El asesinato disfrazado de suicidio dentro de una prisión (¿cuántas veces lo hemos visto?), como ha ocurrido en el penal de Nezahualcóyotl, donde un asesino y violador apareció “corbateado” (después del linchamiento de los medios, quienes lo colgaron desde antes), es la obvia aplicación del código presidiario.
La cárcel es un cosmos caótico autocontrolado (ahí el gobierno no gobierna, cuando mucho participa de exacciones y venta de protección); ese universo escribe sus leyes con la tinta invisible del miedo y la intimidación constantes; el dominio, la esclavitud, el territorio dividido y repartido, los privilegios, la servidumbre humana, como hubiera dicho Somerset Maugham, aquel olvidado novelista inglés.
A fin de cuentas los asesinatos de presidiarios incorregibles o cuyas faltas, delitos o crímenes resultan repugnantes hasta para los irremediables, le resuelven a la sociedad y sus instituciones la molestia del debate moral sobre la pena de muerte. La muerte mata. Y se acabó.
Estas son algunas reflexiones sobre el caso:
Este asunto de la niña Valeria, perdón, no quiero presentarlo como una frivolidad, pero su exposición mediática, sobre todo en las redes, me pareció casi del tamaño de los «XV años de Rubí», y me refiero a la abundancia de palabras, de mensajes y de especulaciones y de enjuiciamientos; condenas, y linchamiento generados en torno de este repugnante asunto del asesinato, posterior a la violación y el abuso de todo tipo en contra de esa desafortunada muchachita.
“El asunto notable es la mala política de comunicación de las instituciones incapaces de sobresalir a la espontánea comunicación de las redes, y también a la proliferación de mensajes en los medios tradicionales, no para limitar cuanto las radiodifusoras, televisoras o los diarios quisieran informar, sino para ofrecer ellos una información para compensar la parte especulativa y la parte amarillista y sensacionalista en todo este caso.
Me llama mucho la atención cómo el anónimo carcelario, el presidiario de la mañana del viernes en una estación de Radio Fórmula quien explica cómo asesinaron al violador de Valeria y nos abre los ojos sobre el mundo terrible de la prisión. Toda una novedad, es cierto.
El informante (llamémoslo así) revela cómo los presos estuvieron muy al pendiente de todo esto por la televisión. Y además, exhibe el aire la facilidad de un teléfono, (no se sabe si celular o fijo) desde el cual habla a una radiodifusora durante 20 minutos, sin ninguna interrupción, sin nadie para preguntar ahí dentro: «¿de dónde salió esta llamada?». Nadie sabe nada ahí.
Y también llama la atención la espontaneidad desinteresada que el informante anónimo, quien conserva su anonimato seguramente para protegerse y no amanecer colgado como ese este hombre pendiente de un mecate de tendedero, si resistencia para colgar ni un guajolote.
Pero no nos podemos escandalizar, ni como ciudadanos, ni como medios, porque un preso nos dice (vaya sorpresa estamos sufriendo), cómo en las cárceles se cometen abusos de todo tipo, al amparo de una colusión entre custodios y mafias de los propios grupos internos, quienes toman el control de las prisiones, como lo sabemos todos, como acabamos de ver en Tamaulipas, en Ciudad Victoria. Y como todo gobierno, tienen hasta su propio sistema legal, entre comillas.
Ya lo sabemos, lo hemos sabido de toda la vida, y no hemos podido desarrollar un sistema carcelario verdaderamente de rehabilitación o, por lo menos, de confinamiento seguro con garantías de seguridad de los presos y de quienes están afuera, y son víctimas de los delitos cometidos desde la cárcel, como los secuestros a extorsiones, por citar algunos nada más.
Estamos muy contentos, todos estamos felices porque tenemos un nuevo sistema acusatorio de justicia.
Ese sistema acusatorio, según dijo el jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, hace unos cuantos días, va a poner en la calle a 15 mil delincuentes. Alguien podrá decir, están ahí habiendo sido mal juzgados y siendo inocentes. Formalmente están en la cárcel porque cometieron delitos, punto. Y van a salir por diferencias de criterio entre el sistema por el cual entraron y el sistema por el cual saldrán.
Pero sea como sea, no hemos logrado en este país, un sistema de prisiones útil para la finalidad social de la privación de la libertad de quien delinque. Primero, evitar la repetición del delito y después, la reinserción social después de haber purgado una sentencia y pagado su culpa.
Hoy nos espanta el ahorcamiento de un violador. No nos espantó cuando a ese mismo violador, antes de su proceso, ya lo habíamos linchado todos. Ya lo habíamos ahorcado todos.
Pero si vamos a respetar los debidos proceso, hagamos el proceso antes de la condena de los medios y las redes. Y esperemos el paso de la justicia y exijamos la justicia, más allá de exigirles a los criminales no aplicar sus códigos dentro de las cárceles. Debemos exigirles a las autoridades cárceles donde no se puedan aplicar esos códigos “de justicia”.
Ellos lo entienden. «Al violín, violín, violín», como les gritan entrando a la cárcel, «al violín, violín, violín» le pasa lo mismo. Y después lo paga con la vida, sobre todo cuando se trata de menores.
Ellos no debaten sobre la justicia inmanente para cualquier ser humano, delincuente o no, una gente así –lo saben ellos y los sabemos todos–, no tiene remedio y como no tiene remedio, tampoco tiene derecho de estar vivo, y por eso los ahorcan, los acuchillan, los matan.
Pero, ese es el problema de las cárceles, nos quejamos de su interior , sin darnos cuenta de algo: lo mismo ocurre afuera, pero el mundo carcelario es solamente en un universo condensado, concentrado, focalizado, y absolutamente polarizado por la desgracia y por la frustración de la pérdida de libertad. Por eso es tan visible. Es el mundo en el microscopio.
Ese es el sistema carcelario tenemos y ese es el sistema por el cual nos escandaliza la muerte de este hombre, el aparente suicidio de este hombre.
Pero eso sucede, por desgracia, todos los días en este país.
Y nos deberíamos escandalizar también cuando los medios nos conducen –tomados de la mano– por el escándalo amarillista. También.
LA MAESTRA
El estado de trance es una forma de la ausencia. Es un desdoblamiento del alma. Es una visita a otros mundos, es una visión. También es un predicamento.
En trance el faquir marcha sobre brasas o entrega insensible sus carnes a la aguja. En trance místico estaba de seguro Santa Teresa cuando escribió en “Las moradas”:
“Estando hoy suplicando a nuestro señor que hablase por mi…”
Quizá en esa condición de olvido de los sentidos, en esa transportación hipnótica y a veces hasta erótica, se logren hermosos frutos de la sensibilidad.
Pero cuando alguien tiene un ataque de pena, como la señora Margarita Calderón (Zavala) por su ineptitud para revisar los textos de su propaganda política, el traslado de la responsabilidad a otros, no es un trance (aunque la ponga en trance “oso”); es una pequeña treta.
La historia de todo esto es simple.
Con una extraña forma de construcción gramatical la señora Calderón mandó poner espectaculares con un muy forzado juego de palabras contra aquello de “…quien no transa no avanza”. Verbos transar y avanzar. Su enorme anuncio dice a la letra:
“¿Estas listo para un México donde quien trance no avance?”
Obviamente la palabra “trance” no corresponde al subjuntivo del verbo transar (que yo transe, que tu transes, etc) sino al estado de “trance” cuya definición, también, además de la ya dicha, es la siguiente:
“Momento o situación muy difícil o apurada de la vida de una persona”.
“Estoy en trance –dijo a modo de disculpa–, por el error ortográfico de mi equipo (o sea, nomás el equipo se equivoca, yo no) en algunos espectaculares. Ya se corrigió”.
¡Ay maestra!