Como si fueran las olas del mar, una tras otra, incesantes, constantes, dominadas por el ciclo implacable de las mareas, eternas, así se suceden, una tras otra las pifias de la política exterior mexicana, plena de falsedades, traición -o al menos incumplimiento–, a los principios, improvisación y ocurrencias al por mayor.

Cuando uno cree haberlo visto todo, llega la nueva onda declarativa y nuestro presidente se enorgullece de su osadía imprudente e inconsecuente.

Veamos el caso más cercano.

Cuando el muy limitado maestro rural del Perú, Pedro Castillo intentó disolver el parlamento de su país e instaurar un gobierno unipersonal a golpe de decretos (los analfabetos también tienen corazón), se acercaba la entrega de la presidencia de la Alianza del Pacífico.

Pedro Castillo había sido impedido por el Congreso de salir del país y el presidente de México esbozó la posibilidad de ir personalmente a entregarle la presidencia. Castillo se fue a la cárcel y Andrés Manuel López Obrador no viajó a Lima, pero emperrinchado por la suerte de su amigo, gestionó el asilo humanitario para la familia del depuesto aprendiz de golpista y bloqueó el funcionamiento de la organización colegiada.

“En enero de este año –dijo la señora presidenta Boluarte–, Perú debía haber asumido la presidencia pro témpore. Sin embargo por esa situación política del presidente de México, hasta ahora está perjudicando a los pueblos que comprende la Alianza del Pacífico porque simplemente por seguir apoyando al expresidente que dio el golpe y además que tiene carpetas fiscales que están en investigación, no nos quiere entregar la presidencia pro témpore de la Alianza del Pacífico…

“También queremos decirle al presidente AMLO –insistió– de que un tema político es un tema político, pero un tema del desarrollo de los pueblos a través de alianzas como esta, es tan importante para el desarrollo de nuestros pueblos. 

“Creo que una mirada política no puede cerrar el camino del desarrollo de nuestras hermanas y hermanos que comprenden la Alianza del Pacífico”.

El Ejecutivo mexicano respondió a estas acusaciones y quejas con la orgullosa altivez de quien tutela la democracia continental:

“No quiero entregar a un gobierno que considero espurio. No quiero legitimar un golpe de estado… “le voy a dar instrucciones al Secretario de Relaciones Exteriores que notifique a los miembros del Grupo de Río (para ver) qué hacemos”.

El Grupo de Río no existe más. Consultarlo va a ser difícil.

Es como si se pidiera la opinión del Grupo Contadora (su antecedente). La  última reunión del mecanismo al cual alude Don Andrés, fue en el lejano 2010.

Por otra parte, si el de Boluarte es un gobierno espurio, ¿Por qué seguimos manteniendo Relaciones Diplomáticas con él? No importa si están en el más bajo nivel. Mantener la embajada es un  equivalente al reconocimiento, aun cuando no se use ese término, porque ya se sabe la enseñanza de Genaro Estrada, México no reconoce gobiernos; sostiene o no relaciones con ellos.

Si esta señora hubiera dado un golpe de Estado, se colocaría en el nivel de Augusto Pinochet, y cuando México salvó a los asilados chilenos, inmediatamente después rompió relaciones con el usurpador.

Hoy asilamos a la familia de Castillo. Si las relaciones eran necesarias para rescatarla, ese gesto humanitario ya logró su cometido, pero mantenemos relaciones con la espuria. ¿Entonces, somos o no somos?

Eso es una grave inconsistencia. Y un ridículo bravero.

Pedir la opinión del grupo de Río (Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños) no es un  error; es un ridículo hijo de la ignorancia.

Pero no hay quien asesore al mandatario. Sus mejores diplomáticos comen cacahuates en la mesa de diálogo y dejan las cáscaras junto al micrófono.

Por otra parte nunca se había visto apelar a una opinión externa y ajena (no hay relación entre la Alianza del Pacífico y la Celac) para cumplir con una obligación ya contraída.

Qué pena con las visitas, de veras.

Imagen: altonivel.com.mx

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona