“Siempre he soñado – soltó con  violencia–, con un grupo de hombres, absolutos en su decisión de despreciar todos los escrúpulos en la elección de medios, lo bastante fuertes como para darse a sí mismos el nombre de destructores, y libres de la tacha de este pesimismo resignado que corrompe al mundo. Sin piedad para nada en la tierra, ni siquiera para ellos mismos, e irrevocablemente dedicados a la muerte en servicio de la humanidad…, eso es lo que me hubiera gustado ver”,  dice Joseph Conrad en “El agente secreto”.

Y explica en esa misma obra los fundamentos de todo fundamentalismo, de un  sigo o de otro:

“…Destruir la fe general en el imperio de la ley era la fórmula imperfecta de su pedante fanatismo,; pero la convicción subconsciente de que la estructura de un orden social establecido sólo puede ser destruida eficazmente mediante alguna forma de violencia, colectiva o individual, era justa y correcta. Él era un agente moral. Eso estaba establecido en su espíritu.”

Hoy, cuando vemos las ciudades de Europa estremecidas por el terrorismo y las aceras manchadas con sangre indudablemente inocente; nos damos cuenta todos de la vulnerabilidad del orden libre. La libertad de muchos, la aspiración de convivencia y disfrute de bienes sociales, culturales y de todo tupo, es también el ámbito dentro del cual se mueven las fuerzas destructivas, los poderes oscuros cuya finalidad sea, quizá, la destrucción del orden social establecido.

Los terroristas, cuyos camiones de reparto embisten multitudes en Alemania o Inglaterra, los jóvenes de paso displicente y chamarra holgada  bajo la cual llevan los chalecos suicidas cargados con explosivos, lo pueden hacer porque conviven con la libertad de sus víctimas.

Por eso son difíciles de percibir, imposibles de detectar sino hasta cuando ya han cometido sus actos de muerte. Ya sea en la Maratón  de Boston o en los estallidos de Atocha o en las calles de Berlóin o en el Puene de Londres. El terrorismo ya no necesita planeación compleja para estrellar aviones en el centro financiero de Nueva York. Todo eso demasiado complejo: basta con bajarse de un vehículo y sacar el alfanje o el cuchillo y repartir puñaladas y cortes de acero.

Pronto veremos a los rudimentarios terroristas armados, como Sansón contra los filisteos (de Filisteo viene Filistina y luego Palestina), con una quijada de jumento. El terrorismo de la era tecnológica, el mundo cibernético, la   comunicación  instantánea, usa el mismo recurso de la espada de cruzados y conquistadores: la hoja de acero. La degollina.

En ese sentido la detección se vuelve imposible. Y por eso mismo, la prevención resulta juego estéril, a pesar de las 40 mil cámaras de vigilancia de la Pérfida Albión.

En estos fenómenos sociales hay quien  invoca la ley física y la consecuencia de todo movimiento y su respuesta en sentido contrario. Pero ese “Newtonismo” no hace sino justificar hogaño los horrores de antaño. Si revisamos la historia, las atrocidades del terrorismo contemporáneo son juego infantil junto a las masacres masivas de los europeos en África y Asia.

Y hoy los descendientes de unos se vengan contra los descendientes de otros, en un juego macabro de culpas y más culpas. Finalmente, y duele decirlo, la historia de la humanidad es la historia de cómo se han derramando las sangres de unos en las manos de otros.

Esto ha dicho el gobierno británico. Y horroriza.

“La primera ministra británica, Theresa May, ha descartado que los últimos ataques que ha vivido en menos de tres meses el Reino Unido estén conectados entre sí, aunque ha apuntado a «una nueva tendencia: el terrorismo llama al terrorismo.

“Los atacantes se ven inspirados. Aparte de autorradicalizarse, se copian unos a los otros. No debemos fingir que las cosas pueden seguir como hasta ahora. Tienen que cambiar».

“Así lo ha asegurado tras reunirse este domingo del comité de emergencias Cobra, en el que participa la cúpula de la seguridad y de la inteligencia británicas.

“Asimismo, ha propuesto (como Frank Underwood) revisar la legislación antiterrorista en el Reino Unido para luchar contra la «malvada ideología» del extremismo islámico.

“La jefa de Gobierno se ha mostrado partidaria de tomar nuevas medidas para evitar la radicalización a través de internet, asegurar que la policía cuenta con las capacidades necesarias para combatir la amenaza terrorista y establecer penas más duras para algunos delitos.

«Hay demasiada tolerancia hacia el extremismo en nuestro país», ha dicho May en una comparecencia ante el número 10 de Downing Street, su residencia oficial en la capital británica”.

Otra vez el “Newtonismo” social.

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

1 thought on “La quijada del burro”

  1. Una de las caracterisicas de la democracia es la libertad de expresion y el libre transito… el problema es cuando esas libertades se vuelven libertinaje en aquellos que promueven la violencia ya sea terrorista o delictiva que tanto daño hace a la sociedad pacifica y productiva… que hacer en un mundo de leyes donde todos tenemos derechos… pero tambien obligaciones… no podemos generalizar pensando que todos los musulmanes son malos y terroristas y que todos los cristianos son buenos y pacificos…. no es tan simple… el mundo no es en blanco y negro…pero si… mucha violencia proviene de la desigualdad y la injusticia y muchos odios de la intolerancia… la formula para la convivencia pacifica, no viene de la ciencia… proviene de unas sabias palabras «ama a tu projimo como a ti mismo».y «Tanto entre los individuos , como en las naciones, el respeto al derecho ajeno significa la paz». facil, muy facil de decir… pero tan dificil de llevar a la practica… no podemos cambiar la actiud mundial… pero si podemos comenzar cada quien en su entorno, desechando la intolerancia hacia quienes nos rodean, y tratandonos con respeto, igualdad y justicia…

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