Fin de semana con Rafael Cardona
Con una cierta frecuencia los presidentes de México encarnan en su verbosidad retórica la sonoridad de la catástrofe. Y alzan la voz y nos dicen cosas terribles. Quien no recuerda a Miguel de la Madrid con aquella promesa de impedir un país deshecho entre sus manos.
¿O ya olvidamos a José López Portillo y el reconocimiento acusatorio –sin nombrar ni castigar a los culpables— del saqueo nacional y su imposible repetición?
–“¡Ya nos saquearon: no nos volverán a saquear!”, fue el grito desesperado de aquellos días cuya memoria se ha diluido en la oscuridad del desprestigio.
Todos los presidentes nos hallan tristes y pobres y todos nos convocan al gran esfuerzo nacional; nos llaman a la unidad, nos dicen como en sus primeras líneas el Plan de San Luis, firmado por Francisco Madero:
“Los pueblos, en su esfuerzo constante porque triunfen los ideales de libertad y justicia se ven precisados en determinados momentos históricos a realizar los mayores sacrificios.”
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Pero esos sacrificios no siempre han llevado implícita, como ahora ha hecho el presidente Felipe Calderón una convocatoria a la refundación nacional. La actual crisis económica, agravada por la inseguridad espeluznante en el país, el desempleo creciente y el derrumbe de la producción y venta de petróleo, han generado una reacción inusitada del Ejecutivo, aun cuando el diagnóstico sea muy semejante al de otras convulsiones nacionales y no se sepa si todo esto es en serio o se trató nada más de un desmesurado alarde retórico.
Para comprender los hechos actuales con una mejor perspectiva histórica, vale la pena regresar a los días de la otra crisis, cuya calificación tanto se parece a ésta. También fue a más grave de nuestra historia.
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En el primer informe de gobierno de Ernesto Zedillo, pronunciado apenas nueve meses después de los célebres y catastróficos “errores de diciembre”, como los llamó Carlos Salinas, hay palabras cuyo eco parecemos escuchar en el mensaje del pasado miércoles en el Palacio Nacional.
“Las condiciones económicas de los últimos nueve meses –dijo Zedillo–, han sido particularmente adversas, muy distintas de las que la generalidad de los mexicanos esperaba el pasado 1o. de diciembre (cuando él comenzó su administración).
“La crisis financiera y económica que emergió (solita, ¿eh?) a fines de 1994 ha deteriorado severamente los niveles de vida de la población, y puso en riesgo mucho de lo construido con el trabajo de millones de mexicanos, a lo largo de años.
“El desaliento que esta nueva crisis financiera provocó en los ciudadanos se agudizó, porque el esfuerzo realizado durante casi una década para transformar nuestras estructuras, había alimentado las expectativas de crecimiento, multiplicación de empleos estables e ingresos crecientes. Los mexicanos se esforzaron a la espera de un crecimiento que no llegó (ni ha llegado, por lo visto).
“Hoy podemos apreciar que la crisis se fue gestando durante mucho tiempo. Su naturaleza y su magnitud no pueden ser atribuidas a un solo hecho o a una determinada decisión de política económica. Ciertamente, hubo razones para que la crisis estallara con tanta fuerza. Una de ellas fue que durante muchos años un fuerte y creciente déficit en la cuenta corriente de la balanza de pagos se financiara con entradas de capital volátil…
“Es preciso reconocer, sin embargo, que algunas de las circunstancias externas e internas que influyeron en la gestación de la crisis no se habían presentado nunca antes, y por lo mismo la fuerza con que irrumpió era impredecible (como los huracanes)”.
Aquí también vemos, como ahora, la mano invisible de la fatalidad en contra nuestra. “Era impredecible”. Nomás faltó decir en aquellos años, iba a ser un catarrito.
Sigue Zedillo:
“Con absoluta convicción, sin embargo, afirmo que la crisis nunca habría ocurrido con tal gravedad, aun en presencia de muchos de los factores adversos señalados, de no haberse descuidado la generación de ahorro interno”.
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Catorce años después el Presidente Calderón ha pintado un mismo cuadro pavoroso:
“…en la segunda mitad del año pasado, en el 2008, México comenzó a sufrir los efectos de la crisis económica internacional.
“México resultó seriamente afectado no sólo por su vecindad y alta vinculación con Estados Unidos, al que le exportamos más del 80 por ciento en nuestro comercio exterior, sino también porque esta crisis afectó, específicamente, las manufacturas que tienen una presencia intensa en la industria mexicana, y particularmente en las automotrices.
“Esta contracción económica provocó una disminución sin precedentes del comercio internacional, de aproximadamente el 12 por ciento, una caída nunca vista en las cifras económicas mundiales.
“Por su parte, la caída del Producto Interno Bruto a nivel mundial fue la más grave en varias décadas. Era imposible evitar la crisis económica mundial, pero sí podíamos actuar para evitar un grave deterioro en el empleo y en el ingreso disponible de las familias, y a eso nos abocamos.
“Por eso impulsamos una serie de medidas “contracíclicas”, la mayoría contenidas en el Acuerdo en Favor del Empleo y la Economía Familiar. De no haberlas puesto en práctica, los efectos de una caída del 10 por ciento que tuvo nuestra economía en el primer semestre del año, hubiesen sido devastadores.
“En efecto, ésta ha sido la peor crisis económica en décadas, pero gracias al esfuerzo de todos, logramos que su impacto en el empleo y en el ingreso de los mexicanos fuese considerablemente menor a lo que se registró en crisis anteriores”.
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Sin embargo y a pesar del discurso de contención de los efectos negativos del fenómeno recesivo explicados en términos de medidas exitosas cuya oportunidad evitó la devastación, el Presidente considera tan grave la situación como para pedirle a los mexicanos el más grande esfuerzo de la historia reciente: rehacer el país.
Al menos no es posible entender de otra manera una convocatoria expresada en estos términos:
“Para hacer realidad estos cambios fundamentales (tan fundamentales como para solicitar una nueva fundamentación de los esfuerzos nacionales), es primordial construir una gran alianza entre todos los que conformamos al Estado: los Poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, los gobiernos estatales y municipales, los organismos autónomos, la sociedad entera (mexicanos del mundo, uníos, dice el nuevo manifiesto)…
“… Esta es la altura de miras que hoy nos exigen mexicanas y mexicanos. Nos lo exigen a nosotros, autoridades y representantes. Es tiempo de actuar y es tiempo de tender puentes de diálogo entre quienes queremos lo mejor para México.
“He estado atento a las voces que han propuesto distintos mecanismos de entendimiento, a fin de definir la agenda del país, particularmente en materia económica…
“…Enfrentamos un momento definitorio. En nuestras manos está el decidir si seguimos en la inercia o si impulsamos cambios de fondo para transformar el país. Seamos la generación que puso por encima de cualquier otro interés particular el interés de México.
“En el umbral de las conmemoraciones del Centenario de la Revolución y del Bicentenario de la Independencia, en los albores de un nuevo siglo como Nación independiente y soberana, seamos una generación a la altura de nuestra historia, de nuestros anhelos, y conduzcamos a México al futuro.
“Es la hora de cambiar. ¡Viva México!”.
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Un discurso de esta naturaleza implica un grave riesgo. Convoca a la esperanza desde la desazón. Llama a la concordia desde la desgracia.
Se trata de una convocatoria cuya viabilidad resulta imposible para un gobernante debilitado de origen y lastrado además en estos años por un resultado electoral adverso y con la carga tremenda de una crisis económica no resuelta ni siquiera de manera aproximada. Y además propone una idea gastada por su propio partido, la idea del cambio. Esa palabra, después de Vicente Fox tiene la consistencia de un malvavisco.
Por eso el discurso oscila entre la definición descarnada y objetiva y el sospechoso optimismo de la salvación personal.
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“Las crisis que acabamos de pasar (si eran varias y ya las hemos pasado entonces no tenemos más problema), más que inhibir o cancelar por largo tiempo nuestras posibilidades de desarrollo, deben ser un acicate para dejar atrás esos miedos, los tabúes, los mitos, y regresar a nuestra aspiración de fondo, que es la transformación de México.
“Sí, sé que es muy difícil cambiar. Es tan difícil, que por eso México, en alguno de sus rubros esenciales, no ha podido cambiar en décadas (¿y lo haremos en dos años y medio?). Hoy tenemos que hacerlo, porque además ya no quedan otras alternativas, porque el tiempo y los recursos se nos agotan, porque las necesidades de la población son cada vez más apremiantes (nos debemos preparar para administrar la desgracia, habría dicho JLP).”
Con todo derecho cualquiera se puede preguntar sin estos terribles diagnósticos, estos acuciantes problemas eran invisibles cuando este gobierno comenzó hace tres años de manera tan accidentada.
“México en algunos de sus rubros esenciales no ha podido cambiar en décadas”, nos dice el Presidente. Si pensamos un poco en la profundidad de esta frase parece un diagnóstico de la incapacidad antropológica de los mexicanos.
“Todas sus relaciones están envenenadas por el miedo y el recelo”, dice Octavio Paz de nuestra actitud, frase a la cual el discurso de Calderón agrega los tabúes y los mitos.
Si es verdad el enunciado ¿cómo vamos a refundar la nación en los pocos meses restantes de este gobierno si los mitos y los tabúes yacen en el fondo del alma común formada a lo largo de siglos y por razones complejísimas? Esto ya no parece un problema político sino de transformación de la compleja idiosincrasia mexicana.
Se dice, queda la mitad del camino, pero eso no es tan cierto. Este año ya se ha terminado. La batalla por el presupuesto ocupará todo el tiempo inicial de la legislatura cuyo diciembre se divide entre piñatas y jalones. Las otras iniciativas reformistas, cuando las haya como espera Manlio Fabio Beltrones, vendrán para otro calendario.
El 2010, con todo y sus pobres y mal organizados, casi inexistentes, festejos centenarios y bicentenarios podrá hallarnos en medio de una devaluación aun más aguda pues de nada sirvieron los 30 mil millones de dólares con los cuales se subsidió a cambistas y especuladores mediante subastas de incógnito destino.
Si hoy no hay petróleo suficiente, por las razones ya conocidas, tampoco lo habrá cuando caigan las hojas de este calendario. No habrá más producción ni se volverán a llenar los veneros de “Cantarell” y la “Faja de Oro”.
La sequía habrá causado más pobreza y menos oportunidades en el campo y no se alzarán los maizales ni darán fruto las tierras labrantías únicamente por la taza de café entre Jesús Ortega y César Nava en busca del acuerdo perdido como tampoco va a germinar un huerto sólo por la fantasmal aparición de Marcelo Ebrard en un acto presidencial al cual acude pues se quiere enterar de manera directa de los asuntos republicanos, como si fueran diferentes las palabras en vivo o por televisión. Salir en la foto, pero no estar en la foto.
La verdad de la conducta de Ebrard se podría explicar sólo con aquella letra de canción cantinera: “la distancia entre los dos es cada día más grande…”, y se la ha dedicado al hombre de Macuspana, cuyo nombre ya se ha vuelto impronunciable, al menos desde el asunto de “Juanito”, cuya cabeza hoy vale casi tanto como la diputación de las ocho traidoras de género cuyas curules tienen como destino el abandono.
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Han cumplido con la pantomima de la igualdad de género y se irán a donde generalmente han estado, a la cocina, pero no tanto por la misoginia de sus partidos (uno de ellos casualmente presidido por una mujer) sino por haberse prestado ellas mismas a tan ruines acomodos y denigrantes relevos.
Las sumisas diputadas son: Laura Elena Ledesma Romo (PV), quien le “cedería” la curul a Maximino Alejandro Fernández Ávila, diputado federal de 2003 a 2006 y gerente de operaciones de la empresa Espectáculos y Deportes Mexicanos; Kattia Garza Romo (PV), a favor de su marido Guillermo Cueva Sada; Mariana Ivette Ezeta Salcedo (PV) hermana Carlos Alberto Ezeta, consejero de la Cámara Nacional de la Industria de Radio y Televisión (CIRT); Carolina García Cañón (PV) por Alejandro del Mazo.
Además, Ana María Rojas Ruiz (PRI), a quien sustituiría Julián Nazar Morales, líder de la CNC en Chiapas; Yulma Rocha Aguilar (PRI) para dejar a Guillermo Raúl Ruiz de Teresa; Anel Patricia Nava Pérez (PT), cuyo suplente es Alfonso Primitivo Ríos Vázquez y Olga Luz Espinosa Morales (PRD) quien lleva de suplente a Carlos Enrique Esquinca Cancino, en contra del viejo acuerdo perredista de suplir a mujeres con mujeres para garantizar el reparto de cuotas por género.
Con estas cosas solo queda una ganancia: probar la verdad del viejo refrán: juntas ni difuntas…