Con mucha frecuencia escuchamos al señor presidente decir una frase gravemente equivocada: la mejor política exterior, es la política interior.
La primera depende de factores geopolítico; la segunda no. O no tanto. Esta proviene de la inmanencia soberana del cargo democráticamente obtenido, la otra es la forma de convivir con el resto del mundo a través de una compleja trama de equilibrios regionales, continentales y en algunos casos planetarios, en los cual se deben armonizar los intereses –legítimos y no tanto—de los Estados.
A eso se le llama el concierto internacional, aun cuando a veces sea un estruendo desconcertante, frente al cual sólo es posible defenderse con la fuerza de la cultura. No de la artesanía, ni el folclore: la cultura universal asimilada y adaptada al país.
México en este gobierno, se ha mostrado planetariamente provinciano. Es la impronta de nuestro presidente quien no puede curarse de la “planetofobia” cuyo más grave síntoma es la reticencia para salir del rancho: todo lo quiere apreciar, entender y resolver a través de la pequeña lógica de su aldea, sin intentar siquiera imaginar la aldea global, y no digamos la anchurosa dimensión del mundo entero.
Esquivo ante los viajes, refractario a las lenguas extranjeras, aunque nos haya confiado sus cursos semestrales en la UNAM como requisito para su tardía titulación, el presidente quiere teñir el mundo con los colores de sus ideas, algunas de las cuales –como las medicinas o los bulbos de un radio– caducaron cuando llegó el siglo XXI.
Él sigue anclado en un pasado irrecuperable y fracasado, en especial por cuanto hace a la falsa concepción de un bloque latinoamericano con Cuba a la cabeza de la conducta antimperialista y México en la ejemplaridad ideológica, empeño ridículo y sin sentido desde toda la historia, desde el Congreso Anfictiónico Bolivariano. Y ya no digamos su convocatoria a la Gran Fraternidad Universal, cosa más de predicador y menos de estadista.
Pero metidos en ese marco, la política exterior se parece a la interior. Ninguna de las funciona excepto para los fines de la idolatría populista.
El presidente munífico cuya generosidad regala dinero de puerta en puerta y obtiene clientelas agradecidas. Así también nos congraciamos con el mundo subdesarrollado, comprándole piedras a Cuba para asentar rieles de un ferrocarril o medicinas de dudosa calidad o médicos de raya en favor de la maltrecha e irreparable economía cubana. Por ejemplo.
También tuvo en algún momento la idea de enviar al secretario de Hacienda para enseñarle sumas y restas al depuesto presidente golpista del Perú, Pedro Castillo. Todavía el fugaz ejecutivo peruano lidiaba contra la tabla del siete cuando lo echaron del cargo por la intentona de disolver el parlamento y anunciar un gobierno a base de decretos. Pobre diablo.
Hoy en la celda donde fue confinado se escucha por las noches, dos por una dos, dos por dos cuatro…
Pero donde peor se expresa la improvisación de la política exterior (el canciller Marcelo Ebrard, nada más interpreta y obedece; no construye), es en la relación con los Estados Unidos cuyo mejor momento fue lograr la devolución del general Salvador Cienfuegos, detenido en California por cargos jamás probados, y al parecer producto de las pifias de la DEA.
Los demás temas en cuanto a la relación con Estados Unidos, en especial los asuntos migratorios, se han desarrollado a través de un guion escrito en Washington al cual México se ha sumado con el entusiasmo de quien defiende a la patria. Pero no ha sido así.
Ya son muchos los testimonios de Trump y sus allegados (Pompeo, destacadamente) de cómo las autoridades mexicanas se doblaron o fueron dominadas por las presiones del imperio, cuando se imponía mostrar resistencia. No la hubo. La Frontera se militarizó como si fuera el Metro de la ciudad. Si en los túneles del Sistema de Transporte hay seis mil guardias y cinco mil policías, en el sur se puso un tapón humano militar de casi 15 mil soldados
Y no sirvió para nada. Ni se resolvió la migración ni crecieron, los arbolitos enviados al Salvador, Guatemala y Honduras para crear la riqueza atractiva para permanencia en sus países de los emigrantes. Puro cuento chino.
MARIO
Reprueba el señor presidente las somníferas novelas recientes de Mario Vargas Llosa. No se deja impresionar ni por el Premio Nobel, ni, por las demás distinciones, algunas supremas, como el ingreso a Academia Francesa.
La condición de Francia como fuente de cultura planetaria desde tiempos remotos en ciencia, en tecnología, medicina, arte, cinematografía, etc., se prolonga en los días actuales con la custodia de dicha academia.
Estas ideas de la francofonía y el manantial francés en el río de la cultura universal no se le habría ocurrido a ninguno de los filósofos de la Cuarta Transformación, incluidos Marx Arriaga, Paco Taibo o Pedro Salmerón.
Dijo Vargas en su discurso de admisión:
«…La novela salvará a la democracia o será sepultada con ella y desaparecerá. Quedará siempre, cómo no, esa caricatura que los países totalitarios hacen pasar por novelas, pero que están allí, sólo después de atravesar la censura que las mutila, para apuntalar las instituciones fantasmagóricas de semejantes remedos de democracia, de los que es ejemplar la Rusia de Vladimir Putin atacando a la infeliz Ucrania, y llevándose la sorpresa del siglo cuando esta última nación resiste contra ella, pese a su superioridad militar, a sus bombas atómicas y a sus ejércitos multitudinarios.
“Como en las novelas, aquí los débiles derrotan a los fuertes (…) Como en la literatura, las cosas se hacen bien y confirman una justicia inmanente que sólo existe, está de más decirlo, en nuestros sueños».
«La literatura francesa fue la mejor y sigue siéndolo. ¿Qué significa la mejor?
“La más osada, la más libre, la que construye mundos a partir de los desechos humanos, la que da orden y claridad a la vida de las palabras, la que osa romper con los valores existentes, la que se insubordina a la actualidad, la que regula y administra los sueños de los seres vivos».
«Ningún país ha vivido con la fidelidad de Francia aquella libertad que nos permite todos los excesos, los literarios y los otros, los que forman parte de la vida corriente y los que se apartan de ella. Francia los incorporó antes que nadie a la literatura, luego a la vida misma (…)
“No hay país que tenga una literatura más osada y que haya explorado con más audacia y atrevimiento los sueños de la razón y sus abismos secretos; por eso nacieron en Francia, o buscaron aquí su certificado de nacimiento, todas las corrientes de la vida que exploraban las sombras y los reductos rebeldes de la personalidad, como el dadaísmo, el freudismo o el surrealismo y las diferentes escuelas, o tendencias, y esos temerarios sobresaltos que revolucionarían la lengua, las formas, el arte y la vida misma, en sus más osadas realizaciones. Y por eso también ninguna literatura ha estado sometida al fuego del escrutinio de la razón ni de la sinrazón que nace de los instintos y los sueños como la de Francia…”
Pero eso a algunos les causa somnolencia. Lo dicho, todo proviene de no entender el lenguaje universal de la cultura.