Si nos atuviéramos al diagnóstico presidencial, en este mundo no hay medios de comunicación confiables, éticos, ni profesionales de información. Sólo los suyos. Las redes sociales, porque son irreflexivas y manipulables desde el anonimato robótico, en lo tiene proveedores eficientes.

Lo demás, no vale nada. La televisión hace montajes, los periódicos obedecen a criterios fifí de empresarios con otros intereses mayores: hospitales, hoteles, constructoras, etc.  Y no le sirven al pueblo.


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Nada le sirve al pueblo, excepto la obra de quien se ha autodesignado su conductor, su representante, su intérprete, su encarnación. Y no digo su mesías (Mesías quiere decir, enviado de Dios), porque sería demasiado y falso.

Pero los medios son un componente indispensable del abigarrado conjunto de obsesiones presidenciales. 

A su control, freno, conducción, influencia y presencia les ha dedicado tanto tiempo como a ninguna otra estrategia. El ejercicio matutino de propaganda, catequesis y autopromoción –ágora y palestra simultáneamente–, es una evidencia de lo anterior.

El presidente de la República ha invertido sus términos. 

Cuando era un quejumbroso candidato cuyo semblante se ensombrecía por el injusto y magro acceso a los medios de comunicación, practicado a través de un perverso “cerco informativo”, ganaba espacios gratuitos con cada vez mayor abundancia.

El “cerco” fue un mito genial, gracias a cuya invención condicionaba sus apariciones a la comodidad de los lisonjeros y alcahuetes, quienes ahora (hasta sus compadres), miran cómo les ha volteado la espalda. 

Muchos en su esnob audacia rebelde en desayunos y comidas con el proscrito del sistema (sistémico como pocos), se ufanaban de tratos con quien los halagaba con latitas de atún en Copilco. Ahora víctimas de sus desplantes descalificadores.

Se lo merecen por oportunistas, aunque hayan perdido la oportunidad.

Los medios como constante en el discurso han visto reducirse los presupuestos publicitarios y la selección caprichosa del reparto. Si en verdad hay menos dinero (Epigmenio diría lo contrario), la bolsa es abiertamente para los amigos y las amigas. Millones de dólares.

Ahora él es quien les pone un cerco a los medios. Los denigra, los insulta (y cuando critican les dice pasquines majaderos, como a “The Economist”) o inmundos como a “Reforma”. Pasquín, impreso satírico y anónimo, dice el lexicón.  

Pero tan enjundiosa es su censura a los periódicos nacionales o extranjeros, como desastrosa la operación de los medios públicos Pura masquiña en los Canales 11, 22, Televisión Educativa. Y ya ni pensar en resolver la huelga de Notimex. Mejor corregir la línea ética y editorial del “New York Times”, el “Washington Post”, “El País” o “The Economist”. Eso si.



Obviamente ninguno de estos medios toma en serio las correcciones del gobierno mexicano. Ni sus opiniones. 

Marcelo Ebrard le dedica pliegos a una refutación de los puntos de vista del “Economist”. Mejor debería explicar  el desastre del Metro construido por sus concesionarios bajo su responsabilidad. 

Eso habría sido mejor. A fin de cuentas, un reportaje o ensayo de la prensa inglesa no le ha costado la vida a nadie.

Pero si para la condena presidencial los compromisos de la prensa resultan imperdonables, el peor de sus juicios es cuando intenta categorizar y jerarquizar los productos informativos.

Sensacionalismo o amarillismo, dice cuando se relatan los asesinatos políticos de los últimos meses.

Además de exhibir su ignorancia, el presidente desdeña el valor de la vida humana. Setenta o más asesinatos en un periodo electoral, no pueden ser soslayados con el falso argumento de la normalidad y su exageración.

Ese análisis superficial y torpe, es inadmisible, porque aceptarlo sería simplemente consagrar una normalidad sangrienta a la cual no debemos resignarnos en el nombre de la propaganda presidencial y su paz imaginaria. 

El amarillismo es un recurso tipográfico. Consiste en hacer encabezados con tinta canario. 

También es sensacionalismo propiciar información falsa para producir escándalo, como el burdo montaje de Mario Delgado en Tamaulipas.

Rafael Cardona | El Cristalazo

Author: Rafael Cardona

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