Nadie sabe cuándo comenzó la utilización de los animales como recurso de imagen para los hombres del poder. Quizás Velásquez lo supo sobradamente cuando pintó “Las meninas” (la familia de Felipe IV) en cuyo primer plano aparece echado sobre sus patas un dogo enorme cuya ferocidad no es suficiente para impresionar al enano Nicolasillo Pertusato, quien insinúa un puntapié al mastín.
Obviamente en los tiempos de Felipe IV (¿Calderón sería Felipe V?) no guardaba importancia mayor zaherir, patear o manducarse en caso necesario a un “chucho” en la corte real o fuera de ella. Los perros llevaban vida de tales. Pero en la época contemporánea, el cuidado de los cánidos, felinos, equinos y demás animales domésticos; es decir, con los cuales se convive en la casa y cuyo temperamento selvático, salvaje o natural ha sido suprimido en beneficio de los humanos, ya para alimentarse de ellos o para usarlos en otro tipo de utilidades, es cosa de buena educación y mejores formas, como si todos fuéramos Axel Munthe quien convirtió los restos de la finca campestre de Tiberio en refugio de pájaros en la isla de Capri.
Pero lo de aquí es más simple.
Casi en el ocaso de su mandato Felipe Calderón nos ha enseñado a su perrito. Se trata de un noble “Golder Retriever” a quien le han puesto el muy frecuente nombre de “Rocky” y tiene como particularidad republicana escuchar los discursos de su amo, cómodamente arrimado al atril presidencial.
No se trata de cualquier cosa ese ya dicho mueble. No; de ninguna manera. Desde ahí se dicen cosas de alta, muy alta, importancia para la república. Por eso “Rocky” ni por asomo tiene la ocurrencia de marcar el territorio de su dominio con la aromática y líquida sustancia amarilla habitual en los de su especie. No vaya a salpicar las presidenciales agujetas. Ni Dios lo mande ni lo permita la providencia.
La tierna fotografía del animalito y su dueño decoró las páginas de los diarios del sábado. Siempre será mejor esa invocación del romanticismo hogareño, especialmente cerca del Día del Padre, cuando la imagen familiar requiere fortalecimiento, a la desaseada repetición de fotografías con cadáveres ensangrentados como los diarios nos han acostumnbrado sin decoro ni estética.
Pero hay muchos casos de políticos auxiliados por sus mascotas.
Recuerdo a Calígula, por ejemplo quien llevó a su caballo al Senado Romano (SPQR) lo cual es costumbre prolongada hasta nuestros días, al menos en México, donde con cualquier pretexto el presidente en turno hace senador a cualquier “buey” o cualquier “mula” escogidos entre sus amigos. No digo nombres pues hoy no es fecha para la crítica sino para la ternura.
Cuando Richard Nixon en campaña para senador, en la segunda mitad del siglo pasado, ya vivía perseguido por su fama de pícaro, truhán, pillo y todo lo demás, montó con un cachorro una mascarada altamente rentable en su defensa .
Reconoció haber recibido donativos no manifestados para su campaña y en un encendido discurso dijo: “…y no lo voy a devolver”.
Acto seguido sacó de la manga un cachorro peludo, de manchas negras y blancas. Una perrita llamada “Checkers” (como tablero de ajedrez) y contó la historia conmovedora de un granjero republicano con el animalito en las manos como regalo para su hijita Tricia. Todo mundo se estremeció y le ofrecieron la flor del perdón. Por mirar el romanticismo sentimentaloide no vieron, sino hasta años más tarde, toda la verdad. Acabaron echándolo de la presidencia. Pero primero lo llevaron a la presidencia.
Hoy tenemos los mexicanos la conmovedora imagen de un presidente cuyo perro le permite mostrarnos en todo su esplendor, no solo el pelaje rubio del pastor tan bien portado, sino la hermosa imagen familiar en el idílico ámbito de Los Pinos donde no hay violencia, ni guerra, ni muerte, ni dolor y como dir{ía López Velarde, «ni sombra de disturbio».
Podríamos parafrasear a Martín Luis Guzmán: el águila, la serpiente y el perro.
NARANJO
Interesantes conceptos de Oscar Naranjo en torno de la legalización de las drogas. Fueron vertidos hace ya meses, en una entrevista al diario bogotano, “El tiempo”.
«… sobre (la) despenalización (el debate) va en dos mundos: el de los barrios, donde los ciudadanos nos piden (a los policías) que saquemos de las calles a los distribuidores de droga para que no intoxiquen a sus hijos. Y el mundo académico, de dirigentes y de investigadores sociales, que estiman que hay que liberalizar las drogas.»
Esto parece haber sido dicho con dedicatoria a Gabriel Quadri quien promueve en México la legalización de la “cannabis”. Pero cuando Naranjo dijo eso, Quadri no soñaba siquiera jugar (en la banca, pero jugar) en las ligas mayores de la candidatura presidencial.