Más allá de consideraciones tan personales como los motivos invocados por el comisionado Nacional de Seguridad Pública hoy saliente, el doctor Manuel Mondragón y Kalb, esta renuncia, indudablemente perjudicial para la imagen en conjunto de los esfuerzos nacionales de pacificación y orden público, tiene una profunda raíz sobre la cual vale la pena analizar.
Sin hundirse demasiado en los médanos de la administración pública y sus laberintos, todos debemos recordar cómo se inició la labor de uno de los hombres con mejor imagen en todo el gobierno actual: en la indefinición burocrática, en un interinato de una secretaría condenada a muerte por los muchos errores acumulados y por lo insostenible hasta de la memoria de su gran promotor, el ingeniero Genaro García Luna.
Los ineludibles movimientos pendulares de la burocracia mexicana nos hacen pintar de negro los muros blancos de nuestros antecesores y de negro si aquél los hubiera dejado albos como el armiño. Hacer y deshacer cada sexenio, cambiar estructuras, modificar (muy diferente de reformar) y a la larga vestir de seda a la mona. Decenas de casos hay como esos. No vale la pena buscar demasiados ejemplos.
En este caso, las malas decisiones del gobierno de Felipe Calderón influyeron, casi tanto como los dislates de su antecesor. En conjunto diluyeron la potencia de los órganos de seguridad del Estado, en algunos casos con razón y en otros con pretextos políticamente correctos en medio de la avalancha mal entendida de los derechos humanos.
Así fueron retirados de la esfera de control político los órganos de seguridad nacional y sus derivaciones a la seguridad pública, y la ensalada permitió crear policías competidoras entre sí: la Federal Preventiva contra la Federal de Investigaciones. El sueño pueril de Vicente Fox de lograr un FBI mexicano terminó como casi toda su obra de gobierno, en agua de borrajas. Tiempo hubo hasta para ver cómo se amagaban entre sí con el cuchillo entre los dientes.
Cuando Manuel Mondragón llegó al cargo para hacerse responsable de una secretaría en extinción, mucho tiempo se perdió en esas pantanosas tareas. Los delincuentes no hacen reformas a la ley del servicio público ni pierden el tiempo en reorganizar la papelería ni crean comisiones nacionales cuya operación se traba en los más ramplones obstáculos administrativos. En la CNS hasta para nombrar una secretaría se le deben llevar los papeles al oficial mayor de la Secretaría de Gobernación, quien podrá firmar o no, si otras cosas no se lo impiden o si no se les atraviesa el puente.
En ese sentido, el ex comisionado es un hombre cuya fama corre en sentido contrario a la burocratización de los asuntos urgentes. Si algo se debe hacer lo hace y punto. Y quien no piense como él no tiene cabida en un equipo de operación instantánea.
En mérito de sus afanes se debe recordar cómo merced a una combinación de exigencia, capacidad y honestidad, Mondragón puso en marcha, hace ya muchos años, el único programa policiaco en el cual jamás se ha infiltrado (hasta ahora) la corrupción ni ha sido vulnerado por el influyentísimo: el alcoholímetro.
Y tampoco es posible olvidarse de la espléndida organización del servicio gratuito, público y de alta calidad clínica del aborto en la ciudad de México. Y perdón si no lo llamo “interrupción del embarazo”. Es como decirle a quien se saca una muela, interrupción del proceso de la dentición de los adultos. Las cosas por su nombre. Aborto, legrado, “raspa” y ya.
Pero sin entrar a disquisiciones de este tipo, Manuel Mondragón se marcha después de probar su capacidad. Quizá no la pudo desplegar en toda su extensión en los meses recientes por las deficiencias administrativas de cualquier institución nueva, dependiente y sin mandos experimentados. Sus intenciones de moralidad policiaca, logradas en una proporción menor, pero notable, bastarían para reconocerle su buena orientación y su compromiso ético y político. Por eso el presidente Enrique Peña no se ha deshecho de él y le ha ofrecido una posición honoraria y honrosa. Bastante satisfactorio para un hombre cuya trayectoria ha cubierto tantos aspectos importantes de la vida pública.
GUERRERO
Mientras tanto, la prensa de Guerrero da a conocer datos espeluznantes: más allá de las bajas en forma extravagante de presentar la realidad llamada estadística, Acapulco es hoy por hoy la ciudad más peligrosa de México: ochocientas ochenta y tres investigaciones abiertas por homicidios dolosos nada más en el año 2013, en un conglomerado de poco más de un millón de personas.
En el estado de Guerrero, en términos generales, se han presentado dos mil 457 ejecuciones en los catorce meses recientes.
METRO
Posiblemente, Joel Ortega, director del STC, piense en el Metro como una especie de cornucopia sin límite. Para arreglar la Línea (des) Dorada se van a gastar mil millones de pesos, para educar “vagoneros”, “sonideros” y demás habitantes del subterráneo, otros seis millones de pesos y ahora una cantidad no determinada para reparar las molestias de quienes resulten afectados por los cierres de algunas estaciones de la fracasada línea marceliana.
Y como diría AMLO: ¿De dónde? ¿”Quén pompó” los subsidios, “quén pompó”?
Hasta hace unas semanas se hacían malas encuestas para ver si se aumentaba el precio del pasaje; hoy se devuelve la plata. ¿Alguien entiende?