Los acontecimientos post electorales y el activismo presidencial en busca de un elusivo reparto de las culpas por la derrota en preparación de la magna reunión a la cual ha convocado a los más altos militantes, ha impedido ventilar públicamente la naturaleza real del fracaso histórico (ahora sí vale la palabra) del Partido Acción Nacional. Su desastre axiológico.
Si nos atenemos a los motivos por los cuales Acción Nacional fue constituido, el estrépito de este desastre resuena mucho más allá de las urnas. Hace evidente el fracaso en su intención fundamental: construir ciudadanos por encima de la búsqueda del poder y después, quizá, funcionarios fieles a sus ideas una vez lograda su inserción en los órganos de gobierno. En la circunstancia actual no lograron ni lo uno, ni lo otro.
Para una generación de políticos capaces de tomarse en serio las serias palabras de González Luna, esto debe sonar hoy como una bofetada:
“Es irritantemente falso que para cumplir activamente el deber político haya necesidad de compartir métodos, propósitos, posturas, provechos, de quienes son responsables de que la nación se ahogue en un mar de lodo. De la pureza de las fuentes de la acción personal y de las metas perseguidas, dependen la claridad y la trayectoria de la corriente. Hay una política limpia, no sólo posible, sino inmediatamente obligatoria; una política regida por exigencias de abnegación que la levantan a niveles superiores.”
Lo validez de lo anterior no es una acusación sólo al tiempo cercano. En todo caso es una muestra de las palabras olvidadas. ¿Dónde estaba esa limpieza doctrinaria hasta cierto punto apostólica frente a las concertaciones con el salinismo? Quizá en el mismo sitio de los acuerdos corporativos, las alianzas contra natura y la corrupción para llegar y sostenerse en el poder fuera como fuera. Y aquí ya todo se escribe en subjuntivo.
Por desgracia la metástasis de los arreglos finiseculares llevó al Partido Acción Nacional a vestirse con el disfraz de un priísmo empanizado. Ahí empezó la verdadera derrota.
Hoy no parece empeñado el PAN en una labor de refundación desde los mismos cimientos, como proponía Gómez Morín ni en búsqueda de la recuperación de los principios. Más le ocupan las nuevas estrategias y ya se prepara para “sacar de nuevo al PRI de Los Pinos”. ¿Para lo mismo de la primera vez?
La competencia electoral (o electorera) ya no es el ámbito de las desdeñadas “escaramuzas” de los años iniciales, sino la actual obsesión casi mercantil por prebendas, puestos y subsidios oficiales de los cuales se decían ajenos y hasta se daban el lujo de rechazar.
Una somera revisión de sus gobernadores y sus alcaldes (dejemos por ahora a los presidentes) nos lleva a una grotesca galería donde conviven la ineptitud y la indecencia. ¿Cómo presentar a gente como el morelense Estrada Cajigal o el jalisciense Emilio González Márquez, señalados paso a paso por ineficiencia y suciedad presupuestaria?
Y no se diga de algunos alcaldes o secretarios de Estado.
Pero en el terreno interno es donde Acción Nacional se exhibe en el campo de la más espantosa carnicería. No hay forma de comprender cómo en un mismo sexenio fue posible expulsar (casi) del partido al primer Jefe del Ejecutivo cuya elección fue una prueba de vocación democrática de todo el electorado (ganadores y vencidos), y también al ex presidente del Comité Ejecutivo en cuyo ejercicio se logró (a empellones y de manera poco convincente para muchos mexicanos) el segundo presidente de la República quien hoy se muestra reacio a asociar siquiera su magna derrota electoral como consecuencia de su desempeño dentro y fuera del partido.
La refundación anunciada no será posible si de ella se responsabiliza a quienes hundieron al PAN en un PANtano de complicidades, nepotismo y malas cuentas.
Ya desde antes de la derrota, Felipe Calderón decía en público cómo veía a su esposa como candidata para el 2018. Ojalá, para él y su familia, no se repita la historia de su hermana a quien veía como gobernadora de Michoacán y cuya derrota fue explicada con impuras acusaciones de imposición del narcotráfico, en una mescolanza ruin de afanes políticos y políticas públicas, como la guerra contra el delito.
Muchos años bregó AN antes de lograr una victoria electoral significativa. Según los registros hubo elecciones en las cuales (1946) participaban ciento diez candidatos y llegaban cuatro. Lo significativo, sin embargo, era su actitud, su postura invariable (y sin embargo varió) de anteponer los principios al descarnado y pragmático imperativo de la política o mejor dicho, la politiquería.
Pero las sirenas siguieron cantando.
MEDIOS
Esta columna comparte el texto de Guillermo Ortega impreso en nuestras páginas el sábado.
Yo no creo en los cercos pacíficos. Toda ocupación territorial masiva es en sí misma un hecho de fuerza. No me importa si los “ocupas” tienen o no su razón para estar indignados. En ese caso, todos estamos indignados.
Un sitio, una irrupción, una presencia multitudinaria y por tanto amenazadora, es un acto de violencia. Lleva implícita la fuerza del grupo. Y por tanto la “valentía” de la masa. Con matices, pero es una demostración de fuerza. No importa si les regalan flores a los granaderos.
Cuando los manifestantes afuera de “Televisa” –o de cualquier otro centro de trabajo; en el cual los empleados no deciden la política de la empresa—alguien dictamina quién entra o quién sale, se atacan gravemente los derechos de otros ciudadanos. No es posible hablar de afanes democráticos, cuando se atropella a los demás en aras de una convicción, sea cual sea.
Este diario ya sufrió, bajo otra dirección, una visita similar. Y aquí seguimos.