Acapulco es un desastre empobrecido, un puerto cuya época de esplendor cedió y se derrumbó entre crujidos ante el empuje de un espejismo de dinero medianamente fácil y cuyo anfiteatro y bahía se prostituyeron, ensuciaron y llenaron de violencia sin lograr ni siquiera por eso arrebatarle la belleza a su paisaje.
Si pudiéramos regresar a los años dorados cuando el “Beachcomber “y “La Perla” eran el centro del “jet set” (así no hubiera todavía aviones de propulsión a chorro) y los ecos de la postguerra americana teñían la ufanía victoriosa celebrada a miles de kilómetros más allá del horizonte acapulqueño, en los mares de Japón y las bombas de Hiroshima y nos ubicáramos en el sueño tropical cuyo canto llenó la poesía de Tario, las canciones de Agustín Ramírez y hasta el valsecito de Lara, no cabría en ese utópico momento una pregunta sobre la viabilidad de Acapulco.
Hoy por desgracia no es así.
Acapulco es un desastre empobrecido, un puerto cuya época de esplendor cedió y se derrumbó entre crujidos ante el empuje de un espejismo de dinero medianamente fácil y cuyo anfiteatro y bahía se prostituyeron, ensuciaron y llenaron de violencia sin lograr ni siquiera por eso arrebatarle la belleza a su paisaje, la luminosidad de sus cielos y la prodigiosa quietud de su enorme tinaja, echada al horizonte como una olla de plata líquida.
Pero más allá de los devaneos líricos, Acapulco tiene hoy otra realidad. Y de ella se ha hablado de manera clara, cruda y propositiva en el XII Foro Nacional de Turismo efectuado en los días recientes en la ciudad de Mérida.
Pero los fríos datos vertidos por Óscar Espinosa en la mesa donde fue analizada esta cuestión son horribles.
Acapulco tiene 790 mil habitantes. Eso significa el 23 por ciento de la población total del estado de Guerrero. Setenta por ciento de su población tiene menos de 40 años. Su promedio de edad es de 26 años.
La población económicamente activa (o en edad potencialmente activa) es de 520 mil personas, pero la informalidad abruma: 42 por ciento de quienes logran un ingreso no conocen las instituciones de seguridad social o de salud, sino por fuera.
De cada diez personas inscritas en secundaria o bachillerato (sin mencionar la calidad de esa educación) sólo egresan dos mientras el 58 por ciento de los jóvenes entre 15 y 24 años, con de edad escolar, no asiste a plantel alguno. O son “ninis” o son informales de cualquier oficio irrelevante del cual apenas logran magros ingresos de pepena social, de subsistencia marginal.
La danza macabra sigue:
De acuerdo con el Coneval, 51. 6 por ciento de los habitantes de Acapulco vive en franca pobreza. El 13. 6 por ciento en miseria y el 38 por ciento en condición de indigencia moderada, si esto se pudiera decir de tan ampulosa y eufónica manera.
La forma más sencilla, es decir, se trata de un pueblo pobre, muy pobre al cual ya ni la ilusión de una industria turística pujante le sirve como aliciente. La industria no está mejor.
Pero sigamos con los datos:
El ingreso corriente “per cápita” mensual es de 2 mil 380 pesos, salario cuyo monto sucumbe ante el empuje de la broma. Los planes urbanos, como se ha visto desde los acontecimientos huracanados de Ingrid y Manuel, están rebasados de manera absoluta; nunca se les dio seguimiento ni fueron hechos a conciencia. Todo fueron ocurrencias para la facilidad de negocios pingües, pero altamente perjudiciales para el entorno y la vida social.
El puerto produce trescientas sesenta y nueve toneladas de basura de las cuales no se recolectan 58 mil. El basural puebla las calles, las colonias periféricas y atasca los desagües, las bajadas de agua y las antiguas cañadas. Acapulco vive, literalmente, rodeado de basura.
El puerto ocupa el lugar 76 en competitividad urbana y a pesar de eso genera el 60 por ciento del PIB estatal.
Sin embargo, el declive es mayúsculo en todos los órdenes: si en 2007 llegaban al muelle cruceros con 268 mil visitantes, en el año pasado sólo tocaron tierra 3 mil 400.
Sin embargo a conclusión del foro turístico, o al menos de la mesa donde este fenómeno fue analizado es optimista. No de la realidad, sino de cómo se puede cambiar la realidad.
El subsecretario de Desarrollo Urbano y Vivienda de la Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, Alejandro Nieto Enríquez, presentó un programa en el cual se llega al fondo de los temas y se proponen soluciones técnicas cuya adopción le devolvería al puerto la actividad, la estructura y la infraestructura, lo dotaría de nuevos aprovechamientos territoriales, de mejores usos para las playas, de conectividad en el transporte; rompería el nudo de la Avenida Costera y la Cuauhtémoc, lograría un transporte marítimo en un lugar donde la bahía se ha desperdiciado, con ferris y lanchones para conectar los extremos de la bahía y llegar hacia el sur y el norte en mejores (a veces no hay ni peores) condiciones de conectividad.
Acapulco, dijo uno de los participantes, tiene salvación, tiene viabilidad. Si el hombre causó sus problemas, el hombre los puede resolver. Todo es cuestión de decidirlo de manera constructiva y dejar de lado la tendencia degradante por la cual agoniza el paraíso.