Ya no importa mucho quien tiene la razón o si todos la tienen a fuerza de no pertenecerle a ninguno. Hoy no necesitamos saber si fue primero la ilusoria gallina del federalismo o los imaginarios huevos de la soberanía de los Estados.
Tampoco vale mucho la pena indagar sobre cuáles arenas se ha cimentado aquello del “Pacto Federal” o si los fantasmas del federalismo y el centralismo han abandonado sus sepulturas para visitarnos de continuo.
Lo notable y lo triste hoy es suscribir los temores de Don Mariano Otero en el siglo antepasado y confirmar cuán poco hemos avanzado.
“…Yo tiemblo, señor, por la división de la República, y por lo mismo rechazo el centralismo, esa institución funesta que apenas ensayada en Colombia produjo la división y que entre nosotros precipitó el funesto suceso de Texas, causó, los de Tabasco y Yucatán y sembró en todos los departamentos, con el descontento general, el triste germen de la división y el deseo de la independencia, germen cuyos frutos quiera Dios que no cosechemos.
“Acaso olvidamos la terrible vecindad que nos tocó en suerte; quizá nos desentendemos que ese pueblo fuerte, poderoso y emprendedor, avanza sobre nuestro territorio…”
Obviamente los asuntos por los cuales perdía el sueño Don Mariano en el lejano 1842 cuando pronunció su famoso alegato sobre la Unidad Nacional y el indispensable “Acuerdo en los Fundamental” (tan fundamental como para no estar presente 168 años después), eran de índole distinta a los actuales, pero en el fondo se trata de lo mismo: la división del poder entraña la división.
Pareciera como si el tiempo diera vuelta en “U”.
Juzgue usted esto a la luz de las discrepancias sobre el funcionamiento policiaco con las cuales nos endulzaron el puente los gobernadores y el jefe del Ejecutivo en la reciente reunión del Consejo de Seguridad Pública el pasado lunes:
“El poder del Centro no puede atender los Departamentos y los abandona: tampoco puede cuidar de la fiel ejecución de las leyes, porque no sabe lo que pasa en ellos y los entrega a la voluntad ciega de las autoridades locales, las que son buenas para él, siempre que no le inspiren recelos, de lo que resulta una combinación, la más funesta de todas: malas leyes y malos magistrados.”
El choque entre el presidente Felipe Calderón en la referida reunión no podría ser más descorazonadora: una simple petición de plazos para la depuración policiaca se convierte en una alharaca de pendencieros entre los cuales destacan algunos tan mediocres como el gobernador de Guerrero quien confiesa su orgullo por el subdesarrollo:
“No aspiremos a una policía como la de Suiza o países tan avanzados”. Bueno, pues entonces quedémonos con una policía como la de Tixtla o Acapulco y un gobernador como Aguirre quien en su segunda administración demuestra hasta donde se puede ir decayendo. No merecemos más, ni siquiera mayores aspiraciones. ¡Cuánta mediocridad! Con un señor así no habrá “Guerrero seguro” ni programa similar capaz de lograr éxito.
Si donde hay intenciones de mejorar y abierta colaboración con las fuerzas federales como ha comprometido el gobernador Javier Duarte en Veracruz, ocurren las cosas horribles de ayer, ¿cuál será el resultado en plena discordia?
Pero el presidente ha recibido una reacción inmerecida, no por la negativa sino especialmente por la actitud de los quejosos. Eso de fijar una “ruta crítica” para explicar dentro de cuatro semanas los plazos para evaluar a los mandos medios y superiores de las fuerzas de seguridad es además de todo el reconocimiento de su pereza:¿no han tenido cuatro años para hacer las cosas? O simplemente no les ha importado.
En ese sentido también el presidente peca de superficial.
“…No podemos dejar al zorro dentro del corral de las gallinas, tienen que salir los malos policías de los cuerpos policiacos”.
Si las gallinas somos nosotros, los ciudadanos y los zorros glotones los malos policías de nada sirven afuera de los cuerpos policiacos. Las cantadas depuraciones policiacas no funcionan si los malos policías siguen en libertad. A los zorros se les mete en una jaula. Y en Inglaterra se les hacen otras cosas.
PEPLO Y PELO
Escribí en la columna de ayer: “Los políticos, por el contrario, se cubren con la túnica solemne del amor a la patria, la cual es como un peplo vistoso y falso…”
O sea, la túnica se cambió por el ropaje. Como alguien desconoce el significado de peplo, lo escribió como pelo, lo cual indudablemente mejoró la frase. Según él.
Peplo, como todos sabemos, es el nombre de las ropas holgadas y sin mangas, ceñidas de la cintura con las cuales se vestían las actrices en el papel de Helena de Troya o las mujeres griegas de la antigüedad. Por cierto, al paso de las cosas actuales en la Hélade, los peplos volverán a ser usados con todo y sandalias.
Los hombres usarán clámides (capas cortas para equitación), grebas (especie de espinilleras para el combate) e himationes (túnicas cortas de un solo lado) y petasos, es decir, sombreros de ala ancha.