A la exaltación excesiva de la propia figura, tan frecuente en el mundo de la política, se le ha llamado “culto a la personalidad”. En otras ocasiones simplemente se le dice: mal gusto, vanidad, soberbia.

Hace muchos años el artista, sacerdote y combatiente nicaragüense Ernesto Cardenal escribió un poema titulado “Somoza desveliza la estatua de Somoza en el Estadio Somoza”.

Versos de protesta e ironía, crítica al espejo de la vanidad cuya mayor aspiración es hablar con la voz del bronce. Pero ese metal tañe solamente en la sonora lejanía del campanario. Una campana de bronce es una declaración, un llamado, un recuerdo.

Dice Cardenal:

“No es que yo crea que el pueblo me erigió esta estatua porque yo sé mejor que vosotros que la ordené yo mismo.

Ni tampoco que pretenda pasar con ella a la posteridad porque yo sé que el pueblo la derribará un día.

Ni que haya querido erigirme a mí mismo en vida el momento que muerto no me erigiréis vosotros: sino que erigí esta estatua porque sé que la odiáis”.

A la exaltación excesiva de la propia figura, tan frecuente en el mundo de la política, se le ha llamado “culto a la personalidad”. En otras ocasiones simplemente se le dice: mal gusto, vanidad, soberbia. Tanto si se hace o si motu proprio se les permite a los subordinados hacerlo.

En eso pensaba esta columna cuando leyó no sin sorpresa una nota de Silvia Garduño en Reforma (20 de agosto), en la cual nos hace saber lo ilimitado de la “autocomplacencia” por parte del ombudsman Raúl Plascencia, obsecuente ante los “homenajes”:

“En los últimos dos años, y en al menos tres entidades, el ombudsman nacional, Raúl Plascencia Villanueva, ha inaugurado un busto, un auditorio y cátedras universitarias que llevan su propio nombre”.

La información dice más:

“…Por ejemplo, el salón de usos múltiples de la Comisión de Derechos Humanos del Estado de Puebla. En la develación de la placa estuvieron presentes tanto el ombudsman como el gobernador poblano, Rafael Moreno Valle.

“La CDH (de) Puebla explicó en un comunicado, fechado en enero de 2013, que el auditorio fue nombrado así “en alusión al trabajo desempeñado por el presidente del organismo defensor a nivel nacional”.

“(Además) la Escuela Libre de Derecho de Puebla mantiene vigente la cátedra que lleva el nombre del presidente de la CNDH”.

Sin embargo, el peor exceso quizá sea el bronce:

“Por otra parte, el nombre del presidente de la CNDH también está inscrito (representado sería mejor) en un busto en Sonora. El 18 de octubre de 2012 fue inaugurado el Instituto Superior de Derechos Humanos Dr. Raúl Plascencia Villanueva, en presencia del ombudsman, quien develó la escultura”.

La sumisión del presidente de la CEDH de Sonora (Raúl Arturo Ramírez Ramírez) no tiene límite: lea usted este antecedente al broncíneo homenaje (febrero 12014):

“… seguiré siendo un presidente que trabaje para su estado, pero para el país entero apoyando siempre y en todo momento la gestión del Dr. Raúl Plascencia Villanueva que sin lugar a dudas ha dejado huella en la CNDH…”.

Ni Atila, mi estimado.

 

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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