Hace muchos años, un conflicto sorprendió al presidente Adolfo Ruiz Cortines en medio de una de esas extrañísimas y provincianas giras de trabajo por remota serranía. Las comitivas de prensa de aquellos años eran reducidas y telegráficas. No había otra forma de enviar las noticias.

Los pocos periodistas presentes acudieron a Humberto Romero, responsable oficial de la información, en pos de una explicación para el asunto. Él les prometió hablar con el Presidente en busca de una declaración.

Lo hizo y el viejo zorro le dijo, hable usted con ellos. En todo caso si insisten dígale a Flores Muñoz. Él puede hacer una declaración.

Los periodistas no aceptaron ninguna de las versiones menores. Insistieron en lograr la palabra presidencial como única fuente válida. Dos y tres veces insistió Romero, tantas como fue rechazado.

En el último intento harto y malhumorado, Ruiz Cortines le advirtió:

—Ya le dije no y mil veces no, ¿No entiende usted, Romero? Mire, aunque no debo, se lo voy a explicar: el Presidente no debe hablar por cosas menores. A veces ni por las mayores, porque cuando él habla ya no hay otra palabra. La palabra presidencial debe ser cuidadosa y respetuosa. Una vez dicho algo no hay vuelta atrás. Toda alusión se vuelve una condena. Con una declaración mía alguien queda señalado para siempre”.

Esta lección no parece haber tenido seguidores. No al menos en el futuro mandatario mexicano, don Andrés Manuel, quien entre bromas, definiciones de la historia, explicaciones sobre el pensamiento conservador, viajes al juarismo liberal y una convocatoria al humor, no podía en su conferencia sabatina, disimular su mal humor. De lo más reciente, hablaremos después.

Por lo pronto, ahora hemos visto a un hombre cuya palabra ha soltado a los devotos y seguidores contra dos funcionarios del Instituto Nacional Electoral, Marco Baños (con alusión a sus respaldos priistas) y Ciro Murayama, señalado directamente de esta maniobra político-electoral en contra de Morena. Y si se tratara de un hombre cualquiera, no tendría ninguna importancia.

Pero López Obrador no es un hombre cualquiera. Dentro de pocos días será el depositario de todo el poder ejecutivo de este país y líder de la fuerza política más importante de México. Dentro de un suspiro tendrá en sus manos el Congreso, las Fuerzas Armadas, el dinero público, la seguridad nacional y la del Estado; la capacidad para decidir hasta el paso de los relojes y las fechas del calendario.

Frente al Estado presidencialista mexicano ni siquiera un monarca reúne en una sola persona tanta potencia y capacidad para decidir como le venga en gana sobre tantas cosas. Por eso sus condenas son peligrosas.

Y si al presidencialismo le añadimos un pleno control del Congreso y muchos poderes estatales, el ­poder centralizado se torna ominosamente fuerte, exactamente igual a como sucedía con Calles, Cárdenas, Alemán o Echeverría.

Para desgracia de México, por el camino de quejarnos del poder priista pleno (PPP), vinimos a caer nuevamente en esa forma de control político, como si no pudiéramos vivir, diría Martín Luis, fuera de la “sombra del caudillo”.

Yo no he hablado con Baños ni con Murayama. Lo he hecho con otras personas del Instituto Electoral y éstas me han confirmado su estupefacción y sus miedos. Para quien así lo quiera entender, una queja presidencial de ese tamaño es motivo suficiente para congraciarse con el poderoso mediante la persecución o el linchamiento de sus “enemigos”.

Ése también es un peligro.

Cuando alguien dice, mi fuerte no es la venganza, es la justicia, otros pueden salir a la tienda deportiva más cercana a comprar tenis porque lo siguiente es salir corriendo.

Pero hay otro elemento en el discurso de futuro presidente: su explicación de la actitud furiosa. No nos íbamos a quedar callados. Y tiene razón.

Pero esas airadas respuestas bien le pudieron haber sido encomendadas al Partido, porque insisto, no es un asunto de Estado; es de partido.

Así como él dijo, la ausencia de una declaratoria de presidente electo no permite (cosa increíble), acudir a la pactada junta del Pacífico, la sola inminencia presidencial le debería impedir convertirse en actor central en el litigio por la famosa multa multimillonaria impuesta a Morena.

Eso es materia deliberativa en un tribunal especializado.

Pero la furia ante las cosas, para bien o para mal, torcerá (por conveniencia, temor o advertencia), el juicio del tribunal. Si ya los compañeros de la Señora Otálora fueron obsecuentes con los casos de Nestora y Napoleón, no hay motivo para dudar de su conveniente docilidad hacia el futuro presidente y su partido.

Por lo pronto yo ya me compré un par de “Nike”.

CARRETERAS

Siguen los “trailerazos” por todas las carreteras de México. Bien valdría la pena conocer las ideas de Javier Jiménez Espirú sobre este sangriento tema de los remolques y los doble remolques. Digo, cuando los foros del aeropuerto le dejen un ratito libre, ¿no?

Author: Rafael Cardona

Rafael Cardona

2 thoughts on “La palabra presidencial; su peso irreversible”

  1. Recuerde que en el 2000 decidimos equilibrar los poderes y así nos fue. En este artículo no leo una equilibrada reflexión como las que lo caracterizan, sino un mensaje infundiendo temor y rechazo y sembrando animadversión. Esto no es lo suyo. Por cierto, no soy morenista.

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