable vida humana cuya dignidad a veces termina pisoteada mientras la mala vida se pone en riesgo cada día con los hombres sumidos en el lodo en busca del carbón ajeno, porque eso es lo peor, ni siquiera se ponen en riesgo por algo propio, excepto si consideras propios el miserable salario al cual estuvieron condenados sus padres y seguramente seguirán atados sus hijos si no logran sacarlos de este infierno o al menos de este purgatorio donde pagan sus culpas los inocentes, porque nadie ha cometido aquí pecado alguno, excepto el pecado original, decir, doblemente miserable porque ya te lo he dicho alguna vez, si hay personas de arriba también las hay de abajo, pero estos buscadores de los pozos son los de hasta abajo, porque nadie desciende más, ni en sentido real ni en el figurado, como ellos; habitantes del agujero, el socavón, la grieta, por eso, te digo, ni vengan los señores del sindicato, ni tampoco la secretaria del Trabajo, con su sonrisita y sus caireles negros, como el, carbón de nuestras penas, ¿para qué?, para tomarse la foto como hizo su jefe en una apresurada cuanto inútil visita sin sentido ni solidaridad, mejor quédense donde están, porque yo te digo, en serio, prefiero leer un libro, ¿sabes?, voy a releer esta parte de Stephen Crane quien conoció los fondos de una mina de carbón, y si quieres escucharlo, ahí te va, te lo digo en voz alta, porque la injusticia es eterna, ubicua, permanente, lo mismo en Estados Unidos hace años, o aquí, en Sabinas, Coahuila, ahora y en la hora de nuestra muerte, de nuestro Barroterán de cada día, en nuestro pasta de Conchos, aquí, donde no nos tocó vivir, aquí nos va a tocar morir, tarde o temprano, si no en ésta, en la otra, porque la muerte es imprecisa pero implacable, pues, así entonces, escucha, amigo mío escucha:

“…El lugar resuena con los gritos de las mulas, y siempre se puede oír el ruido de los carros de carbón que se acercan, comenzando con leves retumbos y luego creciendo sobre uno en una tempestad de sonido.


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Author: Rafael Cardona

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