La visita del Señor Presidente a Washington, con todo y la enorme cantidad de mentiras ahí dichas por ambas partes, no debe ser vista como un ejercicio de sinceridad sino como una muestra de habilidad política,  cuyo éxito, en la parte mexicana no habría sido posible sin el Secretario de Relaciones Exteriores  Marcelo Ebrard quien sobresale en un gabinete de enanos. 

Tras la reunión cimera es posible decir: Donald Trump obtuvo los beneficios anhelados: barnizar su imagen supremacista con la brocha gorda del presidente de México. O con su labor de ebanista de «muñeca” en la fina laca de sus exageraciones, como se quiera. 

En todo caso, esta es una expresión falsa:

“…estoy aquí, para expresar al pueblo de Estados Unidos que su presidente se ha comportado hacia nosotros con gentileza y respeto, nos ha tratado como lo que somos: un país y un pueblo digno, libre, democrático y soberano…”

Semejante rollo solo se consigue tras  beber todas  las aguas del mitológico río Leteo, las cuales, anulan la memoria. Son las caudalosas cascadas de la amnesia.

El presidente de México quizá no haya logrado nada para este país, pero internamente ha apantallado a bobos y apantallables. Juarista en la tierra de Lincoln ha proclamado a los cuatro vientos su satisfacción porque no se nos trata como una colonia. Hombre, gracias. “Respeto, respeto”, cuantos crímenes se cometen en tu nombre, habría dicho Madame Roland camino de la guillotina. 

Pero ni siquiera con la navegación en la nave del olvido (salud, José José),  es posible creer la sinceridad de Trump en este discurso:

“…Nos une el comercio, la historia, la familia, la fe. Estados Unidos alberga a 36 millones de ciudadanos mexicoamericanos que fortalecen nuestras iglesias, nuestras comunidades y colorean todos los trazos de la vida de nuestra nación…”

Sin embargo la visita ha sido un éxito en términos de política. Y la política es lo único importante para los políticos, especialmente si están en campaña. Amlo en la implacable persecución del poder absoluto y perdurable; el otro en pos de una reelección constitucional, en menos de seis meses. 

Por eso, cuando se está en campaña, es posible ofrecer lo incumplible y tragar, sonriendo, todos los sapos (y algunos detritus) endulzados con miel.  

Y nada de eso habría sido posible sin la intensa actividad de Marcelo Ebrard, quien no ha sido ajeno a la divulgación –simbólica y oportuna–, de la captura de César Duarte, el perseguido ex gobernador de Chihuahua a quien se acusa de haberse robado el oro y el moro. A lo mejor fue más.

Como sea esta ha sido la mejor temporada del Presidente. 

Su actividad en diversas áreas ha distraído a México de la gravedad mortal de la epidemia, le ha dejado los tomates a López-Gatell y él se ha ido a recoger rosas al jardín de la Casa Blanca, con la extradición de Lozoya en el bolsillo y la captura de Duarte en el equipaje. Cuánto corrupto para el discurso.

Además,  su valido en Gobernación, Alejandro Encinas,  ha revolcado la gata de Ayotzinapa con el acompañamiento y comparsa de la Comisión de Derechos Humanos bajo su mando. Mejor, imposible. 

Y este alineamiento de los astros ha sido posible empujando a los cuerpos celestiales. Nada de esto ha caído del cielo. Es producto de la política mejor elaborada: la propia.  No la interna, la personalista. 

Esa cuyo logro es “ad majorem” gloria de quien la promueve. 

Hoy el Presidente, en contra de aquel viejo dicho de Ruiz Cortines, siembra para sí en una parcela individual. 

Y de paso prepara la arrolladora victoria de su partido en las elecciones del año siguiente, en las cuales no sólo conservará la mayoría de los diputados,  sino colocará a sus alfiles en los gobiernos estatales en disputa. Por lo menos diez serán suyos.

Con ese equipaje marchará a la revocación  –2022–, en la cual le espera otro éxito, cuya contundencia mermará las posibilidades de cualquier oposición significativa por venir en el tramo final del sexenio.

 Sus enemigos están políticamente abatidos, lo cual supera en gravedad a la indefinible derrota moral.

Estériles sus adversarios silenciosos o anulados y su futuro asegurado, excepto si ocurriera una catástrofe superior al Coronavirus, cuya dimensión está controlada en los medios y perdura funesta en los hospitales, Andrés Manuel empuja su transformación nacional.

Y todavía quedan cuatro años por delante. 

COLA

¿Llevaría cola la frase de Trump en elogio de las computadoras? ni Juárez ni Lincoln tuvieron una. 

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

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