La demanda absoluta e irreductible contenida en el lema, “Vivos se los llevaron; vivos los queremos”, tiene una finalidad más allá de la piedad humana o la consternación familiar: se trata de una forma de probar la desaparición forzada.
Cuando el Procurador General de la República, Jesús Murillo Karam, difundió los testimonios de los sicarios de fuego por cuyas manos pasaron los secuestrados de Ayotzinapa al mundo ígneo de la desaparición y la reducción a las estériles cenizas, la corrección política se apresuró a condenar la versión con una vehemencia opositora inexistente cuando el cura Solalinde dijo más o menos lo mismo.
—Resulta increíble esa pira humana, dijeron quienes ya desde antes de cualquier hallazgo habían desestimado todo resultado oficial por dos razones. La primera, por oponerse a su exigencia de presentar vivos a quienes fueron secuestrados en vida, y la segunda, por validar de antemano los resultados ”independientes” de los especialistas argentinos en reconstrucción e investigación forenses.
“El procurador General de la República, Jesús Murillo Karam dio a conocer (informa Crónica) que la Universidad de Innsbruck, Austria, identificó que los restos de un varón encontrados en el basurero municipal de Cocula coindicen con uno de los 43 normalistas de Ayotzinapa desaparecidos”.
“Al ofrecer un avance de las investigaciones sobre el caso Iguala, Murillo Karam indicó que se trata de Alexander Mora Venancio, hijo de Ezequiel Mora Chávez, cuya muestra dio resultados positivos de un billón de veces más probable en comparación con otro individuo”.
La identificación de esos restos en el tiradero de Cocula es una noticia triplemente mala. Horrible para el país, pues se confirma la barbarie.
Pésima para los dolientes padres de Alexander Mora Venancio (tal se llamaba aquel quien en vida fue reducido a cenizas junto al río) y malísima para los promotores interesados del reclamo insistente de quienes forzosamente quieren hallar responsables políticos más allá de los jurídicamente culpables.
Los asesinos e incendiarios han confesado.
Su versión, dada a conocer por la PGR, no quiso ser escuchada ni admitida hasta conocerse los informes forenses. Hoy se conocen y no por ese hecho va a cesar la reclamación. Se agotaría el filón político y eso resultaría un mal negocio para todos, especialmente para los profesionales de la agitación.
La demanda absoluta e irreductible contenida en el lema, “Vivos se los llevaron; vivos los queremos”, tiene una finalidad más allá de la piedad humana o la consternación familiar: se trata de una forma de probar la desaparición forzada.
No es una petición, ni siquiera un reclamo: es un recurso de discurso político. Mientras los desaparecidos no sean hallados con vida, el Estado resulta culpable de su ausencia. Y si aparecen vivos —cosa imposible según los hechos recientes—, entonces de viva voz los afectados exhibirían el secuestro masivo y responsabilizarían, también (¿justamente?) al Estado. Si aparecen muertos o calcinados, peor.
“El funcionario federal (JMK) —sigue Crónica— agregó que los mexicanos no podemos permitir que un hecho como este se repita por lo que las indagatorias continuarán ya que se cuenta con más evidencias y se continuará con la búsqueda de quienes continúan prófugos”.
“Recordó que hasta el momento se ha logrado la detención y consignación de 80 presuntos responsables de la desaparición de 43 normalistas de la Normal Rural de Ayotzinapa, además de que siguen las indagatorias en torno a las fosas que se han encontrado en la región”. Nadie se lo va a reconocer.
El presidente Enrique Peña ha externado sus condolencias a los familiares del joven Mora Venancio. Nadie se lo va a agradecer.
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