Fin de semana con Rafael Cardona
“Nadie podría explicar lo que he soñado. Habría que estar loco para pretender explicar lo que yo tenía”, dice William Shakespeare en el “Sueño de una noche de verano”.
–“Mi sueño era un sueño; nada de lo que ha sucedido puede ser comprendido por un hombre: ni el ojo lo ha oído, ni la oreja lo ha visto, ni la mano lo ha gustado, ni la lengua lo puede formar; ni el corazón explicarlo”.
En una sola jornada, la del cinco de julio del año 2009, los sueños de la segunda presidencia panista en la historia de México se vinieron abajo –diría Gabriel García Márquez–, “con estrépito de desastre” como las tejas y maderamen en la podrida techumbre de una casa vieja.
–“La verdad estábamos seguros de la victoria — me dice un senador del Partido Revolucionario Institucional famoso por su mordacidad–, pero nunca nos imaginamos tal madriza”.
Como las piezas de un dominó alineadas una detrás de la otra se le venían al suelo San Luis Potosí, Querétaro, Colima, Nuevo León, Campeche; los municipios de Naucalpan; el famoso distrito 21 del estado de México con su fama de haber sido el primer eslabón del corredor azul; Toluca, y luego la contundencia en Puebla, en Veracruz con todo y Boca del Río y su estatua de Vicente Fox, todo se derrumbaba sin tiempo para analizar las causas. La condición de primera fuerza en la Cámara de Diputados su desvaneció cuando apenas eran las primeras horas de la madrugada de ese infausto día.
En el cuartel general de Los Pinos y en la Avenida Coyoacán había una verdadera alternancia entre el estupor y la incredulidad.
La marea roja se alzó una ola gigantesca sobre todo el país y dejó una certeza para quienes de eso saben: el gobierno ha perdido toda su capacidad de imposición. Ha quedado en manos de la oposición, especialmente de la más agraviada del 2008 para acá. A la otra parte del espectro político, la había perdido desde la elección del 2006.
Por alguna lejana asociación de ideas, recordé la frase de Jeff Masters, jefe del servicio meteorológico de “undeground.com”, el 21 de octubre del 2005 cuando se percató de las dimensiones del huracán Wilma en su fatídica evolución contra la costa de Quintana Roo:
“Wilma puede ser el peor desastre en la historia de México”.
Obviamente la derrota panista del cinco de julio pasado no será ningún desastre en la vida nacional, ni siquiera en la historia de Acción Nacional, pero ha sido un golpe demoledor para un cierto grupo de engreídos cuya posición en la cercanía del poder los había convertido en petulantes custodios de una verdad inmutable e imaginaria; templarios de la verdad revelada y dueños absolutos de los sagrados lugares de la Patria. Ese grupo pequeño y sobrado, pagado de sí mismo, se ha quedado sin voz. Con su derrota fracasa una vez más esa forma de hacer política desde la derecha.
La jactancia, la arrogancia, la petulancia y la insolencia de Germán Martínez, alimentadas por instrucciones superiores o exageradas con ánimo de colocación futura en la lejana fecha del 2012, no pudo soportar la pérdida de tanto y tanto. De la misma manera inconsulta como el dedo divino lo alzó a las alturas panistas, el mismo índice ahora en llamas, lo fulminó en pocas horas.
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Pero no hay redención para el soberbio.
“Veremos cómo será posible hostigar en adelante a nuestro enemigo, cómo reparar nuestra pérdida sobreponiéndonos a tan espantosa calamidad, y qué ayuda podemos hallar en la esperanza, si no nos sugiere algún intento la desesperación», dice John Milton en “El paraíso perdido”.
Pero Martínez insiste en presentar orgulloso sus errores como si con ellas pudiera probarse a sí mismo las condiciones de una imaginaria grandeza negada por la realidad:
“Mi gestión no alcanzó el éxito esperado en la conducción del esfuerzo generoso de los panistas. Tampoco fue posible convertir, de manera legítima y democrática, la aprobación que tiene el Presidente Calderón entre los ciudadanos, en confianza para los candidatos del PAN.
“El desencanto de los ciudadanos frente a los políticos, tiene que ver con la responsabilidad de los actos públicos que construimos. La derrota es el momento más claro para demostrar que en Acción Nacional hay dignidad, ética de la responsabilidad y cultura de la dimisión”.
En la apología de sus propios errores, GM se tropieza otra vez con las mismas piedras.
El principal defecto y a un tiempo la mayor perversión de la campaña de Acción Nacional fue utilizar al Presidente de la República, quien no le pertenece ni como símbolo ni como activo. Pero a pesar de las evidencias y en contra del veredicto generalizado (la derrota, pues), Martínez manda otra vez la burra al maíz:
“Convertir de manera legítima y democrática la aprobación que tiene el presidente Calderón entre los ciudadanos en confianza para los candidatos del PAN.” Eso no es posible. O no lo fue.
Aun concediendo la “aprobación” de los ciudadanos hacia el Presidente (lo cual puede ser una mera ilusión de los encuestadores contratados para probarla), nunca será legítimo ni democrático convertir al presidente de todos en el emblema de algunos.
Al menos ese es el sentido del discurso del naufragio o de la oratoria del arreglo o como se les quiera llamar a las intervenciones presidenciales de los días cinco por la noche y seis al mediodía. El primero en una cadena nacional con actitud aparentemente ecuánime y la otra frente a banqueros españoles a quienes se les ofreció el discurso de la serenidad.
“Esta jornada electoral (5 de julio) representa la conclusión de una contienda entre partidos, que estuvo marcada por el contraste de proyectos políticos y por la natural discrepancia de opiniones.
“Sin embargo, la contienda ha terminado. La competencia debe quedar atrás, y ahora hay que centrar nuestro esfuerzo en buscar las coincidencias, en privilegiar lo mucho que nos une y en alcanzar los acuerdos que reclama el país para recuperar, cuanto antes, el crecimiento económico, la generación de empleos y la seguridad pública.
“Nuestro país tiene ante sí grandes retos que demandan la suma de esfuerzos de todos los mexicanos. Tenemos que ser capaces de mirar alto y de mirar lejos; de poner en el centro de nuestro trabajo político el interés superior de la Nación, por encima de los intereses de los partidos o por encima de los proyectos personales.
“Ahora que tenemos una nueva Cámara de Diputados, nuevas legislaturas locales y nuevos gobiernos estatales y municipales en distintas entidades, debemos iniciar, cuanto antes, un proceso de colaboración y de corresponsabilidad, a fin de buscar los acuerdos que permitan elevar el bienestar de los mexicanos, especialmente de los que menos tienen.
“El Gobierno Federal reconoce la nueva composición de la Cámara de Diputados, puesto que ha sido una decisión soberana de los ciudadanos”.
“(6 de julio)…Hoy estoy dispuesto, amigas y amigos; el Gobierno Federal reitera la mejor disposición y la mejor voluntad del Gobierno para dialogar y para colaborar con la nueva Legislatura, a fin de superar los desafíos del país.
“Está muy claro que la contienda ha quedado atrás y que ésta es la hora de los acuerdos; porque uno de los retos más apremiantes de México, sin duda alguna, es revertir los impactos de esta crisis económica internacional”.
Sin embargo estas intervenciones no calan igual en el ánimo de todos. Muchos pueden admitirlo plenamente ante la oferta conciliadora como si la campaña injuriosa y violenta no hubiera sido conducida y autorizada desde Los Pinos y la defenestración fulminante del ex presidente del Partido fuera gesto suficiente para lograr perdón y olvido.
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Quizá por eso los dirigentes de las bancadas del PRI, con una actitud entre la condescendencia y las buenas maneras, le dicen como el diputado Emilio Gamboa: esa exhortación es nada más una más. O el senador Manlio Fabio Beltrones: no hay rencores, bastante castigo tienen con haber perdido.
Pero la oferta pacifista encuentra una actitud hostil por parte de su propio partido. Primero Manuel Espino le repite en los medios las palabras recientes de su diagnóstico interno: nos hemos alejado de los principios, hemos perdido autoridad moral; nos hemos desviado del camino democrático, hemos incurrido en defectos ajenos, hemos convertido al Partido en un apéndice del gobierno.
Y con esas frases lo explica todo y todo lo cifra en una idea: hemos perdido nuestros valores. La pérdida electoral se explica por la pérdida axiológica. Pero esas palabras iban a ser nada más el principio de la discrepancia. La noche de los cuchillos largos, la madrugada de los cristales rotos aun estaba por llegar.
Y la aurora ensangrentada vino envuelta en las hojas de una carta de Vicente Fox al periodista Jorge Fernández. Pero expliquemos:
El columnista JF había escrito sus consideraciones acerca de similitudes y diferencias del 2003 con el 2009. En ambos casos los presidentes panistas perdieron las elecciones intermedias, pero a Fox aun cuando no le fue tan mal, el resultado lo abrumó:
“Fox cayó en un estado de abatimiento porque había sido convencido, con encuestas mal realizadas en Los Pinos, de que podría ratificar la mayoría en el Congreso y tardó varios meses en replantearse una estrategia que jamás dio frutos”, dijo JF.
Y remató: Felipe Calderón no es Vicente Fox y no creo que vaya a caer en el abatimiento. Su sicología política es otra: ante los desafíos suele actuar con más enjundia que en la administración sin sobresaltos”.
Más allá de lo discutible de estos “sicoanálisis políticos”, la ocasión fue aprovechada por Fox para tundir a su sucesor casi como Beatriz Paredes cuando presumía niveles junto a Germán Martínez:
“El presidente Fox –escribió VF de sí mismo–, actuó con sensatez, como un verdadero demócrata con respeto a los poderes y con tolerancia ante los desacuerdos. Mantuvo el país en paz y con desarrollo económico… el presidente Fox le dio al país lo que muchos otros no lograron… efectivamente Fox no es Calderón”.
De acuerdo con esto Vicente Fox ha descalificado la estrategia de Calderón con argumentos cínicos y mentirosos entre los cuales sobresale este: él actuó como un verdadero demócrata con “respeto a los poderes y tolerancia ante los desacuerdos”. Ante tal atrevimiento y tan atroz apuesta por la amnesia colectiva nada más deberíamos recordar el episodio del desafuero de AM López y la recurrente embestida contra el Congreso por no plegarse a sus ambiciones.
–¿No recuerda cuando tildó de enemigos a los senadores por la desautorización de un viaje de paseo a Nueva York?
Pero esto no significa nada sino la fractura en el interior del PAN. Haber perdido la buena disposición de los priístas a quienes hoy necesita como nunca antes, es algo relativamente normal en el juego de gobierno y oposiciones. Pero sentir cómo lo bombardean desde su propio partido, ya resulta una mala circunstancia para el presidente Calderón quien hoy –lo sepa o no; lo acepte o no– se ha quedado cada día más solo. Y la soledad de un Presidente es la antesala de su ocaso.
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El cuerpo de Martínez no presenta todavía el inevitable “rigor mortis” y junto al catafalco ya varios se prueban sus ropas.
Ricardo García Cervantes suelta esta parrafada digna del mármol:
“A mí lo que me interesa es que el Partido Acción Nacional retome, por supuesto, esa victoria cultural sustentada en sus valores democráticos y en su humanismo (¿no será la cultura de la dimisión consagrada por Martínez?), y a partir de la unidad (¿con el ejemplo de Fox?) volvamos a proyectar una expectativa y una esperanza de que se puede gobernar con los principios de Acción Nacional y con eso sacar el país adelante… No hay un proyecto personal (n’ombre, cómo crees), nunca lo ha habido y en este caso si alguna función debo realizar, estoy en la mejor disposición de apoyar al partido”.
Don Ricardo, nos mueve usted al llanto con tan abnegada disposición.
Y no se queda atrás el joven César Nava quien lo mismo disputa la coordinación de la bancada azul o se sube al carro del oportunismo y se auto propone para dirigir la maltrecha nave, como si estuviera en tan buenos términos con el dueño del circo.
“Ya vendrá el día de las decisiones, pero ahora lo que quiero hacer es participar en este proceso de reflexión.
Pero estos son días tristes en el gabinete, casi tanto como en la afición mexicana con los ridículos de la Selección Nacional en cuyas filas hasta Javier Aguirre es capaz de patear desde el área técnica a un jugador panameño con nombre de radio de transistores.
Lo dicho, con el vasco o sin el vasco, la selección es una basca.